Flor en tempestad

Capítulo 04

Cuatro

Warren

No debía llevarla conmigo. Mi deber dictaba que, pese a que me encontrara en mi periodo de descanso —obligatorio, en realidad—, lo correcto era llevarla ante la Guardia para que determinara lo mejor para ella y, en el caso, para el reino. Podía tratarse de una intrusa, alguien que trataba de infiltrarse en Ehaezia, o una humana que quisiera información de nuestro mundo para traer a su raza luego e invadirnos. Por eso debía llevarla con mis superiores.

Pero ella no lucía como una intrusa o una espía. De hecho, lucía tan confundida y asustada desde que la había sacado del agua, que se veía a leguas que genuinamente no sabía lo que estaba sucediendo. Tal vez por eso le creí con facilidad y sentí algo de empatía por ella, porque eso de sentirse perdido en un lugar en el que, por lo que sea, no se supone que te corresponda estar, es complicado de sobrellevar. Y porque su mirada me intrigaba tanto como me hacía sentir que quería protegerla, aunque fuera solo un poco más.

Por eso, al final, decidí llevarla conmigo.

No era lo más prudente, pero algo en el fondo me decía que no tenía nada más a lo que aferrarse. Quizá me ganase una llamada de atención después por no haber actuado de acuerdo a nuestros protocolos, pero al menos habría podido ayudarla.

Porque ese era mi deber, ayudar. Aunque, ciertamente, no era capaz de entender por qué me nacía el querer cuidar de ella.

Eydell

Si las viviendas de antes me habían parecido fantásticas y bonitas, lo que encontré a medida que nos acercamos a otra parte del pueblo me dejó anonadada. Las casas eran un poco más grandes, construidas en su mayoría de madera con techos en forma de A, con predominio de los colores arena y marrón.

—No puedo creer lo que estoy viendo.

Había dicho aquello más para mí, pero el chico a mi lado pareció encantado de haberlo escuchado, de todas formas.

—Dheinae es un pueblo hermoso, ¿no cree?

Sí que lo era. Dheinae, un nombre que jamás había escuchado pero que, en definitiva, me dejaba cada vez más sorprendida por lo bello y pintoresco que era. No solo distinguía hermosas viviendas a mi alrededor, sino que también había construcciones dedicadas al comercio, según lo que pude entender gracias a los letreros colgantes sobre algunas entradas o escaparates, aunque si bien, la escritura estaba hecha con un idioma que no podía identificar.

—No puedo negarlo… Eh…

De pronto había caído en cuenta de que no sabía el nombre del muchacho.

—Warren —completó, tal vez entendiendo la duda con la que no terminé mi respuesta—. Warren es mi nombre.

Por fin podía llamar por su nombre a quien me había sacado del agua. Warren.

—El mío es Eydell.

Por lo menos ya no éramos unos completos desconocidos.

Continuamos nuestro camino hasta que nos alejamos del bullicio y doblamos por una vereda delimitada por árboles y algunas plantas. Alrededor había más construcciones como las que había visto al inicio del pueblo, de techos achatados y adornadas con flores de muchos colores. Así anduvimos hasta que llegamos a una que lucía amplia, de color crema y techo marrón, separada del resto por un jardín lleno de pasto verde, flores y algunos arbustos. La vista era tan acogedora como fantástica.

Estaba a punto de preguntar si ese era su hogar, cuando la puerta de madera oscura se abrió y de ahí salieron la niña que había visto antes junto con una chica mayor, probablemente de mi edad.

—Warren, Nia dijo que ya venías, pero has tardado —dijo la mayor, su voz sonaba tranquila a pesar del reclamo.

—Lo siento.

Entonces ambas me miraron; la pequeña con una sonrisa encantadora, y la mayor con un poco de curiosidad y escepticismo al mismo tiempo.

—Veo que traes compañía.

Saludé con mi mano por inercia mientras la observaba con detenimiento. Su cabello claro y el color de sus ojos me indicaron que era alguien más de su familia, aunque no lo hubiese comprobado realmente; era imposible que no fueran hermanos con tanto parecido.

—Entonces era cierto lo que dijo Nia —comentó la joven cuando Warren y yo nos acercamos a ellas—, que nuestro hermano había rescatado a una chica del lago.

Lo sabía, son hermanos.

—Bueno, creo que así fue —respondí sonriendo levemente, quizá un poco avergonzada.

La pequeña movió sus manos dibujando señales tan rápido que no podía siquiera identificar dónde terminaba una y empezaba otra. Pero sus hermanos sí que las habían entendido, porque la mayor comenzó a reírse y él se rascó la nuca, dejándome con la inquietud de saber qué había comunicado.

—Me llamo Aileen —dijo la joven al tiempo que extendía su mano hacia mí.

—Eydell —le respondí estrechando su mano.

Después de las presentaciones, me pidieron que entrara a la casa. Dentro era tan hermosa como por fuera, con muebles de madera, algunas artesanías sirviendo como adornos, y con la iluminación que entraba directa del sol a través de las ventanas que le daba un toque todavía más mágico y acogedor.

Lo cierto es que me sentía dentro de una novela de fantasía. Aunque eso que había dicho Warren sobre que había llegado de mi mundo a ese lugar mediante un portal… Eso bien podría haber salido de la cabeza de Rowling. Y no hacía más que confundirme.

Los hermanos intercambiaron algunas palabras, antes de que Aileen me pidiera que la acompañara a su habitación, donde sacó varios vestidos parecidos a los que había visto en las calles del pueblo, pero mucho más hermosos; me dijo que podía tomar el que quisiera.

—Tu ropa llama mucho la atención —me dijo con tranquilidad—. No eres de Dheinae, ¿cierto?

Negué mientras veía fascinada la vestimenta que me había acomodado sobre su cama. En definitiva, era ropa que no usábamos en mi ciudad.

—Entonces… ¿Lenderae? ¿Calasea? ¿Qué parte del reino?




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