Flor en tempestad

Capítulo 23

Veintitrés

Eydell

—¿Acaso habrá otra manera de cruzar?

Esa había sido mi pregunta cuando Gilmer me mostró el camino que debíamos seguir para llegar a la isla, en el mapa que había hecho aparecer. Cruzar por el mar no me emocionaba, en absoluto.

—La manera más común sería usando un barco —explicó él.

—Espera, pero no hay un muelle en Isla Dormida —añadió Ayla. Gracias, pensé—. No estoy segura de qué tan sencillo sea llegar en barco o en bote.

—Tampoco podemos crear un portal —reflexionó Gilmer mirando el mapa con el ceño fruncido y un dedo en su barbilla—, ya que es imposible por la magia sagrada de la isla.

—¿Qué tal ir en guiverno? —sugirió Warren.

—¿Existen? —pregunté sin poder contener mi asombro.

Al menos en mi mundo, los guivernos se consideran criaturas mitológicas que solo pueden encontrarse en historias fantásticas o leyendas de antaño.

—Claro que existen —respondió Liam con una sonrisa—, y me parece excelente idea para llegar a la isla, incluso será más rápido que usar un barco.

—¿Dónde conseguiremos guivernos? —pregunté atónita. No me podía creer que existieran, solo escucharlo de mi voz sonaba insólito.

Aunque haber llegado a Ehaezia ya era insólito, de por sí, y todo lo mágico que había visto.

—Llamaremos a los nuestros —afirmó Gilmer—, usted no tiene de qué preocuparse.

Lo miré sin entender.

¿Pueden aparecer? ¿Mandarán a un mensajero para traerlos?

—Los guivernos son criaturas que pueden acudir al llamado de su compañero, sin importar dónde estén —explicó Warren—, siempre y cuando haya una conexión profunda entre ambos.

—¿Por qué no mencionaron eso cuando cruzamos el mar para ir a Nyverea? —inquirí ligeramente molesta, recordando lo mal que pasé ese viaje en barca.

—Porque se trataba de un lugar relativamente cercano —explicó Gilmer—, y porque eso le habría quitado la diversión al viaje.

¿Quitarle la diversión? Vaya que la pasé muy bien…

—En esta ocasión es el mejor medio para llegar —argumentó Warren, parecía querer disculparse.

—Bien, de todas formas, no me gustaría volver a viajar en barco.

—Llamaré a Yryn, y Warren, deberías llamar a Erox —sugirió Gilmer—. Solo será esperar a que lleguen.

Ambos silbaron con suavidad una melodía de unas cuantas notas, y después, seguimos afinando los detalles del nuevo viaje, dejándome con la duda de por qué no habían sido opción con anterioridad, y con la incertidumbre de si un silbido sería suficiente para hacer que dos criaturas llegaran desde cualquier parte del reino hasta la posada de Ixia.

~

Me había preparado mentalmente para ver con mis propios ojos una criatura que creía inexistente, pero lo cierto es que no estaba ni cerca de ello. Cuando me encontré con los guivernos frente a mí, en un claro cercano a la posada, simplemente no lo podía creer.

Dos pares de grandes ojos se volvieron hacia mí y mi corazón de pronto se había vuelto loco. Los dos eran seres de gran tamaño, aunque no tan grandes como lo había imaginado, pues de altura parecían tener una un poco mayor a la de un caballo, pero si contemplaba lo anchas y musculosas que lucían sus dos pares de patas, y las grandes alas que se desplegaban desde su espalda, los convertía en unas criaturas imponentes.

Tal vez por eso no habían sido opción para viajar antes. Eran grandes, y necesitaban un espacio amplio para llegar, cosa que no había visto en ninguno de los lugares en los que había estado.

No me atrevía a acercarme más de lo que quizá eran diez metros, pero desde ese punto podía ver las escamas en sus pieles, que relucían un brillo excepcional conforme la luz del sol se reflejaba en ellas. Gilmer estaba junto a uno de los guivernos, el que tenía escamas de color escarlata que variaban de tonalidad si se movía, con dos grandes cuernos en la cabeza y ojos amarillos. Ayla se había acercado también, para acariciarlo; no parecía agresivo.

Ese debe ser Yryn.

—¿Quieres acercarte? —me preguntó Warren, señalando al segundo guiverno.

Tenía la piel de color azul muy oscuro, pero cuando el sol rebotaba su luz, lucía un tono cobalto muy llamativo y fascinante. Era un poco más esbelto que el de color escarlata, pero sus alas se veían más grandes, su cola era más alargada y terminaba en una punta con tres púas, a diferencia del otro que tenía una sola punta, y sus ojos eran de un gris tan cristalino que parecían dos cristales incrustados en sus cuencas. No tenía cuernos, pero su cabeza era más afilada e intimidante.

—Es Erox, mi guiverno —informó Warren—. No le tengas miedo, es inofensivo.

—Me da la impresión de que me arrancará el brazo si me acerco más de lo debido —expresé con sinceridad.

No estaba bien juzgarlo por su apariencia, pero si algo podía imaginar en ese momento, era a la criatura enfadada y soltando mordidas hasta descuartizar.

Warren soltó una suave risa, al parecer, divertido por mi comentario.

—Si lo haces enojar, probablemente.

Eso no me tranquiliza.

Warren debió notar el pánico en mi mirada, por lo que luego suavizó su expresión y me dedicó una sonrisa.

—Confía en mí, no te hará daño.

Confiaba en él, por supuesto. Pero me costaba trabajo creer que la criatura no me mordería.

Warren alargó su mano y esperó a que la tomara para que nos acercáramos juntos al guiverno. Mis pasos eran temerosos y mi corazón martillaba en mis oídos conforme avanzamos. Al final, estaba a tan solo un metro de distancia. Si de lejos se veía impresionante, de cerca era otra cosa, mucho más que impresionante. Las escamas brillaban con el sol y el color lucía mucho más atrayente, como si las escamas fueran en realidad gemas incrustadas en su piel.

Los ojos de la criatura se posaron en mí desde que estábamos acercándonos, y no se desprendieron ni siquiera cuando estuve cerca. Me observaban como si me estuviera analizando, como si se cuestionara mi nivel de peligrosidad, o si se preguntara si comerme o no.




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