Eydell
Estábamos muy cerca del santuario. Mi corazón llevaba rato latiendo agitado, y nada tenía que ver con la caminata a través de la montaña que habíamos hecho para llegar ahí.
No me había dado cuenta, pero llevaba un rato sujetando la piedra de Nadur con una de mis manos, aunque no entendía bien por qué. Una parte de mí estaba ansiosa por llegar al santuario, por saber si podría comunicarme con Nadur y si me diría a qué realmente me había llevado al reino. Pero otra parte de mí, una que no quería reconocer, deseaba no llegar al santuario, porque si ahí me encontraba con la forma de volver a casa…
Traté de quitar los pensamientos que se arremolinaron en mi cabeza poniendo atención a mi entorno. Liam iba caminando al frente, dirigiéndonos, y Gilmer iba solo un paso detrás de él, ambos iban charlando sobre la comida de antes; Warren iba a mi lado, en silencio. Caminábamos por un sendero ascendente de roca y barandales de madera a los costados. Como estábamos sobre algunos metros del nivel del mar, el viento soplaba fresco y revolvía con gracia las hojas de los árboles sobre nuestras cabezas.
El viento traía consigo el aroma de toda la naturaleza que nos rodeaba, del pasto y la vegetación que crecía en aquella tierra, y de las flores que había salteadas, pero que conforme nos acercamos al santuario, abarcaban más espacios; las que predominaban eran las blancas, pero no lograba identificar alguna, solo podía admirar su belleza, y asombrarme porque se mecían con gracia y delicadeza al compás del viento, haciendo parecer que danzaban.
—Señorita Eydell, hemos llegado.
La voz de Warren hizo que prestara toda mi atención a la construcción que tenía al frente, que no se parecía a lo que había imaginado, a decir verdad. Basándome a mis experiencias con libros y series de fantasía, esperaba encontrarme con un edificio imponente, un mausoleo o una ruina solemne, pero no la pequeña… ¿choza?, que teníamos al frente.
Miré a Warren con algo de desconcierto, y luego volví a mirar el santuario. Era una construcción circular de lo que parecía madera y piedra, con un techo puntiagudo de algún material que no pude identificar. Estaba elevada del piso sobre una base también de madera y unos escalones de piedra indicaban el acceso.
Lo único que podría haberme dado el indicio de que se trataba del santuario de un espíritu era la estatuilla de piedra que yacía cerca de la entrada, y todas las flores que crecían, tanto alrededor, como en la misma construcción a manera de enredadera.
—¿Qué debo hacer ahora? —le pregunté a Warren. Gilmer y Liam estaban aún alejados de nosotros, contemplando la construcción.
—Me disculpo, no sabría decirle qué requiere hacer. Pero puede que Gilmer le sea de más ayuda.
—¿Debo hacer algo? —le pregunté a Gilmer cuando me acerqué al santuario.
—No hay algo concreto —aseguró él, mirándome de vuelta—, ya que los espíritus no se manifiestan con regularidad.
—¿Y cómo podré hablar con ella?
Gilmer observó el santuario y cerró sus ojos. Lo contemplé durante los segundos que permaneció así, para que luego los volviera a abrir y los dirigiera a mí.
—No siento una energía peculiar, aunque mi magia no se especializa en la espiritual —dijo—, pero no se desanime, quizá el obsequio que posee pueda ayudarla.
Esa vez fue mi turno de mirar el santuario. Sentí miedo, pero no el miedo que provoca algo que sabes que te podría dañar, sino el miedo que se siente cuando no sabes qué será lo que pasará. No podía reprocharme eso, hasta hace apenas un par de días, no era consciente de todo lo que en Ehaezia existía, lo lógico era que me causara temor, más si no sabía qué hacer.
—¿Le gustaría que la acompañe? —propuso Gilmer de pronto. Debió notar lo nerviosa que estaba—. Quizá el cántico de un hechicero pueda servir de algo.
Agradecí profundamente sus intenciones, así que acepté asintiendo con la cabeza.
Gilmer y yo redujimos los pasos que nos separaban de las escaleras y, tras subirlas, entramos. No había iluminación más allá de la que se filtraba del sol, y tampoco había objetos, salvo otra estatua de piedra, un poco más alta que yo, al centro.
Me acerqué para observarla mejor; quien hubiese sido el escultor, merecía una felicitación con honores incluidos. La estatua de una mujer esbelta observaba con amor un ramo de flores que tenía en sus manos, flores de todo tipo y que, de tener color, seguramente serían rosas, amarillas, naranjas, blancas… Y ella lucía igual de hermosa que las flores que llevaba, su cabello largo y ondulado, y su rostro transmitía tanta gentileza como bondad.
—Voy a iniciar, ¿de acuerdo?
Acepté y aguardé en silencio. Gilmer produjo sonidos tan suaves con su voz, como si estuviese cantando una oración en un idioma que no pude entender, y, sin embargo, sonaba hermoso. No supe, en ese momento, si estaba usando magia o no, porque no vi las luces amarillas por ningún lado.
—¿Ha sido magia? —me aventuré a preguntarle una vez que terminó.
—Oh, no —negó poniendo además una pequeña sonrisa—, por respeto a los santuarios no podemos emplear magia dentro. Únicamente he recitado un cántico tradicional para venerar a los espíritus. Espero que pueda servir.
Le agradecí inclinando mi cabeza y obsequiándole una tenue sonrisa. Después volví a mirar la estatua.
—Voy a dejarla sola un momento —anunció Gilmer. Me volví hacia él con duda y añadió luego—: en temas espirituales, lo mejor es que haya un cierto grado de privacidad. Si siente que necesita algo más, no dude en llamarme.
No quería quedarme sola, pero tampoco podía ignorar lo que había dicho; si necesitaba quedarme a solas dentro del santuario, tenía que probar. Al menos me sentía muy agradecida por que hubiera entrado conmigo, ya no sentía la misma inquietud de antes gracias a ello.
Una vez que Gilmer abandonó el interior del santuario, posé mi vista en la estatua, de nuevo. Con honestidad, era magnífica. Me había dejado llevar por la belleza de la escultura, porque me tomé el tiempo para rodearla y admirar cada detalle plasmado en su piel, en su ropa, en sus cabellos, en los pétalos de las flores, en todo, no importaba que no hubiera iluminación adecuada, porque la escultura, por sí misma, parecía emanar un brillo.