El cobarde muere muchas veces. El valiente solo una.
William Shakespeare.
Sussanah
Al día siguiente, me sentí más tranquila. Mi ánimo no era igual, pero no podía permitir que la situación me venciera. Fui a la escuela, estuve igual de activa en clases y charlé con las chicas como si nada. De hecho, tener la mente tan distraída me ha ayudado mucho; en todo el día no he recordado lo sucedido con Levi, eso, hasta que lo vi. Antes de ir a almorzar, todos los martes tengo tiempo libre, el cual aprovecho para estudiar. Entonces me dirijo al salón de artes plásticas. Como siempre, abro la puerta con confianza, ya que se supone que no hay nadie y las posibilidades de que lo haya son muy remotas. Mi sorpresa fue grande cuando me lo encontré allí.
A pesar de que la puerta emite un molesto sonido al abrirse, Levi ni siquiera se inmuta. Lo comprendo cuando noto los audífonos en sus oídos. Desde donde estoy, puedo ver claramente su ceño fruncido, que se acentúa cada vez que toma el borrador y lo pasa por la hoja con frustración. Asumo que está haciendo ejercicios matemáticos; reconozco esos gestos, son los mismos que hace cuando estudiamos juntos.
Después de unos minutos, tomo en cuenta que debo parecer patética parada aquí en la puerta, observándolo como si fuera una acosadora. Es claro que lo más sensato es irme; no quiero añadir otra vergüenza más a la lista. Empiezo a cerrar la puerta lentamente. Para mi mala suerte, porque no me explico qué más podría ser, en el último segundo él alza la cabeza y nuestras miradas se encuentran. Enseguida aparece una especie de tensión en el aire. Otra vez me quedó paralizada y mis pies parecen estar pegados al suelo. Ni Levi ni yo decimos nada; de igual manera, no sabría qué decir. Solo seguimos ahí, mirándonos como si no tuviéramos nada más que hacer. Entonces, Levi reacciona:
—Suss —susurra.
No le doy tiempo para reaccionar, cierro la puerta con fuerza y me alejo dando grandes zancadas hacia el baño más cercano. Me encierro en uno de los cubículos y me siento en el retrete.
—3.1415927, 3.1415927, 3.1415927, 3.1415927, 3.1415927 —recito tratando de tranquilizarme.
No estoy lista. Pensé que estaría preparada para enfrentarlo si me cruzaba con él, pero sin duda no es así. Esta mañana pude ordenar mis ideas. Comprendí que más allá del rechazo, lo que no logro superar es la vergüenza. Me apena que Levi conozca mis sentimientos, que me mire y se fije en pequeños detalles que me delatan, y que antes no eran evidentes a su vista.
¿Cómo puedo ser su amiga si no puedo soportar que sepa que estoy enamorada de él? No estoy segura de si lo lograré. Y lo más probable es que Lucas tenga razón. Aunque no me guste para nada, tendré que alejarme por un tiempo. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero yo solo quiero que llegue el momento en el que me sienta tranquila y pueda estar en la misma habitación que Levi sin sentirme incómoda.
—Tú puedes —me doy aliento.
Salgo del cubículo y me acerco al tocador para mirarme en el espejo. Estoy algo pálida y con ojeras. Tomo agua del lavamanos y me la echo en la cara. Con el rostro húmedo, me siento más fresca. Suelto mi cabello y lo recojo en una coleta de nuevo, esta vez más apretada para que no se suelte. Compruebo que mi uniforme esté en orden y con una sonrisa en los labios, salgo del baño.
—Suss —la falsa sonrisa desaparece. De nuevo Levi.
—Hola —pronuncio mirando hacia otro lugar.
Se aclara la garganta. —No voy a molestarte solo… puedes quedarte con el lugar, yo… me iré.
Asiento. Escucho su suspiro y lo veo dar media vuelta. Fijo mi atención en él. Camina con pasos lentos y con la mano en la cabeza, revolviéndose el cabello, como suele hacerlo. Yo tomo una dirección contraria a la suya. Prefiero ir a la biblioteca; no creo que pueda seguir yendo a ese lugar sin que me lo recuerde.
(…)
Tengo que admitir que lo más incómodo del día no ha sido encontrarme con Levi. En definitiva, es la extraña relación entre Marina y Daisy. Las observo detenidamente y todavía no logro entender cuándo ocurrió este cambio: pasaron de apenas soportarse a parecer las mejores amigas. Echo un vistazo a Noelia, pero no tiene sentido preguntarle; está sonriendo como una tonta a su teléfono. Entonces me pregunto, ¿qué está pasando aquí?
—Suss —me zarandea el brazo Marina—. ¿Quieres ir está tarde al karaoke? Daisy y yo iremos. Si quieres tú también, Noelia.
Noelia alza el rostro y responde: —No, gracias —y continúa con la cabeza enterrada.
Me mira. —¿Qué dices? ¿Vas?
Niego. —Estoy ocupada —carraspeo—. Además, no entiendo qué está pasando aquí.
—¿Qué cosa? —cuestiona Daisy fingiendo ignorancia.
—Las dos saben qué. ¿Desde cuándo son tan amigas? —las acuso.
Ambas se miran cómplices. —Hemos limado asperezas — Marina entrecierra los ojos—. No estarás celosa, ¿o sí?
—Aish —ruedo los ojos—, me intranquilizan.
Daisy y Marina se ríen a carcajadas. Yo, aburrida, apoyo mi cara en mi mano. ¿Celosa? ¡Por favor! Eso es solo para personas inseguras. Sé que no lo parece, pero me alegro por ellas. Somos amigas y no está bien que tengamos desavenencias. Aunque el hecho de que ellas hayan congeniado no significa que Daisy y yo logremos encajar. Ella tiene una visión del mundo opuesta a la mía, es demasiado tranquila, como si no tuviera expectativas del mundo. Sí, somos cercanas, pero no creo que haya algo más allá de eso.