Flor en tempestad

Capítulo 08

Ocho

Eydell

Jamás me habría sentido completamente preparada para ver el interior del palacio. Jamás. Porque jamás en mi vida me había planteado la posibilidad de que pisara uno, para empezar.

Después de subir unos cuantos tramos de escaleras más, llegamos a una plataforma amplia y circular, con gran parte del castillo al otro extremo. Era inmenso viéndolo desde ese punto, y eso que atrás habíamos dejado varias torres y partes de la construcción, no me podía creer lo bello e imponente que lucía, incluso parecía que su punta más alta alcanzaría a tocar el cielo.

Para seguir el recorrido, atravesamos un jardín precioso, tan precioso que me hizo sentir la necesidad de felicitar al jardinero por tan excelente cuidado y atención. Las flores crecían por todos lados, y eran flores de todo tipo, desde las que parecían ser rosas, dalias, gerberas, begonias, hortensias, hasta algunas otras que no supe identificar, todas en colores claros que hacían juego increíble con la fachada del palacio, que era blanca con detalles plateados y celeste como los marcos de las ventanas y algunos otros. Al centro del jardín había una fuente de base circular con un pilar alto del que caía agua por todo su perímetro, haciéndolo parecer que era una torre hecha de agua completamente.

Si el jardín me había impresionado sobremanera, no sabría decir qué sentí cuando entré al palacio; tan solo estaba en el vestíbulo principal, y me sentía anonadada por toda la belleza del lugar. La estancia era redonda y amplia, cubierta por un piso que me hacía recordar el mármol y paredes de un blanco impoluto que imponía tanto como encantaba. Al frente había dos escaleras que seguían la forma del perímetro, elevándose en curva hacia un segundo piso, y creando una especie de marco en la planta baja a un ventanal que daba vista a lo que parecía ser otro jardín.

No pude evitar acercarme a una de las paredes, porque me llamaba la atención el detalle que se veía a la distancia, que cuando estuve a unos cuántos centímetros, me impresionó mucho más. Era todo un patrón de círculos y líneas curvas hechos en bajo relieve, sutiles pero que le daban un toque artístico, y tampoco pude evitar rozar con mi dedo para demostrarme una vez más que lo que estaba viendo era real, pues sentía bajo mi piel el frío de la pared y los bordes del bajo relieve.

—¿Señorita Eydell?

La voz de Gilmer me había devuelto la atención a lo que estaba haciendo en ese lugar, a que estaba siguiendo a los guardias, y pronto me volví hacia él; se había acercado, junto con Warren, a una pared lateral, y ambos me estaban esperando, así que dejé mi apreciación hacia los detalles de la pared y me uní a ellos una vez más.

Caminamos por varios pasillos, algunos estrechos, otros amplios, pero todos igual de majestuosos; blanco por todos lados, y ventanales, muchos ventanales, además de escaleras. El diseño de la construcción hacía que los lugares se vieran amplios, y los cristales de los ventanales me permitían observar algunos de los paisajes del exterior, que variaban, según creo, de acuerdo la posición en la que nos encontrábamos en el castillo; pude ver más jardines, la vegetación de los bosques, la ciudad pintoresca a lo lejos, e incluso alcancé a ver un mar.

Sorprendente.

No tenía idea de hacia dónde nos dirigíamos, ni qué dirección estábamos tomando, porque subimos y bajamos escaleras, pero me había parecido que el palacio era enorme, y el reino inmenso. Pensar en ello me llenó de una extraña curiosidad.

—Hemos llegado al despacho del príncipe —anunció Gilmer luego de detenernos frente a una puerta.

Vaya que era una puerta altísima. Durante el recorrido habíamos cruzado arcos altos, pero ninguno tanto como la puerta que tenía al frente. Imponía y eso que solo era una puerta de color blanco —cómo no—, y adornos como los de la pared del vestíbulo principal decorando su superficie en color plata.

Impresionante.

De pronto me sentí ansiosa, con temor de conocer al príncipe, porque por lo ostentoso y elegante que era su palacio, me daba la idea de que sería alguien rígido, tal vez nefasto, como muchos personajes de la realeza que había leído en novelas.

—¿Debo saber algo antes de entrar? —pregunté con timidez, siendo consciente de que no tenía ningún conocimiento sobre comportamiento frente a la realeza.

Cuando iba a saber que necesitaría aplicar reglas de etiqueta para presentarme frente a un príncipe.

—Nada importante, señorita Eydell —respondió Gilmer después de reír con suavidad.

Miré a Warren, quien había permanecido en silencio durante todo el trayecto, y me devolvía la mirada con una sonrisa muy sutil dibujada en sus labios.

—Nunca he estado frente a alguien tan importante —argumenté, volviendo mi atención hacia Gilmer y procurando que mi tono de voz no delatara lo nerviosa que me sentía—, mucho menos a alguien de la realeza, por lo que no sé nada de modales propios para ello, o esas cosas.

—No creo que lo necesite, señorita —comentó Warren, y casi me pareció ver la sutil sonrisa de antes ensanchándose.

—Veremos al príncipe solo un momento —dijo Gilmer—, no tiene que preo…

En ese momento se abrió la gran puerta, interrumpiendo al hechicero.

—Warren, no puedes ser tan adicto a tu trabajo, lo digo en serio —interrumpió una nueva voz masculina.

Los tres dirigimos nuestra mirada hacia el dueño de la voz; Gilmer y Warren de inmediato hicieron una reverencia ante el joven que había aparecido por la puerta. Debía ser el príncipe Liam, porque destilaba realeza por los poros, y no lo afirmaba porque me hubieran dicho que estábamos frente a su despacho, o porque llevara una vestimenta mucho más sofisticada que la de los guardias, ni por la sutil corona de plata que llevaba en su cabeza, aplacando un poco las ondas de cabello rojo cobrizo que caían hasta por debajo de su nuca.




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