Flor en tempestad

Epílogo

Epílogo

El viaje en autobús siempre es un fastidio, pero al menos puedo hacerlo más llevadero. A veces llevo un libro para leer, otras me distraigo revisando el feed de mis redes sociales. Algunas otras, simplemente, escucho música mientras observo las escenas que suscitan del otro lado del cristal, como en este día, que llevo puestos mis auriculares y escucho Red, de The Rose, de fondo al tiempo que veo por la ventana.

Después de volver de Ehaezia las cosas fueron más complicadas de lo que había pensado. Lo primero que hice fue dirigirme al departamento en el que estaba viviendo Dean de forma independiente, y gracias al cielo estaba ahí. Al principio no podía creer que me estaba viendo. Se frotó los ojos un par de veces y, cuando se había asegurado de que realmente era yo, se soltó a llorar mientras me abrazaba con fuerza.

—¡¿Dónde demonios te habías metido!? —me preguntó, o, mejor dicho, exclamó con una extraña mezcla de alegría y enojo—. ¿Te das cuenta de lo preocupado que estaba?

—Necesitaba un tiempo para pensar en muchas cosas.

Y no era mentira. El tiempo que estuve en Ehaezia me sirvió para darme cuenta de mucho.

Después de que le explicara a mi mejor amigo que había hecho un viaje para encontrarme conmigo misma —literal, aunque omití todo lo relacionado a Ehaezia—, se calmó y me permitió quedarme en su departamento un momento, antes de que decidiera ir con mis padres y explicarles a ellos mi ausencia.

Fue mucho más duro enfrentarme a ellos. También fue duro explicarles mi nueva determinación y armarme de valor para decirles que dejaría de estudiar administración para retomar el arte. Por su puesto, mi padre no lo aceptó, tuvimos incluso discusiones y terminé por mudarme para vivir independiente, como Dean, pero al final, después de un tiempo, empezó a acostumbrarse, y se volvió un poco más flexible. No lo aceptaba del todo, pero al menos ya no estaba en contra.

Y así, varios años pasaron sin que me diera cuenta.

Pienso en esto porque voy en el autobús rumbo a mi primera exposición oficial en una galería local. Después de muchos intentos, de ingresar a la carrera de artes y de practicar tanto, por fin veo mis frutos cosechados. Y voy directo a la inauguración.

No es nada del otro mundo. Una pequeña galería donde le dan oportunidad a artistas emergentes como yo para que expongan su arte y se den a conocer. La oportunidad perfecta para mí, si he de ser sincera. Decidí participar con la serie de cuadros que había estado pintando durante el último año, todos relacionados a una propuesta donde los colores evocan significados y emociones en conjunto con la simbología de las flores, mis dos temas favoritos de toda la vida.

Bajo del autobús y camino el tramo de cuadras que me faltan para llegar. Mi corazón no deja de latir con fuerza debido a la emoción y, debo admitirlo, a los nervios que me generan el exponer mis obras a la opinión de la gente. ¿Les gustará? ¿Seré buena haciendo esto? Nervios normales de cualquiera que muestra su obra al mundo por primera vez.

Mi agitación aumenta cuando llego a la galería. Es un lugar muy bonito, de apariencia moderna pero que encierra cierto toque vintage por los colores y las decoraciones. Ya hay gente preparando lo necesario para la inauguración, que será en un par de horas, y no tardo en ver mis cuadros dispuestos a lo largo de las paredes.

Esto es increíble.

A la hora fijada, estamos el director de la galería, parte de los organizadores y yo en la entrada, justo detrás de un listón rojo que cortaremos cuando demos por inaugurada la exposición. El director dedica unas palabras mientras yo observo con nerviosismo a la gente que espera ansiosa para ver mi trabajo. Dean está entre el público, junto con mi madre; mi padre aún se rehúsa, pero estoy segura que en algún momento dará su brazo a torcer.

Sonrío porque siento que todo el esfuerzo ha culminado a bien para este momento.

Es mi turno de hablar. No sé si lo que digo es lo correcto, pero sí sé que es lo que me sale del corazón. Explico el trasfondo de mi obra, el por qué decidí abordar aquella temática, y hablo un poco de mí. Después corto el listón rojo e invito a todos a pasar a ver.

Ha pasado alrededor de una hora, y la gente contempla con asombro mis obras. Me siento verdaderamente feliz de haber tenido éxito. Uno pequeño, pero éxito, a final de cuentas. Y vale mucho.

Estoy explicando mi cuadro de proteas a un grupo de visitantes cuando veo entre la multitud, a lo lejos, un rostro que me es familiar. El rostro de alguien en quien no he dejado de pensar durante todos estos años, que ha protagonizado mis sueños cada noche, y a quien no esperaba ver en este momento.

—Discúlpenme, vuelvo en un momento —les dijo, consciente del repentino golpeteo de mi corazón contra mi pecho

Me abro paso entre la gente. Parece que él no me ha visto aún, a juzgar por su mirada que va de un lado a otro como si estuviera buscando a alguien. Puede que quizá me esté buscando a mí. Me estoy apresurando, tanto que dejo de caminar para empezar a trotar. ¿Por qué parece como si estuviéramos a kilómetros de distancia?

Finalmente, sus ojos encuentran los míos. No puedo creer que esa mínima acción le provoque un vuelco peligroso a mi corazón. Y de pronto me sorprendo preocupada por si me veo bien, por si le seguiré pareciendo bonita, por si recuerda los sentimientos tanto como yo…

—¿Se encuentra bien? —Me pregunta cuando llego junto a él.

Por un momento me quedo pasmada, con mi respiración agitada y mi corazón incontrolable. Pienso en que su pregunta la ha hecho como cualquiera que ve a una persona respirando con pesadez, pero caigo en la cuenta de que esa pregunta me la había hecho antes, cuando me sacó del agua. Lo recuerdo tan claramente.

—No lo sé —le respondo. Fue exactamente lo que respondí en aquella ocasión.

Él sonríe y su hoyuelo me ilumina la vista. No puedo creer que Warren esté aquí, frente a mí, después de estos años. De forma inconsciente retiro un mechón de mi rostro para sujetarlo con mi oreja, aunque creo que se trata más de una reacción nerviosa. Y cómo no. Warren luce… diferente. Diferente, bien, porque los años le han sentado de maravilla pese a que no ha cambiado casi nada salvo por la fina barba que le ha crecido; me mira con esos ojos mágicos de color azul oscuro con toques de gris hacia el iris que tanto he extrañado.




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