Flor en tempestad

Capítulo 03

Tres

Eydell

Apenas habíamos avanzado unos pasos, y ya me sentía todavía más extraña que antes; si realmente había muerto, así no era como imaginaba el mundo del más allá. Definitivamente.

Era precioso. Una especie de bosque repleto de árboles de distintos tamaños, pero frondosos, llenos de vida. Había vegetación por todos lados, y flores, muchas flores, que me causaban asombro y curiosidad en partes iguales, porque muchas de ellas eran desconocidas para mí, y seguro eran las que perfumaban con ese aroma fresco y dulce a la vez nuestro alrededor. El ambiente se sentía cálido, acogedor… y mágico.

En mi recorrido visual me topé con las espaldas del chico que me había sacado del agua y la de la pequeña parecida a él, quienes iban por delante de mí. La de mi salvador era amplia y destacaba por su estatura, que me llevaba algunos centímetros, y la de la niña mucho más pequeña y delgada. Verlos me hizo pensar que podrían bien ser hermanos, porque su cabello, su piel, y sus ojos eran idénticos, pero no podía estar segura del todo.

Ellos iban comunicándose a su manera, pero yo me sentía totalmente ajena a todo.

Mientras más nos alejamos del lago, más rara me sentí. Era una vista preciosa, sí, pero no dejaba de ser inverosímil para mí, porque ese no era el lugar que había dejado luego de lanzarme al agua. Aproveché que pasamos cerca de unos pequeños arbustos en los que crecían unas flores pequeñas pero muy coloridas, y de las que salían espinas de sus tallos. Las espinas eran perfectas, según mi razonamiento, para despejar las dudas, porque de pronto me encontré posando mi dedo en la punta de una y haciendo presión suficiente para perforarme la piel.

Sentí el dolor propio de un pinchazo, y una fina gota de sangre brotó casi inmediatamente.

De estar muerta no correría sangre en mis venas, ¿o sí? Tampoco me habría dolido.

Me mantuve unos segundos observando la gotita roja en mi dedo como si hubiera sido el mayor descubrimiento de la historia, entre sorprendida y asustada, hasta que alcé mi vista y me encontré con que el joven y la niña estaban algo lejos de mí. Entonces me apresuré para alcanzarlos.

Nada me preparó para lo que vería después.

Por estar inmersa en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que estábamos llegando al borde del bosque. Un amplio pastizal hacía la división entre lo frondoso y lo que parecían viviendas que alcanzaba a ver al otro lado, construcciones de techos cónicos y achatados.

Cruzamos el pastizal, pero yo no podía mantener mi vista fija en un solo punto. El cielo estaba claro, el sol brillaba en lo alto y todo era tan hermoso. Incluso un grupo de aves sobrevoló nuestras cabezas, pero eran aves que, juraría, jamás en mi vida las había visto, ni en persona, ni en libros, ni mucho menos en los programas educativos de Animal Planet.

Cuando nos acercamos a las construcciones comprobé que eran viviendas, hechas de roca y madera, y adornadas con flores en las ventanas, escaleras y alrededores. Y mientras más pasos dábamos, más constantes se hacían las viviendas.

—Desde aquí puede tomar el camino que requiera —me dijo el joven, después de que nos detuvimos en un lugar más poblado.

Había, además de más viviendas, habitantes por ahí y por allá, algunos caminando, otros charlando cómodamente, y otros en sus labores, pero todos de apariencia similar: las mujeres vestían con faldas, ya fuera holgadas o ligeramente rectas, y chalecos o corsés por encima de sus blusas, unas pocas con capas anchas por encima; los varones llevaban pantalones, algunos con botas altas por encima, chalecos y sacos, o capas largas.

Era, sin duda alguna, un lugar diferente de mi ciudad. Por mucho.

Él me observó por unos segundos. Luego se dispuso a girarse hacia la niña, al parecer, a punto de seguir su rumbo. Y fue solo porque tomé la manga de su camisa —que noté un poco húmeda aún—, que se detuvo.

Me asustaba quedarme sola después de darme cuenta de que no sabía en dónde estaba.

Intercambiamos mirada unos instantes, los suficientes para que se agachara hasta quedar a la misma altura de la niña y pedirle que se adelantara, con ayuda de su voz y algunas señas. En ese momento, nos quedamos en silencio.

—No es usted de aquí, ¿cierto?

Negué lentamente con mi cabeza. Y no pude evitar que el nerviosismo asomara por la manera en la que mis manos empezaron a juguetear entre sí.

—La verdad es que no sé cómo llegué a este lugar.

Lo dije con toda mi sinceridad, y él pareció entender. Pero lo que dijo a continuación me descolocó por completo.

—No se supone que pueda llegar sin un portal —dijo en voz baja pero firme; su mirada hacia mí también lo era.

—No entiendo…

—Usted llegó a Ehaezia, al parecer, a través del lago en el que la encontré. Pero no es de aquí; si mis suposiciones son correctas, viene del mundo de los humanos.

Ehaezia… Mundo de los humanos… ¿Qué es todo esto?

Traté, en serio, traté de darle un sentido a sus palabras, pero parecía que todo mi cerebro se había desconectado. ¿Ehaezia era el mundo al que iban los muertos? ¿No había comprobado ya que estaba más que viva? Y aunque traté también de decir algo, no pude siquiera formular una simple frase. Ni un monosílabo.

—Mi labor como miembro de la Guardia Real sería llevarla de inmediato con la autoridad…

¿Autoridad?

—Ni siquiera sé qué está pasando —dije de pronto, interrumpiendo al chico y sin que pudiera esconder el pánico que me sobrevino—, ni en dónde estoy, ni…

—Tranquila —fue su turno de interrumpirme, y en ese momento, suavizó el tono de su voz—. Mientras veníamos hacia aquí, Nia me pidió que la ayudara, pues parecía muy confundida. Aún parece estar confundida.

¿Pues qué esperabas?

Me sentía peor que confundida.

—¿Por qué cayó al lago? —inquirió, una vez más.




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