Esperar duele. Olvidar duele. Pero el peor de los sufrimientos es no saber qué decisión tomar.
Paulo Coelho
Sussanah
Levi no me dijo a qué hora exactamente vendría. He revisado mi reloj más veces de las que me gustaría admitir. Apenas son las cuatro de la tarde y ya llevo ocho horas esperándolo. Suponía que él no llegaría tan temprano, pero no esperaba que se demorara tanto y me tuviera ansiosa por su llegada. Las manecillas del reloj se mueven al compás de mis dientes, mordisqueando mis uñas. Hace días que no caía en la tentación con todas mis uñas y ahora no puedo evitarlo: estoy nerviosa.
Hoy he dado más vueltas que en toda mi vida, incluso intenté hacer ejercicios físicos: fue un fracaso, apenas escuché el crujido de mi rodilla, lo dejé de lado. Son las cuatro y cinco, y estoy acostada en mi cama, sin hacer nada. La verdad es que no logro concentrarme. Nada funciona. Solo puedo pensar en Levi. Creo que estoy maldita. Eso tendría sentido, lo que siento no puede ser una bendición. Lo único que hace es perturbarme la existencia.
—Suss, basta —Lucas me lanza una almohada. La esquivo con rapidez—. Estoy cansado de solo verte ir de un lado a otro, ¿qué pasa?
Después de tanto tiempo de incomodidades, Lucas finalmente tiene su propia cama y está tumbado en ella. El abuelo la trajo esta mañana y la armó de inmediato. Fue la mejor idea que se le ha pasado por la cabeza, no aguantaría otro día durmiendo en el suelo, en un asco. Me duelen hasta los huesos que ni siquiera recordaba que tenía.
—Levi vendrá.
Sonríe. Esta vez una sonrisa auténtica. La primera después del accidente.
—¿Por eso estás así? Ya lo has visto antes —me recuerda.
Juego con mis manos. —Va a decirme algo importante.
Se incorpora y me mira con los ojos en extremo abierto. —Se te va a confesar —suelta.
—¿Qué? —me aclaro la garganta—. No digas tonterías.
La verdad es que de todas las cosas que pensé que podría decirme, esa nunca la imaginé. Quiero decir, es absurdo, no tendría por qué gustarle, ¿verdad? ¡No!, por supuesto que no. Lucas solo quiere llenarme la cabeza de absurdas ideas.
—Te he dejado pensando, eh. ¿En serio no lo habías considerado? —niego—. ¿Por qué? Ya te he dicho que puedes gustarle a cualquiera.
—No es eso… —titubeo—. No tiene caso.
—¿Por qué? No está mal tener un novio —chasquea la lengua—. Lo necesitas.
—Es una tontería.
—Repito, ¿por qué? Y no me digas que por estudiar —rueda los ojos—. Deja de sacrificarte.
—Basta, Lucas. Sí, es eso, pero también hay otras razones —me rasco la cabeza con impaciencia—. Está Clarissa y… El caso es que, aunque se me confiese, que no creo que pase, tendré que rechazarlo. En mi vida no hay espacio para él de esa manera. Solo podemos ser amigos.
—Como quieras —se acuesta y me da la espalda—. Es tu vida después de todo.
—Cierto —susurro.
Tomo mi almohada y me aferro a ella. En este momento me siento más ansiosa que hace un rato. Gracias, Lucas, por confundirme.
No entiendo cómo, pero me quedé dormida. Dos horas. Habría seguido si no me hubiera despertado el sonido de mi teléfono. Sí, una notificación nueva. Sí, un mensaje de Levi. Corto y conciso: “Estoy afuera”. Si no estaba despierta, lo estoy por completo. Aplasto mi cabello, asegurándome de que no quede ni un pelo suelto. Le echo una última mirada a Lucas, quien duerme profundamente, y con determinación avanzo hacia la puerta. Inhalo profundamente antes de abrirla. Al verlo, le sonrío de inmediato. Él apenas si lo intenta.
—Hola.
—Hola —trato de no perder mi buena energía—. ¿Quieres pasar?
Niega. —Preferiría que habláramos aquí afuera.
—Está bien —cierro la puerta tras de mí. Levi empieza a caminar y yo lo sigo. —¿A dónde vamos?
—Sentémonos en la banca de aquel día.
—¿La banca de aquel día? —lo pienso un segundo. Seguro se refiere aquella donde lo lleve cuando estaba borracho—. Bien.
Hay un silencio tan grande que entonces pregunto. —¿No viniste en la moto? No la veo aparcada en ninguna parte.
—No la traje, olvidé ponerle gasolina —se revuelve el cabello—. Así que vine en autobús.
—¿En serio? —intento reírme en secreto, pero él se da cuenta.
Aclaro, no hay nada de malo con el autobús; es solo que no puedo imaginarlo a él, quien apenas ha tocado uno, usándolo sin equivocarse.
—¿Qué es lo gracioso? —cuestiona enfurruñado.
—Hace unas semanas ni siquiera habías usado un autobús en tu vida —me río de nuevo—. Me pregunto cómo fue que llegaste hasta aquí.
—Bueno… —se revuelve el cabello de nuevo—. Tuve ciertos inconvenientes… —emite avergonzado.
—¿Cómo cuáles? —cuestiono sonando interesada. En el fondo solo quiero seguir haciéndole burla.
—Sussanah —me señala en tono de reclamo—, deja de burlarte de mí.
Adopto una expresión seria. —Lo siento, debes de admitir que es divertido —suelto una risita otra vez. —Ya puedo imaginarte perdido —me tapo la boca para evitar seguir riéndome.