Dos
These nights are long. You’ve lost the will to fight. Ruelle & Fleurie
Eydell
Mis pulmones aún dolían con cada aspiración que hacía, pero al menos ya no sentía que me quemaban por la falta de aire. Había pensado que, tal vez, las cosas terminarían rápido después de caer al agua, pero, en definitiva, no había contemplado que alguien me rescataría.
Cuando mi toser me había dado tregua, me volví para ver a quien me había rescatado —o frustrado mi plan—, y me encontré con unos ojos de color azul oscuro grisáceo observándome de vuelta, que contrastaban bastante bien con su piel clara y su cabello rubio cenizo. No estaría segura si lo que estaba viendo se trataba de alguien que me vio caer al lago, o si estaba en la presencia de un ángel o algo así.
¿Morí?
—¿Se encuentra bien? —preguntó el joven que me había sacado del agua.
Como yo, él también estaba empapado. El agua escurría por su rostro, y no era que quisiera observar más de la cuenta, pero su musculatura resaltaba gracias a que la ropa se le ceñía al cuerpo por lo mojada que estaba.
—No lo sé —respondí con sinceridad.
Y era verdad. No sabía qué estaba pasando, si estaba viva, o qué sentía en ese momento.
—La saqué del lago —puntualizó y su ceño se frunció ligeramente—. Poco más y muere ahogada.
Morir…
No respondí. Necesitaba un poco de tiempo para entender lo que sucedía. Entonces algo hizo clic en mi cerebro, y la mediana estabilidad que había logrado mantener en mi respiración y ritmo cardíaco se perdió paulatinamente. Porque el sol estaba haciendo destellar las gotas de agua que se deslizaban por el rostro del muchacho, también las que permanecían en su cabello como rocío matutino, pero estaba segura que era casi de noche cuando llegué al lago. En pocas palabras, no había luz de sol cuando caí al agua, pero en ese momento sí que la había.
No parecía un sol mañanero, ni tampoco uno tardío. Por la luz, parecía ser poco más de medio día. Y era imposible que hubiese estado sumergida en el agua por más de… ¿dieciocho horas? Me habría ahogado, seguro. O era que en realidad sí me había ahogado y solo estaba despertando en el más allá.
Mi cabeza había empezado a punzar. Aun así, me tomé otro momento para mirar a mi alrededor. Había árboles, vegetación, flores. Lucía a la vista precioso, pero no parecía el lugar al que había llegado. Miré hacia el lago: no había barandilla.
¿Qué diablos?
—¿Está bien? —volvió a preguntar él, pero antes de responder a eso, yo necesitaba saber otra cosa.
—¿Dónde estoy?
Él me miró confuso, como si no entendiera por qué cuestionaba aquello, pero de igual forma respondió, con cautela en su voz:
—En las afueras de Dheinae.
¿Dheinae?
Le devolví la mirada con más desconcierto, porque definitivamente mi ciudad no tenía ese nombre.
—¿Me morí?
La pregunta había sido más para mí que para él, pero de todas formas me dirigió sus ojos atónitos, y, durante un momento que pudieron ser segundos o minutos, nos observamos sin parpadear.
—¿Disculpe?
—Es la única explicación que se me ocurre —dije—. Porque no sé dónde estoy, ni siquiera es un nombre que me suene familiar, entonces solo puede ser que sí me haya ahogado y esté en alguna parte del más allá.
Fui consciente de la rapidez con la que mis palabras salieron de mi boca, y la inquietud de mi tono. Y, al parecer, quien me hacía compañía también lo notó, pues en su rostro se plasmaba cada vez más confusión.
—No, señorita —dijo, y me pareció que intentaba mantener la calma—, no está en el más allá. Estamos en las afueras de Dheinae, en Ehaezia, y la acabo de sacar del lago.
No podía, de verdad, no podía entender lo que me estaba diciendo, y quizá debió notarlo pues suavizó su expresión, pero la duda no desapareció del todo de su mirada. Estaba a punto de hablar, cuando me percaté de unos pequeños brazos que sobresalían por detrás del chico, que luego rodearon su cuello al tiempo que una cabeza se asomaba por su hombro, justo del lado donde vislumbré una cicatriz en su oreja y su sien: una niña, quizá de unos diez años, se había asido a él. Tenía rasgos similares, como el cabello claro, aunque ella lo llevaba largo, y los ojos, que eran del mismo azul grisáceo.
—Nia, te dije que volvería a casa —dijo él con un toque de reproche en su voz.
La pequeña sonrió ampliamente, antes de que el joven la tomara por las manos y, con un movimiento firme pero cuidadoso, la posara en su regazo. Solo entonces ella notó mi presencia, y su rostro pasó de la alegría a la timidez. Me observó por unos instantes, para luego con duda toquetear la mano del joven para llamar su atención. Cuando él bajó su mirada, la niña movió sus pequeñas manos en conjunto con sus dedos, haciendo diferentes señales que, por lo que pude ver, el joven entendió perfectamente, porque le respondió de la misma manera, con señas de su mano y moviendo sus labios.
—Ha preguntado si estamos bien —dijo el chico devolviendo su mirada hacia mí después de unos segundos—, porque estamos empapados.
¿Entonces no puede hablar?
—¿Qué le has respondido tú?
—Que la rescaté del agua.
La pequeña sonrió nuevamente, y volvió a llamar la atención del muchacho para hacer nuevas señas con su mano, y algunos gestos con sus ojos y boca. Al cabo de un momento, centró su atención en mí.
—Nia pregunta por qué ha caído al lago. Y es una duda que yo también comparto.
No podía decirle la verdad, en primer lugar, porque posiblemente no lo entenderían—aunque yo tampoco lo entendía del todo—, y, en segundo lugar, porque me daba un poco de vergüenza admitir que mi intención había sido la de desprenderme de mi vida. Aunque, en realidad, seguía sin saber si había completado el cometido.