Flor en tempestad

Capítulo 24

Veinticuatro

Warren

Viajar en guiverno había sido una buena idea por muchas razones. La primera, porque Eydell estaba encantada con la vista, lo podía saber porque no dejaba de expresar asombro y emoción, pese a que seguía nerviosa por viajar por encima del mar. La segunda razón fue porque me permitió mostrarle lo maravilloso que era volar en guiverno, sentir el viento rozar el rostro, la sensación de ser ligero y no tener nada en mente más que disfrutar de la vista y el viaje. Y eso era algo que Eydell necesitaba, liberarse de las presiones que sentía, de las tristezas, de todo aquello que la atormentaba, aunque fuera solo por un momento.

La tercera razón podría sonar egoísta, pero llevarla en el lomo de Erox, y que al principio fuera una experiencia totalmente nueva para ella, provocó que sus manos terminaran enrolladas en mi cintura, y eso me había emocionado y hecho feliz en partes iguales. También el hecho de que confiara en mí para sostenerla, que creyera que conmigo no podría caer.

Porque eso quería ser para ella, un soporte, alguien en quien pudiera sostenerse en cualquier momento, incluso si estuviera al borde de quebrarse o si quisiera compartir algún logro o felicidad.

Estar ahí para ella, aunque fuera poco el tiempo que nos quedaba.

Al cabo de una hora, aproximadamente, estábamos sobrevolando la isla. No era demasiado grande, pero sí lo suficiente como para que unas cuantas familias pudieran establecerse sin ningún problema. Claro que no había gente habitando ahí, era un lugar intacto, considerado sagrado desde mucho tiempo atrás, y estábamos a punto de aterrizar en una de sus playas.

Eydell

Warren me ayudó a bajar de Erox cuando pisamos tierra firme. A decir verdad, mi cuerpo aún sufría los estragos de la adrenalina, pues al dejar el lomo del guiverno, mis piernas se sentían débiles y temblorosas, y mi corazón seguía latiendo con prisa.

Porque había sido un viaje que jamás olvidaría, y, si volvía a Ehaezia alguna vez, deseaba profundamente repetir la hazaña tanto como fuera posible.

—El manantial debería estar adentrándonos al bosque —informó Ayla una vez que había desmontado a Yryn—. Los guivernos se quedarán aquí.

No era un mal lugar, el agua cristalina proveniente del mar se mecía sobre la arena clara, produciendo un suave sonido con cada ir y venir. El viento hacía lo suyo, moviendo de vez en cuando las ramas de los árboles cercanos.

—¿Puedes sentir algo que te indique que Nadur está aquí? —pregunté dirigiéndome hacia Ayla.

—Hay mucha energía espiritual aquí, no estoy segura si es de Nadur o no.

Supongo que habrá que averiguarlo.

Comenzamos a caminar hacia la zona boscosa, sin prisa, pero manteniendo cierta cautela, pues no sabíamos qué podíamos encontrarnos. Aunque debería decir que el lugar para nada lucía peligroso, y tampoco se sentía así. Al menos la zona por la que estábamos caminando se veía serena, cubierta de árboles frondosos y de ramas bajas que formaban una especie de techo por el camino; el cantar de algunas aves sumado al murmullo del viento acompañaba nuestros pasos.

Ayla iba tan solo un paso delante de Warren y de mí, intentando detectar algo que pudiera darnos un indicio de Nadur, y buscando, al mismo tiempo, el mejor camino para llegar al manantial sagrado. Mientras ella sorteaba con destreza las grandes raíces que sobresalían de la tierra, Warren se ocupaba de ayudarme para no tropezar. O, por lo menos, eso intentaba, porque parecía que alguien o algo me hacía tropezar a propósito con el único fin de que terminara afianzada en sus brazos. Nada mal, si me lo preguntan.

En un momento el suelo se había vuelto medianamente estable, lo que me permitió dejar de depender del apoyo —y de los brazos firmes— de Warren para poder andar con un poco más de autonomía y observar con más atención mi entorno. Por supuesto seguíamos rodeados de árboles, que parecían haberse vuelto más densos pues la luz que se alcanzaba a filtrar era menos que antes, pero había más vegetación, como musgo creciendo alrededor y sobre los pies de los árboles, arbustos con frutos de colores entre rojo granada y púrpura, plantas de tallos altos y florecillas de colores variados, algunas entre el musgo y los arbustos, y otras pendiendo en lianas.

Una vista, sencillamente, fantástica.

Pese a que fuera del bosque el sol bañaba con su luz brillante y cálida, dentro estaba lo suficientemente oscuro para creer que estaba atardeciendo, gracias a los árboles que bloqueaban la entrada de los rayos solares. Apenas iba a preguntar si era algo normal o se debía a algún efecto de la energía sagrada o algo así, cuando unos metros a la distancia una hermosa flor que sobresalía del resto llamó mi atención. Mejor dicho, evocó recuerdos a mi memoria.

Adelanté mis pasos para acercarme y poder contemplarla mejor, dejando a Warren y a Ayla por detrás de mí. Cuando llegué a la flor confirmé que se trataba de una idéntica a las que había visto en el jardín aquella vez que mis padres me llevaron con ellos a su reunión. Tenía tres pares de amplios pétalos que brotaban de su tallo grueso, los tres centrales de color blanco y los otros por debajo de un tono rosado pálido, y del centro se desprendían los estambres de color amarillo.

La flor me llevó de vuelta a mi infancia, cuando, aburrida, me había puesto a explorar el jardín, y me había encontrado flores de todo tipo. Para ese momento, ya era consciente del interés que me generaba el mundo floral tanto como el artístico, así que había pensado que quería volver a casa tan pronto como fuera posible para tomar mis lápices de colores y dibujar las flores que había visto. En ese lugar había encontrado la pequeña piedra que llevaba en mi cuello, y aunque traté de recrear la escena en mi cabeza para acordarme de cómo había sucedido, no pude.

Recordaba haber ayudado a una mariposa atorada entre las ramas, la había liberado con sumo cuidado, como si temiera que al tocarla iba a despedazarse, y cuando estuvo libre, la vi volar desplegando sus alas de color blanco y hermosas líneas lilas y doradas. Recordé haberme sentido fascinada por su belleza, por la manera en la que movía sus alas con elegancia y agilidad, y luego la había perdido de vista. Después había vuelto a poner mi atención en el jardín, y una de las plantas a mi vista tenía sus raíces fuera de la tierra, así que traté de arreglarlo para que no fuera a morir. Había encontrado la piedra luego de eso, cerca del lugar donde había rescatado a la mariposa.




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