Eydell
Caminamos otro tanto de tramos de escaleras y pasillos, yo en silencio y los tres chicos charlando, aunque en realidad había sido más Liam sermoneando a Warren sobre el descanso y lo que significaba estar fuera de servicio, y Gilmer desplegando sonrisas, al parecer, divertido por las reacciones de Warren. Me dio la impresión, entonces, de que se llevaban tan bien, que más que parecer un príncipe y sus guardias personales, eran amigos muy cercanos.
Una amplia puerta doble nos marcó el final de aquel pasillo, y supuse de inmediato que ese sería el lugar donde encontraríamos a Aidan y Clea, quienes, me explicaron los chicos, servían al reino ostentando los títulos de Hechiceros Reales. Además, Gilmer contó que ellos habían sido sus maestros en sus tiempos de aprendiz de hechicero, por lo que avalaba con su experiencia lo poderosos que eran.
El guardia hechicero elevó la palma de su mano hacia la puerta, una vez que estuvimos a un par de pasos de distancia, y aguardó un momento. Con extrañeza fruncí mi ceño, porque no entendía lo que estaba haciendo, y porque, claramente, para el príncipe y para Warren era un gesto natural, hasta que fui testigo de algo que cambiaría todo lo que había conocido hasta ese momento. Mientras él movía sus labios como si estuviera recitando algún silencioso cántico, de sus manos brotaron diminutos destellos amarillos que se dirigieron a la superficie de la puerta.
Si el pequeño espectáculo me había causado impresión, no tenía palabras para lo siguiente. Los adornos de las puertas, que también eran parecidos a los de la pared del vestíbulo principal, empezaron a iluminarse en orden ascendente, como si un líquido luminoso corriera por las hendiduras, convirtiendo el decorado en trazos de luz extendidos por toda la superficie de las puertas. Un par de segundos después, la luz se había apagado.
Lo he imaginado, ¿cierto?
Me respondí de inmediato: no, no lo había imaginado. Lo había visto y no había engaño en ello, a menos que hubiesen preparado todo para hacerme creer lo que veía, pero pensarlo así me sonaba más ridículo que cierto, a decir verdad; lo había visto y era real.
—¿Qué fue eso? —no pude evitar preguntar en voz alta, con conmoción impregnada por completo en mis palabras.
—¿Se refiere a la luz? —quiso saber Gilmer, volviéndose hacia mí con una sonrisa. Asentí, por lo que prosiguió—: es la manifestación de mi magia.
—Magia —repetí anonadada, como si eso me sirviera para corroborar lo que había escuchado.
—Magia —afirmó Gilmer una vez más, su sonrisa se había vuelto más amplia—. ¿Nunca la había visto, señorita Eydell?
Sí, claro, en un programa de TV en el que revelan los trucos que usan para engañarnos. ¡Ilusiones, pues!
Pero no fui capaz de soltar mi comentario sarcástico en voz alta, por lo que sólo me limité a negar con lentitud.
—¿Y qué fue lo que hiciste? —pregunté, esa vez acercándome a la puerta para mirarla con detenimiento, quizás en busca de focos LED o algo que pudiera revelar que no había sido magia en realidad.
—He llamado a la puerta.
Me volví hacia Gilmer y lo observé con él ceño fruncido. Él, en cambio, me devolvía una sonrisa como de satisfacción.
—¿No tienen la costumbre de tocar aquí? —inquirí, y junto con ello, hice un gesto con mi mano simulando tocar una puerta con los nudillos para enfatizar.
—Regularmente, sí —respondió el hechicero—, pero dentro del palacio, entre hechiceros, es más divertido así.
¿Está bromeando?
Al final, quién era yo para juzgar las prácticas del reino. O de sus habitantes.
Iba a hacer más preguntas, cuando una de las puertas se abrió. La cabeza de una chica asomó, y tras observar a Gilmer, salió por completo para recibirnos.
—Joven Gilmer, sabía que era usted —dijo con su voz dulce. Luego se dirigió a Liam e hizo una leve reverencia—. Alteza, bienvenido.
Se trataba de una joven de piel morena, quizá de unos 20 años de edad, de cabello ondulado largo y oscuro. Vestía un precioso vestido celeste liso de falda ancha y larga, con una fina decoración de color lila en el torso y las mangas.
—Has mejorado mucho con tu detección de presencias, Renée.
La joven sonrió de oreja a oreja. Entonces observó a todos los que estábamos ahí y sus ojos pardos de inmediato se posaron en mí con curiosidad.
—¿Quién es ella?
—Por hoy, Eydell es nuestra huésped —. Había sido Liam el encargado de responder.
—Eydell… —la chica me observó con detenimiento por unos segundos—. ¡Vienes del mundo humano!
Me sobresalté con la afirmación, y al mismo tiempo, me sentí vulnerable por tercera vez en menos de medio día.
—Creo que… sí.
—Renée, hemos venido a hablar con Aidan y Clea —anunció el príncipe con amabilidad.
Renee asintió acompañada de una sonrisa, y abrió para nosotros las puertas de par en par. Entonces pude ver una sala circular amplia rodeada de libreros, y un par de sillones que lucían bastante cómodos en el centro. Todo estaba cuidadosamente ordenado, y el ambiente de paz se sentía bañado con un aroma de lavanda y sutiles toques de menta, algo que me pareció tranquilizador y mágico al mismo tiempo, incluso lo más mágico de todo lo que ya había visto en mi poco tiempo de estancia en el reino. Al fondo de la sala había un arco que conducía a un estudio con un gran escritorio al centro y cientos de artefactos y libros colocados en vitrinas alrededor.
Los objetos en las vitrinas llamaron mi atención, así que me acerqué para contemplarlos con asombro, aunque muchos de ellos ni siquiera los podía reconocer pese al parecido que tenían con cosas como brújulas, relojes de arena, cajitas musicales, entre otras más, y no sabía si tenían la misma función que los artefactos que conocía de mi mundo. Aun así, todos lucían fascinantes.
—Joven príncipe, qué sorpresa —mencionó una voz masculina y profunda por detrás de nosotros.