Cuanto antes sufras el desamor, antes podrás volver a enamorarte.
George Pellicer.
No recuerdo la última vez que sentí tanto miedo. Mi corazón palpita desenfrenadamente y un sudor frío me recorre la espalda. Aunque no lo aparente, estoy aterrada. Daisy, quien estaba más tranquila que Noelia, fue quien me dio la mala noticia. Todavía no entiendo qué pudo haber pasado por la cabeza de Lucas para realizar semejante locura. ¿Es que acaso cree que tiene superpoderes? Ahora mismo tengo tantas ganas de verlo como de sacudirlo con fuerza.
Apenas me enteré de lo sucedido, me bajé del autobús en compañía de Marina. La profesora a cargo se negaba a dejarme ir, pero mi amiga, de alguna forma que desconozco, la convenció. Tomamos un taxi y nos dirigimos al hospital que me indicó Daisy.
—Estás demasiado tranquila para ser alguien que tiene a su hermano en el hospital —comenta Marina. Después de haber preguntado en recepción la sala en la que se encuentra Lucas, ahora vamos por el pasillo, en su búsqueda.
—Créeme, por dentro soy un desastre.
—¿Has notado algo raro en Lucas? ¿Por qué crees que se lanzaría del auto?
—No tengo ni idea, cuando hablamos por la tarde estaba de buen humor —aprieto los puños—. No se me puede ocurrir nada; si le ocurre algo grave, no lo ha compartido conmigo.
Guardamos silencio hasta que llegamos a la sala. Hay pacientes, médicos y enfermeras por todas partes. Recorro con la mirada las camillas, pero no logro encontrar a Lucas, ni siquiera un rastro de su cabello rojo. A quienes sí encuentro son a mis amigas, apartadas en un sillón azul. Nos acercamos de inmediato hacia ellas.
—¿Dónde está? —les pregunto, apresurada. Me señalan una de las camillas, que tiene todas las cortinas cerradas.
Estoy a punto de dirigirme hacia allá, cuando Noelia me agarra del brazo. —Tengo que advertirte que está muy molesto —suspira—. Me acerqué a ver como estaba y no fue bonito. Lo mismo ocurrió con Daisy. Se descontroló bastante, así que tuvieron que darle un sedante —asiento—. Algo más —me mira con expresión culpable—. Llamé a tu padre, no quería, pero Lucas es menor de edad y…
—Entiendo —trago saliva. No pensaba ver a mi padre, pero puedo asumirlo. De todos modos, lo importante ahora es Lucas.
Exhalo con fuerza y comienzo a caminar. Cuando llego hasta su lugar, abro con lentitud la cortina. Está dormido. Al menos no me gritará. Me adentro en el pequeño espacio y me detengo a su lado. Dormido, luce tranquilo, pero su estado es deplorable. Tiene el cabello despeinado, una venda en la frente, la mejilla raspada al igual que su brazo izquierdo. El derecho, por otro lado, lo cubre una escayola. Estiro mi mano y le acomodo el cabello, sé que no le gustaría levantarse y encontrarse así.
Mientras acaricio su cabello, empieza a formarse un nudo en mi garganta. ¿Por qué? ¿Qué tan mal se pudo haber sentido para lanzarse de ese auto? ¿Acaso no pensó en las consecuencias? Siempre ha sido un poco loco, pero nunca un suicida. No quiero ni imaginar qué hubiera pasado si hubiera sido una carretera principal. Por suerte, era una parte poco transitada y ningún auto lo lastimó. Sus heridas solo son producto del impacto contra el asfalto.
Tomo su mano y la junto con la mía. Las lágrimas están a punto de salir y las retengo. Lucas es la persona más importante para mí en todo el mundo. No sé qué haría sin él. Él ha sido mi apoyo, me ha respaldado en los momentos más terribles de mi existencia. Entonces no entiendo por qué no me dijo que algo le pasaba. Yo habría estado sin dudar a su lado, ayudándole con cualquier cosa que le atormentara.
—¿Por qué? —emito con voz rota—. Odio verte así, ¿qué fue lo te hizo hacer esto?
Agacho el rostro y no puedo contener más las lágrimas. Me brotan una tras otra por mi rostro.
—Sabes que… —carraspea— ...detesto verte llorar.
—Lucas —pronuncio mientras me limpio el rostro—. ¿Estás bien? ¿Quieres que llame al médico? —ansiosa, intento salir del lugar, pero Lucas me detiene apretando nuestras manos aún entrelazadas.
—Estoy bien, Suss —se queja cuando intenta acomodarse—. Solo algo dolorido.
Suspiro aliviada; me complace que esté bien. Pero con la preocupación desvanecida, el enojo ha florecido.
—Yo también lo estaría si me lanzara de un auto —me cruzo de brazos molesta—. ¿En qué pensabas? ¿Querías morirte? ¿Es eso?
Arruga el rostro. —No me lo recuerdes, ¿sí? Estaba en el peor momento de mi vida.
Chasqueo la lengua. —Explícamelo.
Agacha la cabeza y juega con sus manos. —¿Sabes que Noelia tiene novio? —susurra.
—¿Qué? —aclaro sus palabras en mi mente y me hago una idea de lo que dijo—. No lo sé, nunca ha mencionado a nadie. ¿Eso qué tiene que ver?
—Todo.
—No estoy entendiendo.
Alza el rostro y me mira fijamente; sus ojos expresan dolor. —Lo hice porque no soportaba estar cerca de ella; me asfixiaba.
Intento hablar y las palabras no me salen. Estoy confundida, sigo sin comprender qué tiene que ver una cosa con la otra.
—Lucas, ¿insinúas que Noelia tuvo la culpa de que te lanzaras del auto en movimiento? ¿Por qué? No, es absurdo. Es la chica más dulce que conozco, no haría nada que molestara a otra persona.