Flor de loto

Preludio

Julio del 2.017

Estoy estudiando como en la mayoría de las tardes, en el salón de artes plásticas, el cual lleva más tiempo sin usar del que podría recordar. Está polvoriento, lleno de telarañas y sábanas por doquier. Es un completo desastre para alguien que sea adicto a la limpieza; ¡para mí es más que suficiente! Solo es suciedad a cambio de un espacio de tranquilidad y soledad.

Como no es un lugar agradable, a pocos, si es que a ninguno, se le ocurre venir. Y lo entiendo, si no tuviera deberes pendientes, preferiría descansar en el patio, la cafetería e incluso sobre el césped. Lo malo de estas áreas es que son demasiado concurridas y, por lo tanto, poco prácticas.

Cuando quiero estudiar antes de un examen o una competencia importante, este es el espacio ideal. En cualquier otro lugar, siempre están mis amigas merodeando e interrumpiendo mi momento de estudio. Incluso cuando no estoy en su compañía, Marina, una de ellas, me escribe mensajes sin cesar. Es súper intensa, habladora y tiene una gran estima hacia sí misma. No parece, pero son algunas de sus mejores cualidades, y aunque normalmente no es mi tipo de persona, la aprecio mucho.

Dentro de tres meses, voy a participar en la gran “Olimpiada de Matemáticas". Si todo sale como quiero, alcanzaré uno de los logros más importantes de mi vida; no solo ganaré dinero en efectivo, sino que también tendré la oportunidad de obtener una beca en el extranjero, y lo mejor de todo, en la universidad que desee. Sinceramente, anhelo que llegue el día en que pueda ingresar a alguna de esas universidades. Mi padre finalmente estará orgulloso de mí, y podré relacionarme con otras personas que comparten mis mismos intereses. No veo la hora en que todo eso se haga realidad. Estoy contando los días, pero por ahora solo debo concentrarme en resolver un par de ecuaciones que me están volando la cabeza.

Desde pequeña, siempre he tenido facilidad con los números y resolver cualquier tipo de problema matemático me resulta sencillo. Sin embargo, conforme he avanzado, también ha aumentado la dificultad. Esto se debe a que estudio temas más avanzados, que van más allá de lo que se enseña en clase y se practican en niveles universitarios. Esta dirección me la dio mi profesor de matemáticas al notar que mi nivel era superior al promedio. Me siento orgullosa de mis logros, aunque a veces ciertos temas me causan dolores de cabeza.

Irritada, me subo las gafas a la cabeza y restriego mis ojos con cansancio. Llevo dos horas intentando resolver ciertas ecuaciones y, por más que lo intento, el resultado es erróneo. Me estiro y escucho cómo mi espalda traquea. Pasar tanto tiempo encorvada sobre la silla tiene sus consecuencias. Resignada, cierro el cuaderno de ejercicios y me dispongo a guardar todas mis cosas en la mochila. Siendo realista, sé que hoy no lo resolveré; lo mejor que puedo hacer es posponerlo para más tarde, cuando mi mente esté despejada.

Estoy terminando de guardar el lápiz y el borrador dentro del estuche de lápices, cuando el chirrido de la puerta al abrirse roba toda mi atención.

—¡Qué bueno! Todavía estás aquí.

—¿Levi? —lo miro extrañada.

Es raro que me busque, nuestra relación es casi inexistente. Apenas y nos hemos saludado alguna vez y cuando lo hemos hecho, él me ha contado unos chistes que considero carentes de humor.

—Sí —me sonríe—, te he estado buscando por horas; necesito tu ayuda.

Aunque en las ocasiones en que hemos hablado, siempre ha intentado ser amable, por alguna razón su presencia me irrita y molesta. Sé que suena absurdo, pero desde nuestro primer encuentro, no lo soporto. Simplemente no puedo controlar mis emociones.

Levi se adentra al salón y arrastra un pupitre polvoriento hasta donde me encuentro. Restriega su mano por la suciedad y luego se limpia descuidadamente en su pantalón. No puedo evitar mirarlo con desagrado. ¿Cómo puede hacer eso? Es antihigiénico. Yo limpio mi silla todos los días con un paño húmedo y esparzo un poco de ambientador para no tener que respirar malos olores.

—No sé qué quieres, pero no puedo atenderte —acomodo el bolso en mi hombro derecho—; como ves, estoy por irme.

—Por favor —suplica—, solo será un segundo, te prometo que si no quieres, no te molestaré más.

Ruedo los ojos. —Está bien, pero se breve. ¿Qué es lo que quieres? —chasqueo los dedos—. No puedo perder el tiempo como tú.

—Nunca pierdo el tiempo en nada —agrega serio—. No me conoces —suspira—. No sé ni qué hago aquí; eres una amargada.

¿Quiere pedirme un favor y me insulta? Aish, este chico me intranquiliza.

—No soy eso que dices —pronuncio—. Simplemente es que no te soporto. Punto. No sé cómo te soportaba Clarissa y hasta puedo creer que utilizó su viaje como una excusa para dejarte.

Se sacude el cabello con una expresión de frustración. —No sabía que también podías ser tan antipática. Insisto, no hables de lo que no sabes.

—Como sea —me incorporo—. Esta conversación no tiene sentido.

—Espera —de nuevo se revuelve el cabello y suspira—. Olvida lo de antes, solo… En serio necesito tu ayuda.

Lo invito a proseguir con un gesto de la mano.

—Debo mejorar mis calificaciones en matemáticas, mi tutor de violín… —sacude la cabeza—. El punto es que debo obtener mejores calificaciones, sí o sí.



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En el texto hay: amor prohibido, amistad, identidad

Editado: 11.12.2024

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