Un poco tarde, pero feliz Navidad
Y como deseo de Navidad y teniendo en cuenta a Addie la prota de esta historia y que en esta época actual, en un lugar del mundo , acaban de prohibir que las mujeres estudien, anhelo que eso cambie y que no perdamos nuestros derechos.
Tristemente, hay situaciones que no pertenecen al pasado ni a las novelas, sino a la realidad actual.
ABRAZOS!!!
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Cuando Adeline llegó a su casa, volvió a sentirse agobiada, venía del aire puro, la lluvia, el sol, su breve charla con Joseph Lawrence en la que por un instante había olvidado contenerse, para entrar de nuevo en aquel mundo gris y pequeño.
-¿Dónde estabas? – preguntó su padre con brusquedad cuando ella llegó y supo que no tenía un buen día.
-Fue a la iglesia, a llevar algo que le encargué – intervino su madre
-¿Y por qué demoraste tanto?
-Llovía, padre. Y esperé que la lluvia cediera un poco para regresar a casa- dijo en voz baja, sin mirarlo a los ojos. No quería que creyera que lo estaba confrontando, eso no llevaría a nada bueno.
-Vamos, Adeline, ayúdame con la comida – intervino su madre la sacó de allí.
-Ve, ve a hacer algo útil – dijo su padre y ella se retiró rápidamente, fuera lo que fuera que lo tenía de mal humor, más valía no provocarlo.
Mucho más tarde, cuando se acercó a llevarle un té al estudio, parecía más calmado, aún así Addie se sentía inquieta. Aquel lugar y el acto de llevarle su tradicional té, le traía malos recuerdos. Años atrás, cuando tenía unos doce años, había cometido el error de tropezar y dejar caer la taza. Había sido abofeteada tan fuertemente que ella misma había caído al suelo como la porcelana.
Ahora era mayor, más fuerte y más lista, pero todo su cuerpo se tensaba cuando entraba a aquel estudio. Caminaba con mucho cuidado, concentrada, como si su vida dependiera de depositar aquella taza en el escritorio sin que nada sucediera. De hecho una vez que lo hizo, sintió que su cuerpo se aflojaba un poco, su padre ni levantó la vista de los papeles, y ella se retiró rápidamente.
En aquella casa no solo le pesaba el alma, sino también el cuerpo, todo el tiempo medía sus palabras y sus movimientos. Hubiera querido preguntarle a su madre por qué había elegido un esposo así, pero sabía la respuesta, sus padres se lo habían elegido, de la misma manera que le elegirían uno a ella.
Un par de días después, cuando su madre le avisó que estaban invitados al baile de los Norfolk y que su padre había decidió que asistieran, Adeline temió que el día en que le eligieran esposo hubiese llegado.
Le hubiera gustado poder disfrutar como las demás jóvenes de aquellos acontecimientos, elegir ropa bonita, arreglarse, reír con sus amigas y coquetear con algún joven, además de bailar por el simple placer de hacerlo. Pero no podía evitar sentir que la llevaban a un mercado, y que ella no tendría voz ni voto sobre el comprador, solo sería el que su padre considerara mejor candidato.
El día del baile, se soltó el cabello y se puso su mejor vestido, era color azul cerúleo y su madre le había bordado flores en un azul más oscuro.
-Estás preciosa – dijo su madre con orgullo cuando terminó de ayudarla a arreglarse, había hecho una trenza fina alrededor de su coronilla como si fuese una tiara y le había agregado unas flores de nomeolvides. El resto de su cabello castaño caía en cascada con su ondulación natural. Al mirarse al espejo, también ella pensó que se veía bonita y le sonrió a su madre, hubiera querido hacerles preguntas, pedirle ayuda, pero no quería angustiarla. De joven había entendido que su madre era mucho más frágil y débil que ella, por eso había decidido hacer todo lo que pudiera de su parte para que no saliera herida. Solía repetirse a sí misma que no debía arder porque su madre saldría quemada. Cualquier regla que ella rompiera, ambas pagarían las consecuencias. Y eso la ataba, eso la aplacaba, eso la volvía cenizas.
Apenas llegaron al baile, se dio cuenta que en realidad el objetivo de su padre había sido ir a hacer negocios, así que eso la hizo sentir más tranquila. No debería preocuparse mucho, solo debía pasar desapercibida.
La fiesta de los Norfolk contaba con mucha gente influyente, algunos de Dorset y otros venidos de Londres, así que estaba la pista de baile y un salón aparte donde los hombres se reunían a hablar, beber y hacer negocios, al menos los que no estaban interesados en bailar. Su padre se había dirigido hacia allí, así que ella y su madre se habían quedado en otro salón con las damas. Addie debía ser la única joven en edad casadera que estaba allí en lugar de la pista, pero era mejor que meterse en problemas.
Philippa pasó a verla y conversar con ella y luego le pidió a Addie que la acompañara, caminaron juntas hasta el salón principal mientras Philippa le contaba algunos chismes sobre los invitados, y luego Addie regresó sola. Fue allí cuando se cruzó con Joseph Lawrence que estaba siendo arrastrado por el señor Norfolk al salón de caballeros.
-Ven, bebe un poco más conmigo- le insistió el hombre.
-No soy tan buen bebedor- dijo él intentando marcharse, pero el anfitrión lo sujetó de los hombros y no lo dejó ir.
-Tu padre sí lo era, y era un gran amigo – le dijo algo emocionado, parecía estar bastante bebido ya. Y Joseph parecía resignado, así que lo acompañó. Addie creía que no la había visto, pero al pasar junto a ella hizo un leve gesto con la cabeza para saludarla. Ella correspondió al saludo y volvió deprisa con su madre creyendo que no lo volvería a ver esa noche, pero se equivocaba.
Fue casi una hora después cuando su madre le insistió que diera un paseo.
-Ve con tus amigas a la pista de baile o ve a dar un paseo en lugar de aburrirte aquí- la instó