Las rosas en el jarrón duraron tanto como podían durar las rosas cortadas , aún con todo el cuidado de Addie fue inevitable que se marchitaran y que su ánimo también decayera con la belleza caducada de los pétalos. Pero por un tiempo habían sido suyas y se aferró a eso y a la idea de que también le esperaban sorpresas agradables como aquel ramo de flores.
Los días transcurrieron, y volvió a sentirse confortada por pequeños momentos de libertad como cuando su madre la envió a llevar mermelada de naranjas a la iglesia ya que se había comprometido para colaborar con la jornada de beneficencia que harían.
Disfrutó del camino de ida y al regresar fue sorprendida por la lluvia, estaba segura que no duraría mucho ,pero corrió a refugiarse debajo del árbol de Seymour.
Era un árbol gigante que, según contaban, había sido plantado allí , en medio de la pradera, por el señor Thomas Seymour , nadie sabía por qué había elegido aquel lugar tan alejado de todo, lo tildaban de caprichoso, aunque Addie siempre imaginaba historias que explicaran aquella decisión. Sea como fuera, había crecido como un espécimen fuerte y con una espesa copa que servía de refugio contra el sol y la lluvia, a ella le gustaba pasar por allí de vez en cuando y detenerse un rato debajo del árbol. Se sentía protegida y segura cuando lo hacía, en silencio agradecía a Thomas Seymour y decía una pequeña plegaria en su memoria, hasta lo consideraba un amigo aunque hubiese muerto antes que ella naciera; después de todo le había dejado aquel árbol.
La lluvia se volvió más fuerte, ella recogió los faldones de su vestido y se apresuró para llegar al árbol. Y cuando llegó descubrió que alguien se le había adelantado, Joseph Lawrence estaba allí.
Estaba con el cabello mojado, así que también había sido sorprendido por la inesperada precipitación.
-Señorita Blythe – la saludó
-Llueve – dijo ella torpemente, siempre le pasaba cuando estaba con gente que apenas conocía, pero le pasaba mucho más cada vez que se topaba con Joseph Lawrence. Debía pensar que era una reverenda idiota. Aunque a ella no debiera importarle lo que él pensara.
-Sí, llueve- respondió y la miró sonriendo- ¿No le pasa que está inmensamente agradecida con Thomas Seymour cuando en medio de una tormenta encuentra este árbol? A mí me pasa, y pienso que él sabía exactamente lo que hacía, nos dejaba un refugio.
-Siempre he pensado lo mismo – dijo ella y se vio obligada a acercarse un poco para quedar protegida de la lluvia- Lo agradezco cada vez que termino bajo su sombra o me cubre en días lluviosos. Seguramente le dijeron que estaba loco, pero lo hizo igual. Pudo ver más allá, no vio solo el árbol que plantaba sino el árbol que sería – expresó apasionadamente y se dio cuenta de su error, ella no solía expresarse tan libremente. Calló de pronto y se replegó en sí misma, bajó la mirada y entonces notó que Joseph sostenía un libro. Era la segunda vez que lo veía con un tomo en sus manos, la vez anterior cuando habían chocado , también iba leyendo.
Él pareció notar la dirección de su mirada.
-¿Lee? – preguntó.
-Sé leer- respondió ella escuetamente.
-Me refería a si le gusta la lectura – repreguntó interesado
Adeline no supo que responder, todo su ser quería decir que sí, que le gustaba leer, que esas historias imaginadas le permitían respirar y escapar, quería hablarle de sus libros favoritos o preguntarle de qué trataba ese que él sostenía. Pero no la habían educado para leer libros, esa era su pequeña rebelión. Y era su secreto. Si miraba a Joseph Lawrence y lo recordaba cargando aquel ramo de rosas , estaba tentada a contarle la verdad, quizás sería discreto, quizás aprobaría su interés por la lectura, pero ella no podía arriesgarse. No era tan valiente. Ni tan confiada.
-Leo, en la iglesia- respondió pues era una verdad a medias. No sé sentía tan culpable.
-Ah- respondió y sonó decepcionado- Yo leo, mucho. Bueno , ya no tanto, ahora tengo otras obligaciones, pero sí cuando puedo.
-¿Por qué? – preguntó curiosa y algo pareció encenderse en los ojos de él.
-Me gusta saber y los libros enseñan. Y me gusta vivir aventuras a través de las historias, soy alguien que se encarga de administrar propiedades, no buscaré tesoros en tierras lejanas ni haré nada más peligroso que viajar cada tanto a Londres. Me gusta Dorsetshire y la vida tranquila, pero los libros me permiten ser otros, imaginar esas vidas, compartirlas. Y la poesía dice cosas que me gustaría decir, pero no puedo, hace que el mundo se vea más hermoso – dijo y calló - Lo siento, hablé demasiado.
-No, está bien. Me hizo entender por qué le gusta- comentó escueta. Temía delatar la emoción que había sentido al escucharlo, lo mucho que se había identificado. Aunque de poder, ella sí buscaría aventuras que la llevaran lejos como en los libros.
-Me temo que me apasiona. ¿Hay algo que le guste? Ah, el bordado, ¿verdad? – preguntó y contestó al mismo tiempo.
-Sí, se crea algo que antes no existía- dijo ella. Y sí le gustaba bordar pero no la apasionaba, no realmente.
-A mi madre le gustó mucho su bordado – comentó él como si ya no supiera bien sobre qué conversar con ella.
-Se lo agradezco- respondió Addie igual de incómoda. Quedaron en silencio un omento y entonces un haz de luz se filtró entre las hojas, la lluvia se había detenido y el sol estaba iluminando poco a poco. Addie se quedó un instante detenida en el efecto de la luz sobre las hojas mojadas, en el modo en que la luminosidad creaba destellos y tocaba la tierra. Mientras seguía con la mirada aquel juego de luces y sombras se topó con la mirada de Joseph.
-¡Oh!- exclamó sorprendida
-¿Qué? – preguntó preocupado.
-Sus ojos son del color de las hojas después de la lluvia – dijo ella sin darse cuenta que estaba expresando su pensamiento en voz alta, y luego , al notarlo, se sonrojó. Pero él sonrió tenuemente.