PARTE 1
El lobo amado.
Capítulo 4 - ALIÉNOR
Abro los ojos y me encuentro en la recámara de huéspedes, de lo cansada que estaba por salir a tomar unas copas de alcohol con mis amigas en el fin de semana, no me di cuenta de en qué momento entré a dormir a esta habitación.
Durante una hora he estado en mi recámara pensando muchas cosas que han pasado en las últimas horas, días y meses. Todo esto tiene en común el nombre de una persona que hace tiempo no había visto. Yo creo que el universo está conspirando contra mí. Me sostengo la cabeza entre las manos y respiró hondo.
Primero: Los acontecimientos que han pasado en el transcurso del tiempo hacen que esté pensando, que esté en las nubes, yo no soy así, pues no soy tan pensativa, soy más de diversión, lo contrario a mi mejor amiga.
Segundo: Cuando terminó el semestre no creí que iba a llegar tan alto, pues gané una beca, eso no lo tenía planeado en mi proyecto de vida.
Tercero: Ha vuelto alguien que era muy importante para mí, no sé qué intenciones tiene, pero tengo la sensación que está vez nuestra amistad va ser más fuerte que antes.
Todo esto de estar pensando me ha dado ganas de salir a refrescarme, a tomar aire y conozco un lugar que me lo puede permitir. Un café bar. Tomo las llaves junto con mi celular de la mesita de noche, salgo de mi recámara y cuando estoy ya por salir, noto que mi padre no se encuentra en casa.
—Me pregunto a dónde habrá ido —¡Otra vez hablando sola!
—¡Hija estoy aquí! —oigo decir a mi padre desde la sala—¡Han venido unos amigos!
¿Quiénes?, venga la curiosidad me mata. Llego a la sala, reconozco a todos: es la familia del decano, no lo vi venir. Es muy reciente la pérdida, en qué momento ellos vinieron. Mi padre debe ser él que los invitó.
—¡Eh!, hola —digo viendo a la visita.
—Ibas a salir, jovencita —dice la esposa de mi padre. La madre mi hermana Ava. Mi madrastra.
—Tal vez- digo y me voy a la cocina.
Creo que fue mal responderle así a ella, pero lo que puedo decir a favor a mí es que los tiempos han cambiado, las personas también lo hacen, pues yo ya no tengo que ver con esa familia. Tengo que aclarar mis dudas, tengo que hablar con el abuelo e Iker.
Me tomo un vaso de leche y lo pongo en el lavado, salgo de la casa. Voy corriendo a mi destino. He estado corriendo un cuarto de hora, aún no he llegado, pero ya visualizó el lugar. Cuando llego veo un carro negro estacionado, perfectamente sé quién es el dueño. Entró al lugar que es una café bar. Lo frecuentaba mucho hace unos años, cuando era más nerd de lo que soy. Hay pocas personas. Veo una mesa libre que está justo al lado de Iker y algunos de sus amigos. Aún no se han percatado de mi presencia, perfecto. Me siento en la mesa y en menos de unos segundos llega el mesero.
—Buenas tardes —dice muy amable el mesero—¿Qué desea ordenar?
—Me das un capuchino —digo viendo sus ojos cafés.
—Está bien —dice y se va.
Me da por mirar al lado derecho. Como lo pensaba, Iker y sus amigos están como estúpidos viéndome. El universo me odia o tal vez es el karma. Vine aquí para dejar de pensar en él, pero no, tiene que estar aquí con sus perros falderos. Pongo mi vista en la mesa, siento aún la presencia de ellos, mejor dicho de él.
—¿Por qué tan solita? —reconozco la voz es de Iker, ¿que coños hace?
—No puedo estar sola —Alzo la mirada. Miró por encima del hombro y veo que sus amigos se han ido— ¿Y tus amigos?
—Van a salir con sus novias —dice él sentándose en la mesa conmigo, frente a frente.
—Aquí tienes —dice el mesero poniendo el capuchino en la mesa—Buen provecho.
—Gracias —digo antes de tomar un sorbo del capuchino.
El mesero se va. Iker mira con sorpresa la tacita.
—Muchas gracias —dice Iker. No entiendo de qué está hablando—Por ir.
—¿Ir a dónde? —digo mientras juego con la cuchara de azúcar en el capuchino.
—Al ritual y a despedir a mi padre —dice Iker con voz no muy audible.
—No hay de que —digo y le doy un sorbo al capuchino—Fue amigo de mi padre.
—Sabes que él no es tu padre y también sé muy bien que son allegados a mi familia —dice con tristeza en su mirada.
—¿Cómo... Cómo estás? —preguntó dejando a un lado el capuchino, le hago una seña al mesero para que se lleve el vaso, el mesero en unos segundo llega y lo retira de la mesa.
—Muy bien —dice él aún con esa mirada y le añade una sonrisa. Cualquiera creería esa actuación, pero yo lo conozco lo suficiente como para decir que él no está bien.
—No te creo —le digo mirando su mirada de nuevo, mejor dicho estoy viendo sus ojos—Tu mirada te delata, sabes.
—Pues... —Empieza y lo interrumpo.
—No me tienes que dar explicaciones —digo mirando su expresión—Entiendo como te sientes en estos momentos.