Eydell
El cielo nocturno ya cubría el reino para cuando habíamos vuelto a la posada de Ixia. La formidable dueña se alarmó al ver las manchas de sangre en la ropa de Liam, y nos hizo contarle todo lo que había pasado con lujo de detalle; no nos dejó tranquilos hasta que se había cerciorado de que no teníamos más afectaciones que la herida de Liam y el susto para todos. Incluso nos preparó té con algunas hierbas y flores relajantes, que sabía tan bien que sentí que había hecho efecto en cuestión de segundos.
Nos encontrábamos en una de las mesas del comedor, a la mañana siguiente, todos ya con ropa limpia y la mente más calmada.
—¿Has pensando en lo que harás ahora? —quiso saber Ixia, quien me observaba como una madre preocupada por su hijo.
No respondí de inmediato, porque ni siquiera sabía qué responder. No sabía qué tenía que hacer, no sabía qué quería hacer… No me había detenido a pensar en ello ni un momento, a evaluar la posibilidad de que no tuviera éxito con la comunicación con Nadur en ninguno de los santuarios.
—Aún tiene la opción de ir a Isla Dormida —argumentó Ayla.
Cierto, pero…
—Los alrededores de las Cuevas Antiguas fueron un peligro, la isla puede serlo aún más —intervino Warren por mí, firme—, tal vez no sea buena idea.
De alguna forma, me asustaba la isla si consideraba toda la angustia que había experimentado en Miothae.
—Puede ser la única opción que le quede —debatió Ayla, su voz se había vuelto un poco más severa—, y creo, Warren, que al ser la más afectada con todo esto, es a Eydell a quien le corresponde tomar esa decisión.
Un silencio cargado de tensión se estableció entre nosotros, ninguno atreviéndose a romperlo. Entonces las miradas de todos se posaron en mí, y de pronto me sentí tan pequeña e indefensa.
Una vez más, Ayla había dejado caer en mis hombros el peso de una decisión que no estaba segura de poder tomar, o de que eligiera lo correcto. ¿Qué era lo correcto, para empezar? Si iba y tampoco ahí encontraba respuestas, seguiría en el reino de forma indefinida, tal vez hasta que a Nadur se le ocurriera permitirme volver, o hasta que encontrara otra forma de regresar a mi hogar. Pero, si sí lograba comunicarme con ella, ¿qué pasaría? Volvería a mi hogar así, ¿sin más?
Me tomé un tiempo para hacer un pequeño recuento de todo lo que había sucedido. Tras mi llegada a Ehaezia, que había sido tan insólita como extraña, había estado en movimiento por todo el reino en busca de una oportunidad para comunicarme con Nadur, a quien le atribuían que estuviera en el reino. Había visitado sus tres santuarios, y en ninguno había logrado encontrar siquiera una respuesta.
Pero no todo podía ser solo un viaje para trasladarnos a los santuarios, ¿no?
Llegar a Ehaezia me había hecho conocer a Warren y a su hermosa familia, a Gilmer, a Liam, a Aidan y a Clea, a Ayla, a Ixia… A lo largo del viaje había experimentado emociones tan variadas, como el asombro, la sorpresa, la emoción, el miedo, la angustia, entre otras, y poco a poco había empezado a aclarar algunas cosas en mis pensamientos, como lo que sentía con respecto a mi vida, así como también había aceptado algunas otras, como la culpa por la vida que llevaba.
Warren se había convertido en un apoyo inimaginable, sin que lo buscara y sin que lo esperara, y con sus palabras me había hecho tanto bien; quizás él ni siquiera lo sabía. Warren me había mostrado un lado cálido, un ejemplo de valentía, perseverancia y confianza, y me había tendido la mano de diferentes maneras, sin contar que, lo más importante, había salvado mi vida, cuando me sacó de aquel lago y evitó que ahogara en sus aguas.
Por otro lado, Liam, el príncipe y futuro rey de Ehaezia, a quien había conocido con desconfianza de sí mismo, la tarde anterior me había demostrado que podía dejar atrás los fantasmas de su pasado, y que pese a sentir miedo, estaba dispuesto a seguir avanzando para proteger su reino. Claro que no podía decir que ya había superado sus obstáculos por completo, Liam tenía mucho camino por recorrer para entender que su gente no lo culpaba por lo sucedido, y que confiaban en él más de lo que podía percibir, pero el simple hecho de que hubiera pasado de acomplejarse tras haberse encontrado al hermano de uno de sus hombres caídos en batalla, a haberme protegido incluso a costa de salir herido, por lo menos demostraba que quería avanzar, aunque fuera a pasos pequeños.
Tal vez, yo también necesitaba avanzar.
Pensé en lo que había motivado nuestro pequeño viaje, el intento para encontrar respuestas a través de Nadur. Las imágenes de los santuarios se apoderaron de mi mente al recordar lo hermosos y reconfortantes que habían sido. Pensé en las esculturas del espíritu que lucían similares en cuanto a su representación, pero al pensar en las flores que sostenía en sus manos, me di cuenta de que no mantenían una constante. Traté de recordarlas: flores variadas en el primer santuario, alisos de mar y jacintos alrededor en el segundo, hortensias y durantas, además de otras que no reconocí, en el tercero.
No podía saber del todo si las flores en Ehaezia tenían el mismo significado que yo conocía, pero si pensaba en lo que para mí representaban, tomando en cuenta los simbolismos de mi mundo, lo que podía decir de aquellas flores se resumía en constancia, renacimiento, esperanza y superación, al menos con las flores que sí reconocí.
¿Nadur me quería decir algo con eso?
Me costaba trabajo creerlo pues eran esculturas creadas, con seguridad, mucho tiempo atrás, nada que ver conmigo y mi llegada reciente al reino, pero no entendía por qué, de alguna forma, empezaba a relacionarlo.
¿Era esa su manera de mostrarme las respuestas que le pedía al espíritu?
—¿Eydell?
La voz de Ayla interrumpió el hilo de mis pensamientos. Fue entonces cuando volví a la posada de Ixia, al comedor, y a la plática que manteníamos; todos continuaban observándome.