I know you can’t remember how to shine.
Ruelle & Fleurie
Warren
Necesitaba ponerme a trabajar, porque eso del «descanso» me estaba volviendo loco. Quizá ese habría sido el principal motivo por el que me ofrecí para llevar a Eydell a los santuarios del espíritu Nadur a lo largo del reino. Solo quizá, porque después me di cuenta de que en realidad había despertado un interés en mi interior que se inclinaba a pasar un poco más de tiempo con ella, y conocerla mejor.
Después de haber decidido el plan, y cuando los hechiceros reales dejaron su hechizo en ella para que su energía humana no pudiera ser detectada con facilidad, así como el de Gilmer para cambiar el color de sus ojos —lamentable para mí, puesto que el marrón me parecía perfecto—, Eydell y Renée se fueron, junto con Liam, al interior del estudio, básicamente para que Renée pudiera llevar a cabo un interrogatorio sobre los humanos a Eydell, según ella, porque quizá no volvería a tener la oportunidad, al menos en mucho tiempo, de entrevistar a uno.
Todo el mundo estaba enterado de la fascinación de Renée hacia el mundo humano, por eso no podía perdonarse el dejar pasar una oportunidad tan valiosa. Sin embargo, yo aguardé un momento más junto con Gilmer, porque tenía una duda que resolver antes de partir de vuelta a Dheinae.
—Maestros, ¿me permiten formular una pregunta?
—Adelante, Warren.
—¿Está bien que Liam nos acompañe?
En ese momento, no era el príncipe, sino mi amigo, por quien estaba preguntando. Podía ser muy diplomático al momento de desempeñar mi labor, pero también podía preocuparme genuinamente por mi amo y mi amigo.
—Al príncipe le hará bien visitar su reino —me explicó Aidan con aire paternal—. Más pronto que tarde deberá asumir su puesto de heredero, y se convertirá en nuestro rey, por lo que debe empezar sus preparativos.
—Sabemos que aún es pronto para él —intervino Clea, su tono de voz también era cariñoso—, pero si no le damos un empujoncito, no avanzará.
—Liam no se encuentra bien, hablando emocionalmente —debatí, aunque moderando mi voz para que sonara calmada.
—Precisamente por eso, amigo —. Gilmer había colocado su mano sobre mi hombro, y, además, me sonreía, como siempre hacía—. Si queremos ayudarlo, este es un buen pretexto para que visite a su gente y se convenza de que está hecho para el puesto.
No quise agregar más, porque al final, tenían razón. Asentí y me disponía a dirigirme al estudio, pero Gilmer me detuvo una vez más, jovial, rodeando su brazo por detrás de mi espalda y sobre mis hombros.
—Además, sospecho que este viaje te ayudará a ti también.
Apenas iba a preguntarle a qué se refería, cuando rápidamente me soltó y se adelantó, no sin antes guiñar uno de sus ojos color miel.
Resoplé. A veces me era complicado entender a Gilmer.
Más tarde, y luego de despedirnos de todos, Eydell y yo salimos del palacio, cruzamos el puente y nos adentramos al bosque que nos llevaría de vuelta a Dheinae. Llevábamos caminando, posiblemente, una hora, ambos en silencio, pero lo que más me estaba inquietando, de alguna forma, fue ver a Eydell cabizbaja casi todo el recorrido, apenas notando lo que había alrededor.
—¿Se siente bien, señorita Eydell? —quise preguntar, en parte porque me estaba preocupando su silencio, y en parte porque deseaba aminorar el ambiente de pesadez que se cernía sobre ella.
—¿Por qué lo dices?
—No ha hablado en todo el camino, incluso desde antes de que dejáramos el palacio. Y puedo jurar que se está empezando a notar una nube gris encima de usted —bromeé.
Eydell miró con sobresalto hacia el cielo, y al darse cuenta de que no había tal nube, me dirigió la mirada con desconcierto.
—No hay una nube encima de mí —repuso.
—Tal vez exageré un poco, pero es verdad que no se ve del todo bien.
Se veía triste, y estaba haciendo un esfuerzo muy grande por ocultar lo extraño que eso me hacía sentir a mí, además de no incomodarla por ser indiscreto.
—No sé cómo me siento, a decir verdad —respondió ella con sinceridad y mostrando una media sonrisa que no llegaba a tocar sus ojos—. Pero gracias.
—No tiene que agradecerme.
—Claro que sí… Eres la primera persona que me pregunta cómo me siento con respecto a todo esto.
La está pasando mal. ¿Qué debo hacer?
—Solo será momentáneo —dije, en un bobo intento de hacerla sentir mejor—. Si tiene un obsequio de Nadur, seguramente le servirá para poder comunicarse con ella y pedirle que la devuelva a su hogar.
—Volver, ¿eh?
Su voz me había sonado lejana, como si ella misma dudara de querer hacerlo. La curiosidad irracional se apoderó de mí, y, al mismo tiempo, un vago pensamiento de que me agradaba la idea de que se quedara cruzó por mi cabeza.
—¿Sucede algo con volver?
—Nada, en realidad.
Entonces volvimos a quedarnos en silencio. Para mí era claro que sucedía algo, pero no quería presionarla a desahogarse, notando que le costaba trabajo hablar del tema. Por ello, opté por permanecer en silencio hasta que quisiera hablar nuevamente, cosa que tardó más de lo que me hubiese gustado esperar.
—No sé qué está pasando… ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo sentir? ¿Qué pasará luego?
—Tal vez es muy pronto para que se atormente con todas esas preguntas.
—No, no es por ahora.
Eydell, que iba caminando un paso por delante de mí, se detuvo sin aviso, y yo, que me había distraído un segundo observando el cielo para comprobar la posición del sol, casi colisiono con ella; se giró para mirarme justo a tiempo para que yo pudiera tomar control de mi cuerpo y evitar que nos estrelláramos.
—No sé qué rumbo ha tomado mi vida, ni siquiera sé si aún tengo el control.
Eydell estaba muy cerca de mí, y antes de escucharla y pensar mi respuesta, estaba pensando en lo lindos que eran sus ojos, incluso siendo de un color más claro que el marrón, enmarcados por unas pestañas gruesas y largas. Tuve que obligarme a dar un paso atrás para recuperar mi atención a lo que importaba en ese momento.