Flor en tempestad

Capítulo 01

Parte 1

GALANTO

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Pureza, esperanza, renacimiento, consuelo.

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Uno

I know it hurts, it’s hard to breathe sometimes.
Ruelle & Fleurie

Eydell

La noche de la inauguración de la muestra artística a la que había asistido por petición de Dean… Había terminado muy mal para mí. Desde el inicio, mis ánimos no habían sido los mejores para aceptar ir, pero eran ya varias las invitaciones que le había rechazado a mi mejor amigo, que me sentí mal de solo pensar en rechazar una más. Finalmente, acepté ir.

La inauguración había sido otro de esos eventos elegantes a los que Dean, con frecuencia, asistía, y que a mí en particular no me gustaban del todo, primero, porque tenía que usar tacones y prefería mil veces unos cómodos tenis; segundo, porque tenía que usar maquillaje muy elaborado; y tercero, porque pensar en estar rodeada de obras de arte rebosantes de talento me hacía sentir… miserable; me recordaba que no había elegido ese mundo para mí.

Se puso peor cuando mi amigo ejecutó la canción que había compuesto especialmente para esa ceremonia, misma que conforme avanzaba, me había hecho sentir abrumada, con el peso de la decisión que había vuelto mi vida infeliz sobre mí. Empeoró un poco más cuando me presentó con unos docentes y financiadores a los que les había hablado de mí, y hasta incluso les había mostrado las casi nulas fotos que conservaba en mi Instagram de algunas acuarelas que había hecho con anterioridad, nada que pudiera considerar aceptable, si me lo preguntan. Escuchar sus cumplidos me había puesto de nervios.

Tal vez solo lo dicen para no quedar mal, para no herirme.

Poco después, Dean había visto a la chica que le hacía latir el corazón con emoción y quería hablar con ella, por lo que me dejó sola, rodeada de los cuadros que me recordaban, uno tras otro, que jamás vería una de mis obras en un lugar así, porque había decidido abandonar ese anhelo. La noche se fue completamente a la borda un momento después, cuando me acerqué a escuchar un número musical; como si todo el universo se hubiese alineado para evocarme tanto sentimiento abrumador y taciturno como pudiese, la mujer cantaba sobre luchar entre las adversidades y no dejar atrás los sueños, cosa que terminó por tocarme la fibra más sensible para lograr fragmentarme más de lo que ya estaba.

Lo curioso era que mientras la letra de aquella canción estimulaba mi oído, en mi mente solo podía verme cuando era una niña, feliz al tiempo que dibujaba sobre el papel con mis colores. Ese recuerdo incluía a Dean, quien estaba sonriendo junto a mí viéndome elegir el color perfecto para seguir con el dibujo.

Eydell, ¡tu dibujo estará en un museo!

La voz del pequeño Dean del pasado se había colado entre la de la cantante del presente, y recordé casi al instante la forma tan animada y segura con la que había asentido ante esa afirmación. Tan alegre. Tan inocente. Tan ilusionada.

No pude más y casi salí corriendo del lugar, porque necesitaba tomar aire fresco. Pero, pese a eso, no había podido sacarme de la cabeza todos los pensamientos que me atormentaban a raíz de lo vivido en la ceremonia. Porque había decidido renunciar a mi sueño de ser artista y estaba estudiando la carrera de administración. Porque había cedido a las presiones de mis padres y me había traído con ello una vida infeliz.

Y, aun así, no tenía el valor para cambiarlo.

Sobrellevar el cúmulo de emociones que me había mantenido decaída durante los días siguientes a la inauguración no fue lo más fácil, si he de ser honesta. Dean me llamó esa misma noche para preguntarme por qué me había ido, y tuve que mentirle porque no quería que se preocupara por mí, así que solo le dije que me sentía muy cansada y que tenía que terminar ensayos para la universidad, pero había insistido cada día porque, sí, él me conocía bastante bien. Y pese a que me hacía sentir mal, lo ignoré todo y fingí estar bien.

Lo cierto es que me encontraba muy mal.

No podía dejar de pensar en lo que había sentido al escuchar la melodía de Dean, al ver las obras de la exposición rodearme, en la letra de la canción que escuché después. Y todo se transformaba en reproches hacia mí, en molestia y culpa, porque a pesar de que era consciente de que mi estado era gracias a mi decisión de dejar de lado el arte, no podía o no quería responsabilizarme de ello y me era más fácil fingir.

Había pasado más de una semana, y todo, a excepción de mi deplorable estado emocional, seguía como siempre. Tareas, ensayos, clases a las que no les prestaba del todo mi atención, sentimientos de hastío. Lo único extraordinario había sido el correo que entró una mañana en mi buzón electrónico, con una invitación de uno de los docentes de la Academia de Dean que había conocido la noche de la inauguración para que participara en una selección para una muestra colectiva de artistas emergentes. No sabía cómo había obtenido mi dirección —o puede que sí, seguro había sido Dean—, pero el correo vaya que había removido, si es que eso era posible, más sentimientos en mí, la mayoría enfocados a la sorpresa y a la inseguridad.

Como ya se había vuelto costumbre, lo único que hice fue ignorar. Insistieron, tanto el docente como Dean, pero no estaba lista para darles una respuesta. Para decirles lo que de verdad quería, y eso era que no tenía intención de participar porque no tenía el talento, porque no podían desperdiciar el espacio con mis pinturas, y, más importante, que no me dedicaba al arte.

Con el pasar de los días, mi estado había ido deteriorándose, porque se había sumado la presión que sentía de la invitación al no entender por qué apostaban por alguien como yo, al no creerme capaz de defender la confianza que depositaban en mí, al no querer dar mi brazo a torcer. Y, en conjunto con todo lo que ya sentía, de pronto me encontré en un callejón sin salida, consciente de que nada de lo que tenía me hacía feliz, de que nada de lo que decidía parecía lo correcto.




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