La vida es una sucesión de lecciones que uno debe vivir para entender.
Ralph Waldo Emerson
De acuerdo a las novelas románticas que lee Noelia, en este momento debería correr hacia donde está Levi y colocarme entre él y su contrincante, y con unas palabras reconfortantes llevarlo conmigo. Me convertiría en toda una heroína y una protagonista digna, el problema es que no quiero ser nada de eso. Aun así, mi mente está debatiendo si debería hacerlo o no. Siendo sincera, no sé qué me está pasando; hacerlo sería absurdo. No es mi problema. Además, quién sabe, al meterme donde no me llaman podrían golpearme o insultarme. “No, gracias”, prefiero mantenerme indiferente; no tengo tiempo ni ganas para dramas.
Pero por otro lado, aunque intento ocultarlo, estoy nerviosa. Nadie está interviniendo, solo los están alentando y los dos insensatos de buena gana siguen peleando. No lo soporto, apenas llevo dos minutos observándolos y ya no me sobresale ni una uña. Lo peor es que Levi tiene la cara hecha un desastre y creo que no le importa. Al contrario, parece gustarle la idea de que lo usen como saco de boxeo. Es un idiota, ni siquiera se defiende, solo está ahí, como acepetando su destino, como si...
“¿Cómo no me di cuenta antes?” No solo está ebrio, sino que todo este espectáculo es premeditado; él quiere que lo golpeen. Y todo por tener el corazón roto… Definitivamente el amor no es un buen consejero. Muevo la pierna con inquietud. No quiero, pero debo hacer algo, no puedo solo ver cómo acaban con él; tengo que ayudarlo, como sea, no importa si hago el ridículo.
Mordisqueo por última vez la uña de mi pulgar y, después de una gran exhalación, empiezo a dar largas zancadas en su dirección. Marina intenta tomarme del brazo, pero me libero con un movimiento brusco. Nadie va a detenerme de hacer esto. No importa si más tarde me arrepiento, lo único que podré hacer es añadir este suceso a una larga lista de lamentos.
Me detengo a pocos pasos de ellos. El primero en notar mi presencia es el otro chico, quien inmediatamente baja su puño que antes estaba en alto. Levi, al notar su distracción, busca la fuente que lo provocó. Al descubrir que soy yo, me mira con el ceño fruncido. Ninguno de los dos dice nada, solo me observan, y yo empiezo a sentirme incómoda.
—¿Anna? —emite el compañero de pelea de Levi.
“¿Ese chico me está hablando a mí?” “¿Quién es Anna?” Miro a mi alrededor y no hay nadie lo suficientemente cerca, solo yo; es evidente que cree que mi nombre es Anna.
“¿Por qué se dirige a mí?” No lo conozco, es la primera vez que lo veo en mi vida. Debe estar confundido, bastante, hasta el punto de pensar que sabe mi nombre. Espero que no esté también bajo los efectos del alcohol.
—¿Disculpa? ¿Te conozco?
Puedo ver cómo el asombro se refleja en el rostro del chico, como si no creyera lo que estoy diciendo.
—¿Bromeas? —arruga el rostro, confundido.
Intenta acercarse y doy un paso atrás. —Alejate —pronuncio seria.
—Déjala, Sebastian —interviene Levi.
Suelta una risa seca. —¿Has escuchado lo que dijo? —se limpia con fuerza el sudor en su frente.
—¡Qué importa! —exclama Levi—. A nadie le importa eso.
—¡Pues a mí sí! —le responde furioso.
¿De qué es lo que habla este par? ¿Han enloquecido?
—¿Están dementes? —ambos dejan de mirarse con animadversión y posan sus ojos en mí—. ¿A que se refieren con…? —sacudo la cabeza—. Da igual —me concentro en Levi—, ¿necesitas algo? —niega—. ¿Seguro? ¿Por qué…?
—No —declara—, solo quiero estar solo —con eso último, da media vuelta y se va dando pasos desequilibrados.
Observo su espalda hasta que la distancia ya no me permite verlo. Luego tomo conciencia de lo que ocurre a mi alrededor; todas las personas presentes están mirándonos, incluso Marina, quien desde su posición parece estar tratando de leer mis pensamientos. Detesto ser el centro de atención. Afortunadamente, al notar que la situación no avanza más, los alborotadores empiezan a dispersarse. Me quedo con el chico que sigue mirándome como si fuera un extraterrestre.
—¿Qué? —suelto molesta.
—Sí, ¿qué? —dice la voz de Marina apareciendo detrás de mí.
Ruedo los ojos, es una metiche. —Marina, no te metas —la reprendo—; no es tu asunto.
Se encoge de hombros. —Como desees, me gustaría ver cómo lo solucionas.
—No hay nada que solucionar —gruño—. Mejor vámonos.
No alcanzo a dar ni un paso porque el chico me aprisiona el brazo. Le doy una mirada de fastidio. —Suéltame.
—Soy yo, Anna, Sebastian.
Parpadeo ofuscada. —No sé de qué hablas, no te conozco —me zafo de su agarre—. Y mi nombre no es Anna.
El chico suspira. —O sea que todavía no me recuerdas.
—¿Ah?
—Esto es mejor que las telenovelas —comenta Marina risueña.
—Cállate, Marina —la señalo con el dedo índice—. Y tú —aprieto los labios—, no vuelvas a dirigirme la palabra, lunático.
—No me dejo amedrentar —me sonríe—. Y sé que nos veremos de nuevo, Anna.