Dorsetshire
Adeline se estremeció con los gritos de su padre, por lo visto la comida no era de su gusto, su madre estaba disculpándose, pero él acababa de arrojar el plato al piso. Levantó la cabeza, pero su madre le hizo un breve gesto y bajó la mirada nuevamente, mientras se mantenía de pie y quieta allí, en el comedor.
Nunca podría acostumbrarse a esa sensación de miedo, a la violencia de su padre que dictaba el ritmo de sus vidas, un ritmo que la hacía ser obediente y silenciosa, un ritmo que la asfixiaba
Cuando sucedía alguna de aquellas escenas, tan frecuentes en su casa, deseaba estar lejos, quizás en la Francia de su tatarabuela que le había legado a aquel nombre tan musical que le habían puesto, ese nombre que sonaba horrible en boca de su padre cuando la reprendía.
Mientras estaba allí quieta, en silencio, temblando por dentro y deseando que su padre se calmara pronto, sintió que no podría escapar nunca.
Seguramente se casaría y eso le permitiría salir de la casa de sus padres, pero ¿si su matrimonio era igual a él? Su madre le decía que una mujer debía obedecer a su esposo, que así era la vida de las mujeres casadas.
¿Qué sería de ella si debía soportar que el resto de su vida fuera aplastada por un marido tirano?
La habían presentado en sociedad el año anterior, y aunque no llamaba la atención debido a que había sido educada para no ser vista ni oída, seguramente le encontrarían marido. Un marido elegido por sus padres, no escaparía de la cárcel, solo cambiaría de carcelero. Era injusto, muy injusto. Y una chispa se encendió en su interior, por un breve segundo fue más intensa y fuerte que todo el griterío de su padre, pero ella misma la aplacó, aquello que se escondía muy dentro de sí no la llevaría a ningún lado.
Al día siguiente, Adeline agradeció que su madre se apiadara de ella y la enviara en la mañana a hacer recados, debía llevar unos hilos de bordar a la señora Wilson, lo que le permitía un poco de libertad. Luego de cumplir con el pedido de su madre, tomó el camino largo para regresar a su casa, caminó junto a la orilla del río y vagabundeó un rato por los bosques, se llenó los pulmones de aire y la mente de paz. Era como si al fin pudiera respirar, se preguntó si no podría quedarse a vivir allí, pero sabía que era imposible, resignada se decidió a volver. Pero en su camino de regreso se detuvo un momento a observar el jardín de los Lawrence.
Las rosas estaban florecidas y le encantaba mirarlas, no sabía por qué , pero tenía fascinación con ellas, quizás porque eran rojas y con espinas, hermosas y desafiantes; quizás porque su padre no le dejaba tener rosales a su madre porque decía que daban mucho trabajo y era algo demasiado superficial , propio de mujeres frívolas. Era cierto que las mujeres en Dorset competían por sus jardines, pero ella no lograba entender qué tenían de malo unas simples flores.
Cualquiera fuera la razón, ella estaba medio enamorada de aquel jardín, y se detenía a contemplarlo a distancia, cada vez que podía. A veces estaba tentada de cortar algunas y llegar a su casa con los brazos cargados de rosas, pero hasta eso sería mal visto.
Sí, ella era una rosa roja, pero estaba obligada a vivir sin florecer. Suspiró, era hora de regresar a su casa, aunque preferiría seguir disfrutando del paseo , no sería conveniente. Se despidió en silencio de aquel lugar y se giró, fue entonces cuando se chocó de frente con alguien que venía entrando, estuvo a punto de caer, pero la sostuvieron por los hombros.
-¿Está bien? – preguntó amablemente el hombre con el que se había chocado.
-Sí, sí – respondió tímidamente y levantó la vista, para encontrarse con la mirada verde intensa de Joseph Lawrence, eso la cohibió más. Lo había visto de lejos, pero ella no estaba acostumbrada a conversar o acercarse a jóvenes solteros.
-¿De verdad está bien? - preguntó nuevamente.
-Sí, estoy bien, iba distraída, perdóneme.
-Soy quien debería pedir perdón. Venía pensando en mi libro nuevo –dijo señalando al suelo y ella entendió que había dejado caer el libro para sostenerla y evitar que cayera- así que no la vi ¿Buscaba a mi madre?
-No, no –respondió avergonzada
-¿A mí?- preguntó él.
-No, no- volvió a responder pero él la miraba en forma inquisidora y ella se sentía muy tonta por haber sido descubierta. Sin pensarlo respondió- Solo miraba las rosas –luego hizo un gesto con la cabeza y se alejó tan de prisa como pudo.
Esperaba que él no fuera indiscreto, esperaba que su padre no se enterara