Eydell
—No se desanime, señorita Eydell. Aún hay dos santuarios a los que podemos ir.
Aunque Gilmer hablaba con entusiasmo, no había logrado contagiarme. Tenía razón, faltaban dos lugares en los que, con suerte, podría comunicarme con Nadur, pero el hecho de no haber podido hablar con ella en el primer intento me hacía sentir los ánimos bajos, sobre todo porque seguía sin poder resolver mis dudas.
Mi estado no mejoró cuando llegamos al pueblo; Liam se nos había unido, y nos dirigíamos a la posada para pasar la noche. A lo mejor todo habría salido medianamente bien, si no hubiera chocado con un niño y todo el contenido de su bolso hubiese caído al suelo.
—¡Discúlpeme, señorita! —dijo el pequeño inclinando su cabeza con algo de vergüenza.
—No pasa nada.
Para tratar de remediar su bochorno, me arrodillé para ayudarle a guardar nuevamente sus cosas, y quizá ese había sido el momento exacto para que mi ánimo decayera por completo. Había pinceles, un godete, lápices, carboncillos, frascos con tinturas y un bastidor con un boceto apenas visible.
Al tomar uno de los pinceles, el efecto fue inmediato en mí: recordé mi vida, mi tristeza y lo mucho que detestaba la carrera que estaba estudiando. Recordé mi infancia, mi anhelo de ser artista y exponer obras en galerías, lo feliz que me sentía cuando tomaba un lápiz o un pincel. Y recordé, finalmente, el momento en el que, sabía, mi vida se había desmoronado gracias a la decisión de estudiar administración, y a mi falta de valor por no haber defendido mi sueño.
Oh, no…
—Estaba distraído, disculpe. ¿La he lastimado?
—No…
No has sido tú, pequeño…
Bastaron unos segundos para darme cuenta de por qué el niño me había hecho esa pregunta; por mi mejilla había rodado una lágrima.
—No, no —me apresuré a negar, al tiempo que limpiaba la lágrima, junto con las que pudieran estar por salir, y le dediqué una sonrisa—. Estoy bien. ¿Pintas?
—¡Sí! —respondió él avivando su propia sonrisa—. Quiero ser el artista más reconocido de Nyverea.
«¡Quiero ser una gran artista, Dean!»
Las palabras del niño habían traído a mi memoria las mías de la infancia, y mi corazón se oprimió un poco más.
—Debes practicar mucho, ¿de acuerdo?
Ojalá me hubiera dicho esas palabras antes…
El niño asintió, efusivo. Le ayudé a recoger los materiales que aún quedaban en el suelo, y después los deposité en su bolso. Eché un vistazo rápido a su bastidor para darme cuenta de que su boceto era de unas flores que parecían dalias.
Después de eso, el niño se marchó corriendo. Mientras no chocara con alguien más…
—¿Está bien? —Escuché la voz de Warren detrás de mí. Me volví hacia él.
—Sí, ¿por?
—Me pareció haberla visto llorar. Me había preocupado que hubiese resultado lastimada.
Qué lindo eres…
—No, para nada. Estoy bien.
Me esforcé en poner mi mejor sonrisa, la más convincente, para que no sospechara que le estaba mintiendo. No estaba bien, pero no tenía que saberlo, ni él ni nadie más.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —pregunté para cambiar el rumbo de la conversación, sintiéndome un poco tonta porque sabía exactamente a dónde nos estábamos dirigiendo.
—A la posada —respondió Gilmer con amabilidad.
De pronto había olvidado que Gilmer y Liam también estaban ahí. Esperaba que ellos no hubieran notado mi pequeño llanto como Warren.
—¡Príncipe Liam!
Alguien había llamado al príncipe, una voz que se acercaba y que pronto pude determinar su procedencia. Era un joven delgado, tal vez de unos quince años, de cabello oscuro y piel bronceada. Al llegar junto a nosotros, realizó una pronunciada reverencia.
—No le había creído a mi hermana cuando dijo que lo había visto por los muelles.
Liam sonrió y agradeció el saludo. No me pasó desapercibido que sus hombros se vieron ligeramente tensos de repente.
—Llegué hace algunas horas.
—Alteza, ¡hace tanto que no nos visita! —mencionó el joven, y pude ver cómo Liam se tensaba aún más, no entendía por qué.
—He tenido algunos asuntos que resolver.
—Yo he estado entrenando mucho, alteza —dijo el joven con voz llena de orgullo—. Quiero seguir los pasos de Gaelan.
Casi pude ver en cámara lenta cómo los puños de Liam se cerraron a sus costados, y su rostro se había contraído en una mueca de dolor, pese a que trataba de permanecer como si nada.
—El examen de selección para nuevos reclutas será dentro de algunos meses —intervino Gilmer, pero su voz no sonaba como antes, sino que se escuchaba con apuro—. Ya tiene edad para inscribirse, joven Eirian, será un honor que lo presente.
—Eso haré. Nada me haría más feliz que servir al príncipe, tal como hizo mi hermano.
Pude notar la profunda satisfacción que le daban esas palabras al chico llamado Eirian, y contrario a cómo pensé que Liam se sentiría tras escucharlo, cuando me volví hacia él, se veía contrariado y como si estuviera sobrellevando un conflicto.
—El príncipe debe ir a descansar, joven Eirian —dijo Gilmer con amabilidad—, nos dirigíamos justo a eso.
—¡Entiendo! Ha sido un verdadero honor verlo, príncipe Liam. Estaré ansioso de presentar el examen para servirle a usted y al reino.
El joven sonrió y, tras una reverencia más, se alejó de nosotros. Sin embargo, el ambiente tenso permaneció los siguientes segundos en los que nos quedamos en silencio. Liam alzó la mirada y, gracias a ello, pude ver en sus ojos turquesa un tormento que no podía entender.
—Nos vemos más tarde en la posada —comunicó el hechicero con algo de pesar en su voz—. La que está cerca del muelle.
Warren asintió, y vimos andar a Gilmer junto con el príncipe antes de que sus figuras se perdieran entre las casas a la distancia.
Warren
—¿Pasó algo con el príncipe?