Nada impresiona tanto como la simplicidad bien ejecutada.
Anónimo
Marina hizo un excelente trabajo conmigo. El vestido me quedó maravillosamente; a mi amiga le costó mucho alejarme del espejo. Hizo una trenza en mi cabello y la decoró con pequeñas horquillas. En cuanto a mis pies, solo estoy usando sandalias bajas; con mi estatura, no es tan necesario usar tacones. Me maquilló sutilmente, tanto que apenas se nota. Según mi hermano y ella, quedé perfecta. Y en parte es cierto: al mirarme en el espejo, me sentí cómoda conmigo misma, y eso es lo que importa.
Tenía la intención de tomar el autobús y casi le da un infarto a Marina cuando se lo sugerí. Entonces ella llamó a su chofer. Ahora estoy en la parte trasera del auto, retorciéndome las manos. Estoy sumamente nerviosa. Incluso intenté meterme las uñas en la boca, pero Marina, después de varios manotazos, me quitó las ganas. Porque, sí, decidió acompañarme hasta el último segundo. Estoy segura de que si tuviera una invitación, también presenciaría el concierto. Para mi desgracia, Lucas también está aquí; estoy apretada entre él y Marina.
—No entiendo a qué viniste, Lucas —le discuto—. Tienes cara de que preferirías estar en cualquier lugar del mundo, menos aquí
—No quiero estar aquí —me responde.
—¿Entonces?
—Si, ¿entonces? —le pregunta Marina, con su intensidad habitual.
—Alguien tiene que llevarte a casa cuando salgas; prefiero ser yo.
—No es necesario —declaro—; debes cuidarte y descansar. ¿Qué tal si te lastimas el brazo?
—Nada de eso pasará, no soy un niño; puedo cuidarme solo. Te esperaré en la salida.
—Para mí eres bastante infantil —confiesa Marina—. Solo alguien así se lanzaría de un auto en movimiento.
Lucas no responde al ataque de Marina, pero puedo percibir en su rostro que está molesto. Esa situación todavía le afecta profundamente.
Me aclaro la garganta. —Marina —susurro—, no menciones nada del accidente; a Lucas no le gusta hablar de eso.
Marina se encoge de hombros y dirige su mirada hacia la ventana. Aish, ambos son como unos niños. Por suerte, en menos de quince minutos estamos frente a la sala de conciertos. Tengo que admitir que nunca he estado en una y es más impresionante de lo que pensé. Es una enorme estructura que parece tener años de antigüedad. Desconozco cómo podrían ser las otras, pero esta parece una mansión conformada por varios pisos y ventanas por doquier. Sobresalen, sobre todo, unas pequeñas torres en la parte superior y las estatuas y bustos que hay enfrente. Es un lugar precioso y elegante.
Me despido de los chicos, de Marina en el auto, y de Lucas en la entrada. No se le permite quedarse fuera, así que me esperará en algún lugar cercano. Por más que le insistí, se negó a no quedarse. Entro al espacio y noto que hay muchas personas en el pasillo, supongo que esperando a que el concierto comience. Llegué con media hora de antelación. Tras una rápida búsqueda en internet, leí un poco sobre el protocolo a seguir en este tipo de eventos y la puntualidad es esencial. Cuando veo que faltan quince minutos para que comience el concierto, me dirijo a ocupar mi localidad.
Cuando ingreso al auditorio, uno de los acomodadores me guía hasta mi asiento. No me lo esperaba, pero Levi me consiguió un buen lugar; estoy entre las primeras filas y todo luce mejor desde aquí. No puedo evitar observar el auditorio, maravillada. Si la fachada me pareció impresionante, por dentro es aún mejor. Genera un sentimiento de grandeza y poder. El espacio está sutilmente iluminado, creando una sensación cálida. En particular, me cuesta creer que haya tantos asientos; es tan imponente que desde donde estoy, las últimas filas apenas son visibles. El único instrumento que se encuentra en el escenario es el piano. Está justo en el centro y luce imponente. Si soy sincera, estoy realmente emocionada. Todo el lugar me ha causado una buena impresión y estoy segura de que esa impresión crecerá aún más cuando comience el concierto. Aunque aún no ha comenzado, lo siento así.
Poco a poco la sala ha ido llenándose. Me sorprendo cuando veo a tres personas dirigiéndose a la misma fila en la que estoy. De los tres, solo conozco a uno: Sebastian. Los otros dos supongo que son sus padres. Él ni siquiera me ha visto. A mi lado se sienta la señora, una mujer de estatura mediana, algo rolliza, con una melena larga y negra. Puede ser tan joven como mi madre. A simple vista, parece agradable y su sonrisa es similar a la de Sebastian, transmitiendo paz. A su lado se acomoda el hombre, quien es alto, delgado y bastante mayor, a mi parecer, para ser su padre. No solo su cabello grisáceo lo delata, sino también las arrugas en su piel. Incluso podría ser su abuelo. Claro, tal vez estoy exagerando un poco.
Sebastian está a punto de sentarse a su lado cuando me ve. Se queda paralizado por un instante. Luego me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Después de unos segundos y de pronunciar unas palabras en el oído de la señora, ella le cede su asiento y ocupa el suyo. De esta manera, termina a mi lado.
—Hola, Anna —me saluda.
—Hola —le respondo amable.
Todavía no me acostumbro a que me llame así. Es extraño, no logro superar que Sebastian tenga recuerdos conmigo que yo no poseo.
—¿Te gusta la música clásica? A mí no, pero vengo a ver a Levi. ¿Sabes que toca aquí?