Eydell
Cuando abrí los ojos, la luz del sol ya estaba comenzando a colarse en la habitación. Aún no era la suficiente para considerar que era tarde, así que me levanté con calma, me dirigí al baño para asearme y luego me senté frente al tocador para peinar mi cabello.
Mientras pasaba mis dedos entre los mechones que solían ponerse rebeldes, no pude evitar pensar en la plática que había tenido con Warren en la noche, cuando había salido de la posada y nos habíamos trepado al árbol. Sus palabras, de alguna forma, se habían quedado conmigo de una manera que no pude explicar, y todo lo que esa charla había conllevado, también.
«¿Por qué no lo haces ahora? Es lo que te gusta, deberías retomarlo».
De pronto me encontré recordando su sonrisa, que me había obsequiado en distintas ocasiones durante ese rato, y cómo el ambiente nocturno le hacía juego a sus ojos y su cabello, que bajo la luz de la luna parecía más platinado que rubio. Me encontré recordando lo dulce que había sonado su voz al dirigirse a mí, y darme cuenta de que no lo había escuchado hablar tanto salvo en ese momento, conmigo, me hizo sentir un extraño revoloteo en mi estómago, de esos que se sienten bonitos, te hacen feliz de alguna manera.
Miré mi reflejo y descubrí a una Eydell sonriendo, con un brillo en sus ojos que jamás había notado. Por más extraño que me pareciera, me sentí preocupada por mi apariencia, por lucir bien y, tal vez, linda. De forma inconsciente me pregunté si a Warren le gustaría mi cabello suelto o recogido, y sintiéndome rara ante esa duda, pero, a la vez, extrañamente ilusionada, decidí hacerme una trenza y anudarla a mi nuca, dejando los mechones de mi fleco y los costados del rostro libres.
Satisfecha con el resultado, le sonreí a mi reflejo; le sonreí a la chica que parecía tener algunas mariposas formándose en su interior y, más importante, le sonreí a la chica que, aunque seguía sintiéndose insegura, por lo menos ya estaba sonriendo.
Porque quizá las palabras de Warren habían surtido algún efecto, y me sentía un poco, sólo un poco, más tranquila con las cosas.
Me puse de pie y tras terminar de alistarme, me dirigí a la puerta. Al abrirla, no me esperaba —o tal vez sí— encontrarme con Warren parado con la espalda recta en el borde del marco.
¿Estuvo aquí toda la noche?
—Buenos días, Eydell —me saludó, desplegando su sonrisa.
Vaya que lo había visto sonreír mucho las últimas horas, cosa que no solía hacer tan seguido estando con los demás, lo que me hizo sentir un privilegio que no estaba segura que mereciera. De igual forma, le respondí sonriendo también.
—¿Fuiste a tu habitación a dormir? —quise saber, mi voz sonó con genuina preocupación.
—He dormido un poco aquí, no te preocupes.
—¿Que no me preocupe? —objeté, sintiendo toda la culpa ya que eso me decía que sí que había estado toda la noche fuera de mi habitación haciendo guardia—. Nos iremos en poco tiempo, pero no has descansado lo suficiente.
Él me miró, en sus ojos pude notar una mezcla de ternura y diversión. O no sé si me lo estaba imaginando.
—Estoy entrenado para esto —respondió él ampliando su sonrisa, logrando que las comisuras de sus ojos se arrugaran de una forma que no había visto antes, y que en su mejilla se marcara de forma muy sutil su hoyuelo.
El revoloteo en mi estómago volvió a hacerse presente.
—Pero…
—No te preocupes, Liam me asignó tu cuidado, y eso es lo que estaba haciendo.
El tono amable pero firme de su voz no me dejó refutar nada más. Entonces entendí que no podía negarle cumplir con el deber que le habían asignado, aun si eso me involucraba de alguna manera, y opté por no tratar de llevarle la contraria, pese a que considerara que era demasiado, pues no me encontraba en peligro como para vigilarme todo el tiempo.
Ya pensaría luego alguna manera para ayudarle sin que sintiera que interfería en su labor, lo anoté mentalmente.
—¿Te parece bien si vamos a desayunar algo? —le ofrecí.
Warren aceptó asintiendo con su cabeza y ambos nos dirigimos al comedor de la posada. Unos minutos después se nos unieron Gilmer y Liam, y desayunamos los cuatro hablando del plan del día; un rato más tarde, ya estábamos caminando por el sendero que nos llevaría a las afueras de Eozhe.
~
Si Dheinae, Lenderae y Nyverea me habían parecido lugares impresionantes, y sin contar el castillo de Liam, Eozhe me había dejado con la boca completamente abierta. Gilmer iba contándome lo que necesitaba saber, como que estábamos casi en el corazón de Ehaezia, en tanto su ubicación espacial, y que Eozhe era la capital del reino, colindando con una parte del palacio, además de ser la única ciudad entre los pueblos y bosques del reino.
Nos recibieron calles adoquinadas y llenas de color debido a las plantas y flores que adornaban las fachadas, los balcones y las ventanas de las casas construidas de piedra y madera, mismas que no podía dejar de mirar con asombro por lo hermosas que lucían; me hacían sentir en un lugar pintoresco y, como si no fuera real, en una historia de fantasía, mucho más que los lugares anteriores.
A pesar de que no era ni medio día, ya había suficientes habitantes transitando, algunos cargando con grandes canastos para llevarlos al mercado, por lo que me explicó Gilmer, otros arreglando sus pequeños puestos de venta para iniciar el día, y otros alistando sus locales. Todos nos sonreían al pasar, pero especialmente a Liam, le dedicaban saludos con alegría, no con miedo o con demasiado respeto como si de un dios se tratase, sino con sonrisas amistosas, gestos cordiales y saludos que dejaban entrever el cariño que le tenían.
Pude ver, una vez más, lo mucho que la gente de Ehaezia quería a su príncipe. No pude evitar pensar en lo que Warren me había contado, en la culpa con la que Liam cargaba y el sentimiento de inseguridad que lo asaltaba, y me pregunté si alguna vez se daría cuenta de que su gente no lo culpaba, sino que confiaba en él para gobernar el reino en un futuro.