Parte 3
PROTEA· · · ·
Fuerza interior · Cambio · Crecimiento personal · Nuevos comienzos
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OnceEydell
Ya estaba lista cuando el príncipe Liam y Gilmer habían llegado a la casa de Warren, la mañana siguiente.
Aileen me había prestado vestimenta nueva: se trataba de una blusa de color caramelo con un leve escote en V, un bolero con mangas a tres cuartos en un tono más oscuro, con una fina cadena plateada unida a cada extremo del cuello; el corsé belt hacía juego con el color del bolero, con un cordón en color arena cruzado por el frente. Del corsé caía una falda con dos cortes a lo largo y a los costados, del mismo color caramelo; por debajo llevaba un pantalón de tela suelta y unas botas altas para detenerlo.
Era el vestido que más me había gustado hasta ese momento. Pero, aunque me sentía cómoda con la ropa, mi corazón no dejaba de latir con fuerza, inquieto.
—Alteza, disculpe usted que haya tenido que venir a esta humilde morada —se disculpó la madre de Warren cuando Liam entró, junto con Gilmer, a la casa.
—No se disculpe, señora Nayra —respondió el príncipe con tranquilidad y amabilidad en su voz—. Su casa es preciosa, es un honor para mí venir aquí.
—Alteza, me halaga.
La madre de Warren parecía verdaderamente apenada, pero a la vez encantada, lo que me hizo sonreír. En ese momento, Gilmer se dio cuenta de mi presencia.
—Señorita Eydell, buenos días.
Devolví el saludo inclinando un poco mi cabeza; aún no podía acostumbrarme a la etiqueta y demás formalidades reales.
Gilmer y el príncipe lucían muy diferentes de como los había visto el día anterior: Gilmer no llevaba su uniforme, sino que vestía como la gente que había visto en la zona concurrida de Dheinae, solo que él llevaba botas altas sobre su pantalón, una camisa sin botones y de mangas largas y sueltas, y una capa corta con un cuello alto. Aún portaba una espada a su costado, y su cabello largo lo llevaba suelto aquella vez. Tenía, también, un morral cruzado por su torso.
A un lado estaba Liam, vestido con un pantalón y botas por encima, una camisa sin botones con las mangas elevadas hasta los codos y un cinturón ancho por encima. No llevaba puesta su corona, pero, al igual que Gilmer, portaba una espada con su funda unida al cinturón. Pese a que vestía como cualquier pueblerino, al menos de Dheinae, no perdía ni un poco su aura real.
Mientras la madre de Warren charlaba con el príncipe y con Gilmer, Warren apareció en la estancia. Llevaba un pantalón en tono oscuro con unas botas bajas, una camisa de color arena con las mangas elevadas un poco antes de sus codos y una capa por encima. Pese a verse de esa manera, me sentí asombrada porque lo había visto por primera vez portar una espada a su costado, lo que lo hacía ver más imponente, sumado a su complexión que ya de por sí denotaba su fuerza.
—Buenos días, señorita Eydell —me saludó con cordialidad, inclinando su cabeza un poco hacia abajo, cuando se acercó.
—Buenos días.
—¿Está lista?
No. Pero no iba a decirlo en voz alta.
—Tanto como puedo estarlo —mentí con apagada alegría.
Warren me dedicó una pequeña sonrisa, y eso fue suficiente para que me sintiera un poco tranquila. De alguna forma, aunque no sabía qué estaba por suceder, sabía que podía confiar en él.
—Podemos partir cuando de la indicación, alteza —mencionó Gilmer una vez que estuvimos los cuatro reunidos.
—¿Estás lista, Eydell? —me preguntó Liam volviéndose hacia mí.
No lo estoy, pensé nuevamente. No lo dije. En cambio, asentí.
Demoramos unos minutos más en despedirnos de la madre de Warren y de sus hermanas. Prefería pensar que no sería la última vez que las vería, pero al final, por si no volvía, les di un abrazo apretujado a cada una, y ellas me lo devolvieron con un gran cariño que nos habíamos creado en tan solo un día, y deseándome un buen viaje.
Antes de partir, Nia fue corriendo hacia mí, lo supe porque sus bracitos se habían enrollado a mi cadera, lo cual me hizo parar. En su mano sujetaba una pequeña flor de color rosa intenso. La tomé y me giré para poder verla.
—¿Es para mí? —pregunté, señalándome con mi dedo.
La pequeña asintió con una gran sonrisa en su rostro.
—¿Quién te dijo que me encantan las flores?
Nia se encogió de hombros, pero su sonrisa no desapareció. Sus manos dibujaron señas, de las cuales identifiqué una: feliz.
—Nia dice que quiere darte la flor para que sonrías —. Aileen se había acercado, y me ayudaba a entender lo que quería comunicar Nia con las señas de sus manos—. Dice que… A Warren le gusta más… verte sonreír.
Miré con sorpresa a Aileen, quien me devolvía la misma mirada a mí, y ambas observamos luego a Nia, que seguía mostrando su gran sonrisa. No entendía a qué se refería, pero no había podido evitar que las mejillas se me sonrojaran un poco, lo supe porque también sentí calor en mis orejas.
—¿Es eso lo que habías dicho antes, a tu hermano? —le pregunté, recordando cuando había hecho señas a Warren y él se había puesto algo incómodo, el día que me sacó del lago.
Nia negó con su cabeza, aparentemente divertida porque su sonrisa seguía intacta.
—Supongo que no vas a contarme, ¿cierto?
Nia volvió a negar. Yo, por mi parte, me sentí muy sorprendida por su audacia a pesar de su corta edad.
—Gracias, Nia —le dije, con la voz y con la seña que me habían enseñado antes, y dejé en su cabeza una caricia afectuosa—. Espero verte otra vez.
Le dediqué una última sonrisa antes de ponerme de pie y seguir a los chicos. Gracias al cielo, Warren y los demás estaban esperándome varios pasos adelante, y no se habían enterado de lo que Nia había expresado, sino me habría puesto en una situación un poco bochornosa. Aunque…