Dieciséis
Is anybody out there? Can you take this weight of mine?
Ruelle & Fleurie
Eydell
Aunque me encontraba en la habitación que me habían asignado, ya recostada en la cama, no podía pegar el ojo. Incluso, ni siquiera me sentía con la necesidad de dormir, y eso que el día había estado agitado, entre el viaje, conocer Eozhe y todo lo demás. Esa no-necesidad me llevó a dirigirme a la puerta y colocar mi oreja sobre la madera.
¿Warren estará fuera?
Por más que le había insistido que fuera a su habitación, él se había negado a faltar a la encomienda de cuidarme, y tampoco había aceptado quedarse dentro, conmigo. No entendía del todo por qué se aferraba tanto a cumplir con un deber que no suponía un peligro real, pero tampoco era alguien para juzgarlo por ello.
No escuchaba nada a través de la puerta, pero eso no significaba que él no estuviera ahí. Así que tuve que abrir la puerta con algo de cuidado —haciéndome sentir que me estaba escapando—, para colar lo suficiente de mi cabeza y darme cuenta de que él no estaba ahí.
Esperaba que me hubiese hecho caso y estuviera descansando en su habitación.
Aproveché que Warren no estaba para salir de la posada, casi con un sigilo que me hacía parecer más sospechosa que alguien que sólo quería tomar un poco de aire fresco, hasta que me encontré en el claro que colindaba con el hostal.
Si algo me había fascinado de Ehaezia, es que había naturaleza por donde quiera que mirara. De alguna forma, eso me hacía sentir acogida, y me daba una especie de paz que la ciudad donde vivía no conseguía tan fácilmente. Solo que esa noche en específico, después de haberme sentado en una gran raíz que sobresalía del suelo para observar la luna brillando en lo alto, no había conseguido calmarme.
El sutil sonido del pasto siendo acariciado por el viento se escuchaba en el ambiente. Traté de concentrarme en eso para dejar de pensar en mi padre, en mi vida infeliz, en lo triste que me sentía. Pero no estaba funcionando, porque todo volvía a cobrar vida en mi cabeza, por más que intentaba alejarlo.
Porque en ese momento ya no me importaba lo que había pasado, la falta de apoyo de mi padre o todo lo que había dicho. En ese momento, lo que me estaba removiendo sentimientos eran las palabras de Warren, lo que me había hecho darme cuenta, luego de estar pensando en ello estando en la soledad de mi habitación.
Había renunciado a mi sueño, a mi felicidad, y todo era mi culpa.
Mi culpa.
Mis familiares ganas de llorar llegaron a mí, como siempre, sin que les llamara, sin que quisiera permitirlo. Simplemente, mientras veía la luna y su majestuoso esplendor en el cielo moteado de estrellas, mi vista empezó a nublarse. Cuando no pude contener más el peso de mis emociones, dos lágrimas rodaron por mi mejilla sin que tuviera oportunidad de evitarlo.
Warren
Solo había salido del hostal para ir a la plaza principal y esperar encontrar al artesano aún en su puesto. Por suerte, así había sido, y llevaba conmigo la pulsera que, si me atrevía, le obsequiaría a Eydell, con la esperanza de que eso la hiciera sonreír aún más. El problema fue que, cuando había vuelto, la puerta de su habitación estaba abierta.
Había sido lógico que mi primera reacción fuera pensar que algo había sucedido, así que abrí un poco más y con cautela revisé el interior; Eydell no estaba dentro. Entonces, sólo había un lugar donde podía estar, antes de considerar la opción de que algo malo le hubiese pasado, y me dirigí a buscarla tan pronto como me había dado cuenta.
Sentí alivio y suspiré cuando llegué al claro y la vi, sentada sobre la gran raíz que sobresalía cerca de un magnolio. Estaba dándome la espalda y contemplaba la luna. Me acerqué para llamar su atención.
—¿De nuevo tomando aire fresco?
Eydell se volvió, pero apenas me reconoció, apartó la mirada y trató de ocultar su rostro de mí, dándome nuevamente la espalda. Aunque se trató de un movimiento rápido, instantáneo, no pasé por alto el brillo acuoso que asomaba en las comisuras de sus ojos.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Asintió, pero no dijo palabra alguna, y eso no hizo más que encender mis preocupaciones. Sin embargo, no supe cómo debía proceder en esa situación, porque una parte de mí sentía la necesidad de acercarse y envolverla en un abrazo, como solía hacerlo cuando mis hermanas se sentían tristes, pero la otra parte de mí, la que se sentía nerviosa y con cientos de emociones revoloteando en su interior, estaba sumida en un pasmo por no querer invadir su espacio personal y, quizá, molestarla con el gesto.
—¿Alguien te hizo daño? —Fue lo primero que pudo salir de mi boca, y lo primero que pude pensar, sintiendo una extraña sensación de furia naciente.
Eydell negó; los movimientos de sus brazos me daban la información necesaria para saber que estaba limpiándose los restos de su llanto. Después se volvió hacia mí y me sonrió, pero era una sonrisa carente de la alegría que intentaba transmitir, algo que para nada logró tranquilizarme.
—Solo extraño mi hogar —dijo, sus ojos estaban casi cerrados por efecto de la sonrisa que se esforzaba en mantener.
Claro que ese podía ser un motivo, llevaba ya varios días en un mundo completamente desconocido, y sería lo más normal que extrañara su propio mundo. Pero algo me decía que no era eso lo que la estaba afectando, porque, a mi juicio, ese no era el lamento de alguien que añoraba su hogar. Aun así, con la necesidad latente de saber el origen de su tristeza, y con más necesidad contenida de hacerla sentir mejor, decidí no presionarla; si en algún momento deseaba hablar, estaría para escucharla.
Opté por reducir los pasos que nos imponían distancia, rodeando la gran raíz para acercarme y, después de sacar el pañuelo que acostumbraba llevar conmigo, flexioné mis rodillas lo suficiente para que mis ojos quedaran a la altura de los suyos, que lucían ligeramente irritados y apagados, lo que me ocasionó un pellizco de dolor en mi corazón.