En el fondo de todos nosotros, hay un espacio vacío que nunca se llena. No importa cuánto intentemos, ese vacío es parte de nuestra naturaleza.
Carlos Ruiz Zafón
Llego a casa alrededor de las siete de la noche. Todo está en silencio, así que imagino que Lucas ya se fue y el abuelo sigue sin regresar. Mi estómago gruñe y voy directo a la cocina; para mi sorpresa, mi hermano preparó la cena y solo tengo que calentarla en el horno. Al dar un par de bocados, compruebo que mi hermano aún no es el mejor en la cocina, pero me como todo porque al menos lo cocinó y no me tocó a mí hacerlo.
Estaba segura de que Lucas se había ido, sin siquiera avisarme; más equivocada no pude estar. Lo encuentro envuelto entre mis sábanas y durmiendo como si no tuviera una sola preocupación. Me siento en un costado de la cama y acaricio su cabello pelirrojo. Lucas suele comportarse como un niño, o al menos eso le gusta aparentar. Conozco sus otras facetas y él es una persona enfocada en lo que se propone. Desde niño ha querido ser médico y es en lo único en lo que ha estado interesado. El resto de cosas en su vida las toma como un juego y sin seriedad alguna. La verdad es que somos opuestos, y aparte de ser hermanos, tenemos poco en común.
—Te demoraste —pronuncia Lucas medio adormilado—. Pensé en irme, pero me arrepentí. Aún no te he molestado lo suficiente —bosteza—. Dormiré contigo, extraño mucho a mi hermanita.
—¿Ya le dijiste a nuestra madre? —aparta la mirada y dejo de acariciarle el cabello—. ¡Lucas! Ya sabes cómo se pone, no quiero que venga aquí.
—En un rato —bosteza nuevamente—. Sabe que estoy aquí, contigo y el abuelo, no se preocupará tanto.
Me acuesto a su lado y cierro los ojos. —Lucas, ¿has visto al abuelo? —cuestiono—. Desde esta mañana no lo veo —arrugo el rostro—. Ya se fue por unos días, no creo que vaya hacerlo de nuevo, por lo menos no por ahora.
Se estira perezosamente. —No sé dónde está, pero dejó esto en tu escritorio —me muestra una nota adhesiva—. Dice que ya no puede esperar más y bla, bla, bla.
Entrecierro la mirada. —¿Revisaste mis cosas? —aprieta los labios y niega—. Te he dicho que no lo hagas, se me puede perder algo importante —corro a revisar mi escritorio para corroborar que todo esté completo.
—No exageres, Suss —se sienta y acomoda su espalda en el respaldo de la cama—. Solo revisé tu diario.
Blanqueo los ojos. —No digas babosadas, no tengo diario —cuento mis cuadernos, las notas con mis pendientes, las hojas que tenía regadas y mis lápices y borradores; todo está en orden y en su sitio—. Al parecer no causaste desastres.
—Claro, te lo dije —resalta ofendido—. Mejor ven —estira su brazo y hace un puchero—, sigue acariciándome el cabello.
Me siento a su lado y Lucas enseguida aprovecha y pone su cabeza en mis piernas. Yo jugueteo con su cabello. —Pásame la nota del abuelo.
Lucas tantea sobre la cama, con los ojos cerrados y me pasa el papel. —¿Qué dice? —me pregunta.
—Ehhh, Después de nuestra charla de esta mañana —comienzo a leer—, entendí que debo ser valiente y enmendar ciertos errores del pasado, no quiero vivir con lamentos. No te preocupes, como siempre, no le he dicho a tus padres que salí de viaje, confió en ti, pero no está demás decirte que te comportes. Con cariño, el abuelo Tamara.
—¿Sabes a que se refiere? —cuestiona Lucas, intrigado.
—No tengo ni la más mínima idea —me muerdo la uña del índice—. Sabes que el abuelo siempre ha sido un alma libre, sea lo que sea, estoy feliz por él.
—Entonces yo también, aunque no debería —le halo un cabello—. Aush —me da una mala cara—. Tengo mis razones; todos saben que eres su favorita.
—Me lo he ganado —confirmo orgullosa.
—Hasta te cubre con nuestro padre —dice en tono de reproche.
—¡Y se lo agradezco! —suspiro—, sino ya estaría nuestra madre aquí, arrasando con todo —finjo escalofríos.
—Habría sido genial que viniera —agrega—. Ayer me dijo que ya te consiguió otro posible novio.
Arrugo el rostro. —No quiero que me presente más chicos —me quejo—. ¿Cuándo entenderá que no quiero un novio?
—Para mi fortuna, espero que nunca.
Golpeo su cabeza. —¡Lucas!, deberías apoyarme.
—¿Para qué? —dice burlón—. Amo tus discusiones con mi madre, es la única que siempre te derrumba.
Ruedo los ojos—. Es difícil decirle “no” a esa mujer, podría enloquecer si lo intento.
—¡Por favor, inténtalo! —me suplica en tono de mofa—. No puedo morir sin vivir eso.
—¡Oye! —lo aparto de mis piernas. Su cabeza rebota contra la cama y me mira con expresión de odio—. ¿Crees que es gracioso que mamá insista en emparejarme con su ahijado? ¿O con cualquier chico que se le cruce? Estoy aburrida y su ahijado es el que menos me agrada; se cree demasiado perfecto
—Es peor que tú —suelta una carcajada—. Aunque tengo que aceptar que me agrada, es bueno en el fútbol.
—Mejor te lo paso a ti si quieres —esbozo una sonrisa pícara—. Veo que te agrada mucho más que a mí.
—Wow —menea la cabeza—, no te pases, solo me agrada de lejitos y sin compromiso.