Somos producto de nuestro pasado, pero no tenemos por qué ser su prisionero.
Rick Warren
Levi
Susannah acaba de salir por la puerta y la desesperación ha vuelto a mí. Estoy agotado. No he comido nada desde ayer, solo he bebido alcohol; es lo único que puedo digerir. Ni siquiera he dormido. Siento una enorme pesadez en mis ojos. El baño de hace un rato no sirvió para nada, aunque ahora luzco limpio y ordenado, por dentro soy un desastre.
Ya no sé qué hacer, el recuerdo de Clarissa me tortura la mente. No lo entiendo, ¿por qué actúa así conmigo? Traté de ser mi versión a su lado y ella solo me ha dado dolores de cabeza, inseguridad y grandes decepciones. Supongo que es mi culpa, la idealicé demasiado; en mi mente, desde el primer segundo que la vi, solo podía considerarla perfecta. Si no me hubiera terminado con esas crueles palabras y prácticamente restregado que estaba con otro, yo hubiera seguido esperándola, con la esperanza de que algún día todo volviera a ser como en nuestros primeros tiempos.
Después de tanto alcohol y acciones irracionales, desearía haber despertado. Aún no puedo creer que me haya abrazado a ese árbol como un loco. ¿Qué habría pensado mi mamá si me hubiera visto así? Lo más seguro es que se habría sentido decepcionada. A pesar de todo, sigo sin liberarme del hechizo en el que me ha atrapado mi ahora ex. No importa cuánto me repita que debo olvidarme de Clarissa, siento que no puedo. Nada me ayuda a distraerme; ni el violín, ni la música que tanto escucho, ni las películas de superhéroes que tanto me gustan, y por supuesto, mucho menos la escuela. Eso es lo último en lo que pienso.
¡Qué asco se siente tener el corazón roto! No comprendo cómo tantas personas en el mundo sobreviven a esto y, lo peor, insisten en volver a intentarlo. Creo que un dolor como este es suficiente para toda una vida. Tal vez debería dejar de preocuparme por las chicas; puedo vivir sin ellas.
Revuelvo mi cabello con frustración. No puedo quedarme encerrado aquí; necesito hacer algo más, perderme por ahí. Es mejor eso que dejar que mis propios pensamientos me destrocen. Con esa idea en mente, me cambio rápidamente, saco mis tenis de debajo de la cama y comienzo a ponérmelos. Estoy atando uno de los cordones cuando la puerta se abre de golpe. No necesito mirar para saber quién es. Sonrío; es mi terremoto favorito.
Estiro mi espalda y abro mis brazos completamente. Al ver mi gesto, mi pequeña hermana, Luna, corre hacia mí con una gran sonrisa. La recibo con alegría y la abrazo suavemente. Ella rodea mi torso con sus pequeños y delgados brazos.
—Lo siento Levi —pronuncia la voz de una mujer—; ya sabes como es.
Miro a la mamá de Luna, con una expresión apenada, en el marco de la puerta. —Está bien, no importa —digo con frialdad.
Ella le dedica una última mirada a la niña y luego desaparece al cerrar la puerta. Luna comienza a separarse de mí y extiende sus brazos, indicándome que la cargue. La tomo en mis brazos y la acomodo en una de mis piernas.
—Levi, ¿qué te pasó? —emite estirando su mano y tocándome la herida que tengo en el labio. No puedo evitar dar un respingo, es demasiado reciente.
—Nada —le aprieto una de sus mejillas—; me mordí por accidente.
Arruga su nariz. —Qué torpe eres.
Sonrío. —Mucho —la miro con los ojos entrecerrados—. Dime, ¿dónde estabas? Con ese vestido tan hermoso seguro estabas en una fiesta de princesas.
Niega con su cabeza, riendo sin parar. —No, Levi —me pega con su mano en el hombro y finjo que me duele—. Estaba en casa de la abuela y, ¿sabes qué? Me prometió que me iba a enseñar a tejer —articula emocionada y con los ojos brillantes.
—¿En serio? Entonces lo primero que tejas me lo tienes que reglar a mí.
—No puedo —declara seria y moviendo su cabeza de un lado a otro, haciendo que las dos coletas que le cuelgan me golpeen en el rostro.
—¿Por qué? —pregunto con expresión de confusión.
—Bueno… —agacha la cabeza y empieza a moverse para adelante y para atrás—. Me encontré a Sebastian en el jardín y… ya le prometí que se lo daría a él. ¡No estés triste, por favor!
—Estoy muy triste —le aseguro—. Yo debo ser tu hermano favorito.
Abre los ojos en todo su esplendor. —Pero, Levi, no puedo tener hermanos favoritos —me abraza de nuevo—. Yo te quiero a ti y a Sebastian por igual —murmura en mi pecho.
Acaricio su espalda—. Está bien, está bien —se aleja de mí y me mira sonriente. La señalo con el índice—, pero la segunda cosa que hagas tiene que ser mía.
Alza su mano con efusividad. —¡Lo prometo!
Aprieto su mejilla y se enfurruña. —Eso espero.
—¡Suéltame! —hago mi mano a un lado sonriente—. Levi, ¿cuándo vuelve Clarissa? Prometió que me traería un rompecabezas.
El gesto de felicidad en mis labios se desvanece. Me había olvidado por unos minutos de ella y este terremoto tenía que venir a traerla a mi memoria. Obviamente, mi hermana no sabe nada de la difícil relación que mantenía con Clarissa y no sé si sea buena idea contarle que terminamos; no estoy seguro si lo entendería. Luna la adoró desde el primer momento en que la conoció, igual que me sucedió a mí.