Flor de loto

Capítulo 26

Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío.

San Agustín.

Marina

Es mi último día aquí en la playa y la extrañaré como loca. Me encanta el mar, aunque es poco lo que puedo visitarlo. Adoro la sensación de la brisa sobre mi piel y mi cabello, la suave arena en la que puedo hundir mis pies, y por supuesto, el olor a mar. Me habría gustado compartir hasta el último día con las chicas, pero todo se ha complicado. Sussanah ha elegido quedarse con su hermano después del accidente, y es comprensible. Siempre he admirado la relación tan especial que tienen. Si hubiera tenido hermanos, me habría gustado ser como ellos.

Por otra parte, Daisy y Noelia están en su mundo y con sus propios problemas. Desde esa vez que discutimos a medias, las cosas no han vuelto a ser lo mismo. Casi no hablamos, a pesar de que seguimos juntándonos como si nada hubiera sucedido. Al parecer, llegamos a un acuerdo tácito en el que olvidamos lo que pasó, mas no las consecuencias del acto. Es una tontería. Ya de por sí, me resulta complicado lidiar con Daisy. Nuestra relación hace tiempo dejó de ser buena, y con el pasar de los años, ha ido decayendo hasta el punto en que ella piensa que nuestra amistad es superficial.

Ya no sé qué hacer con estas chicas, ninguna deja de rondar en mi mente, como si sus problemas fueran los míos. Dejo a un lado a las chicas cuando llego a una carpa que sirve como oficina; en esta se encuentra la supervisora del proyecto.

—Hola, tía Mónica.

—Marina, ven —palmea una silla a su lado—; cuéntame cómo te ha ido.

—Bastante bien —me ubico a su lado—; aquí puede ver los detalles —le entrego el portafolio con los registros.

Ella pasa las páginas y asiente con satisfacción. —Bueno trabajo. ¿Estás segura que no te interesa estudiar una carrera ambientalista? Podría irte de maravillas —me señala el portafolio—. Esto lo demuestra.

—No lo creo, estoy más centrada en el atletismo —alego—. Profesionalmente es lo deseo ahora. Ya veré más adelante.

Me mira con una expresión de orgullo. —¿Cuándo te creciste tanto? —sonríe—. Todavía recuerdo cuando te cargué por primera vez en mis brazos y en unos meses ya te irás a la universidad —me revuelve el cabello y la ojeo, fastidiada; suele hacer eso desde que tengo memoria—. Fuiste una bendición para la vida de Alana y también en la mía —se le entrecorta la voz—; eres la hija que aún no he tenido.

Mi tía Mónica es amiga de mi madre desde la adolescencia. Su historia de amistad es curiosa: el hermano de mi tía siempre estuvo enamorado de mamá, así que le pidió a la tía que se acercara a ella en clases. Se suponía que después de que fueran amigas, mi tía la presentaría, pero cuando todo ocurrió, mamá se enamoró de otro chico. Al final, ellas terminaron siendo amigas y su hermano se resignó. Lo extraño es que mamá sí se casó con su hermano, pero muchos años después, cuando se encontraron en el extranjero. El plan terminó funcionando diez años después.

—Tía —arrugo el rostro—, no se ponga tan sentimental.

—Lo siento, lo siento —respira profundo—. Mejor coméntame a qué universidad estás aspirando. He hecho una lista para ti…

Mi tía me comenta sobre cientos de universidades que no logro retener ninguna. Lo único que sí capté es que son en el extranjero. En eso se puso de acuerdo con mis padres. El punto es que yo no quiero ir fuera del país, solo quiero estar aquí, cerca de mis padres. Entiendo que fuera hay mejores oportunidades, pero no es lo que necesito ahora.

Me fui de allí después de mil consejos, alguna que otra regañina y por supuesto, intentos de persuadirme para cambiar mi carrera profesional, pero no lo logró. Tardé dos horas con mi tía cuando había planeado solo una. Son las cinco y media. En alrededor de una hora regresaremos a casa. En ese lapso, tengo espacio para recoger mis cosas y despedirme del mar. Desconozco cuándo podré volver. Me graduaré en unos meses y la universidad estará a la vuelta de la esquina. Dudo que tenga mucho tiempo para realizar actividades extracurriculares.

Me dirijo a la cabaña con pasos lentos. Al entrar, me encuentro a Daisy entretenida con su teléfono, como de costumbre. Comienzo a empacar mi ropa y algunas otras cosas, sin mucha prisa. Hay mucho que recoger, pero nada que no pueda hacerse en menos de quince minutos.

—Oye, Marina, ¿me das un segundo?

Interesada en lo que tiene para comentarme, suelto la blusa que tengo entre mis manos y me acerco a ella. Ella está recostada en su cama, con el teléfono fuera de su vista. Me siento cruzando las piernas sobre su colchón, la observo y aguardo a escuchar lo que tenga que decirme.

Se aclara la garganta. —Fui grosera la última vez, lo lamento.

—Está bien, lo importante es darte cuenta de tu error.

—¿Solo eso? —entrecierra los ojos— ¿No preguntarás qué me pasa? Sueles ser muy chismosa.

Ignoro que me llamó chismosa. Apoyo mi cara en mi mano y la miro con expresión de incredulidad. —¿En serio, Daisy? Te conozco desde que recuerdo; nunca te ha gustado hablar de nada. ¿Por qué te preguntaría eso? —intenta responder y la detengo—. Y antes de que digas que soy una mala amiga, solo quiero respetar tu espacio.



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En el texto hay: amor prohibido, amistad, identidad

Editado: 11.12.2024

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