Flor en tempestad

Capítulo 17

Diecisiete

Eydell

Cuando abrí los ojos, a la mañana siguiente, tardé apenas unos instantes en darme cuenta de que no estaba en la cama, sino en el sillón, donde me había quedado platicando con Warren hasta que me venció el sueño. Hasta que nos venció el sueño, porque él también seguía en el otro sillón, aún dormido.

Me tomé un momento para recordar lo que había pasado. Después de que Warren me encontrara llorando en el claro, se había acercado y sin juzgarme o pedirme una explicación, había permanecido a mi lado, permitiéndome que me desahogara con libertad. Luego habíamos vuelto a la habitación, donde nos quedamos haciéndonos preguntas y contando anécdotas sentados en los sillones, ya que no pensaba permitirle pasar la noche fuera de mi puerta. No sabría cómo describirlo de forma certera, pero me había sentido envuelta en una calidez que nunca antes había experimentado, y a eso le podía sumar todos los momentos que Warren y yo habíamos compartido desde mi llegada a Ehaezia, que me habían brindado más o menos la misma sensación.

Mi corazón se sentía cálido.

Y las mariposas seguían ahí, en dando volteretas en mi estómago.

Pensaba en ello cuando vi a Warren removerse en el sillón, para luego abrir lentamente los ojos. Parecía confundido mientras parpadeaba, como si no recordara que se había quedado dormido justo ahí, y luego, cuando alzó la vista y se encontró con la mía, casi pude ver el color rosado teñir sus mejillas.

—Buenos días —saludé, acompañando con una sonrisa.

Y nervios, de pronto sentí muchos nervios invadirme, junto con los latidos de mi corazón que se volvieron irregulares y probablemente sonoros, solo por el hecho de verlo de esa manera, tan tierno, adorable y con la guardia baja.

—Buenos días —respondió tratando de devolverme la sonrisa.

Nos tomó algunos minutos volvernos conscientes de que el día había iniciado y que nos iríamos pronto hacia el santuario. Luego Warren salió de la habitación para darme privacidad y poder alistarme, cosa que hice con una sonrisa bien establecida en mi rostro, para mi sorpresa. Sí, Warren era el causante de eso, al parecer.

Después de un rato, Warren, Gilmer, Liam y yo estábamos caminando por un sendero con preciosos árboles que formaban un arco con sus ramas y hojas, como si fueran el techo de aquel camino. La luz solar que se filtraba generaba pequeñas manchas irregulares en el suelo y sobre nosotros, un hermoso juego visual que se complementaba con el bello sonido del cantar de las aves que calentaban sus plumas en las copas de los árboles.

Nos habíamos alejado un poco del centro de la ciudad, hacia un bosquecillo en el que se encontraba el santuario, pero parecía que estábamos en otro lugar, pues no había viviendas o señales de asentamientos pese a que solo estábamos por las orillas. Solo árboles, plantas, algunos animales, flores… A lo lejos podía escuchar el sonido de un río aun sobre el crujido que se producía con nuestros pies al pisar las hojas secas y algunas ramas esparcidas por el suelo. De vez en cuando, una que otra sutil ráfaga de viento alborotaba todo a nuestro paso, como las hojas de los árboles, nuestros cabellos y nuestra ropa, pero nos daba una sensación de serenidad mientras caminábamos.

Era un bosque muy precioso, si he de decir.

Más pronto de lo que me hubiera gustado nos acercamos a la zona del santuario. Como había sido en Nyverea, se trataba de una construcción circular elevada del suelo, de piedra y madera, rodeada de muchos árboles, y con plantas y flores creciendo alrededor y por sus paredes; el ambiente que lo rodeaba era el mismo de paz que había sentido en Nyverea.

—Hemos llegado, señorita Eydell.

No había hecho falta que Gilmer lo avisara, pero, de todas formas, asentí; fuera del santuario había una pequeña estatua de Nadur como la que había visto en Nyverea.

—¿Desea que entre con usted? —preguntó el hechicero después de que me quedara dudando unos pasos lejos de la escalera.

No estaba segura, en tanto porque la vez anterior no había hecho diferencia alguna, y en tanto porque no sabía si quería entrar por mi cuenta esta vez.

—Creo que quiero entrar sola, Gilmer —respondí al final.

Gilmer me sonrió y le correspondí de la misma manera, aunque mi sonrisa no terminaba de convencerme a mí misma, y seguramente él lo notaba también.

—Te esperamos fuera —dijo Warren—, tómate el tiempo que necesites.

—Gracias.

Warren me observaba con algo en sus ojos que no pude identificar, como si estuviera preocupado por mí o quisiera acompañarme, aunque bien podía estarlo imaginando. La verdad es que me tentaba la idea de que estuviera a mi lado…

Así, subí los escalones para entrar al santuario.

Warren

—¿Desde cuándo se hablan así?

—Así, ¿cómo? —inquirí con duda.

—Como si fueran más cercanos.

Gilmer me estaba viendo con una sonrisa en su rostro, no con la típica sonrisa de amabilidad, sino que esa era una de complicidad y diversión al mismo tiempo.

—¿Te refieres a la informalidad? —quise saber—. Eydell me pidió que le hablara así.

—Y no tuviste problema con ello, por lo que veo —intervino Liam, sumándose a la plática.

En ese momento, ambos me veían con sus ojos curiosos e indagadores, como si conmigo hubieran descubierto una nueva especie que les causara fascinación.

Resoplé.

—¿Y eso tiene algo de malo? —pregunté.

Gilmer me rodeó los hombros con uno de sus brazos, sin dejar de sonreír.

—Para nada —negó—. Solo que he notado cómo la miras —. Mis alertas se encendieron en cuestión de nada, y no supe por qué—. A la señorita Eydell. Tus ojos se vuelven más brillantes.

—Ah, ¿sí?

Me tomé un tiempo para ignorar al hechicero que colgaba de mi hombro, incluso también al príncipe que me devolvía una mirada enternecida, para pensar lo que había escuchado. O para pensar en Eydell, mejor dicho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.