Adeline regresaba de hacer unos recados y había tomado el camino largo por el bosque, mientras caminaba pensaba que era su propio Sherwood como el lugar en que Robin Hood y sus compañeros se refugiaban, tal como decían las baladas del libro que Philipa le había prestado el día del bazar.
La imaginación permitía ser libre, incluso alguien encerrado podía volar por los cielos si tenía imaginación, y siempre que el miedo no fuera la feroz guadaña, porque cuando el miedo se hacía presente hasta imaginar era difícil. Pero ahora en el bosque y bajo la luz del sol podía crear mil mundos para ella.
Caminó hasta llegar a la orilla del río Frome y siguió bordeándolo, usualmente caminaba por la orilla, mojándose con el agua fresca, había algo en el agua que era tranquilizante como si con su fluir se llevara también las preocupaciones, pero aquel día en particular estaba muy torrentoso, y podía ser peligroso, así que solo siguió bordeándolo por la costa mientras dejaba que su mente vagara libre
Iba distraída, por eso notó el movimiento de personas un poco tarde, alcanzó a percibir que delante de ella , a unos cien metros, unos tres hombres salían corriendo y se perdían entre los árboles de la orilla contraria. No pudo ver quiénes eran, o si eran muchachos o adultos, le llamó la atención su huida pero fue unos momentos después cuando entendió que había pasado. En el río había un saco flotando, uno que se movía y del que provenían sonidos. Un saco que era arrastrado precipitadamente por la corriente.
Adeline se metió sin pensarlo dos veces y sin escuchar la voz que la llamaba a sus espaldas.
Fue difícil moverse con la ropa que llevaba y luchando contra la corriente del río, pero pudo atajar el saco y levantarlo, los ladridos lastimosos fueron más audibles y agradeció haber llegado a tiempo.
Llegar hacia la costa fue más difícil aún, era arrastrada casi sin darse cuenta, cuando pensó que no podría salir, alguien tiró de ella con fuerza y la sacó.
Estaba empapada y tosiendo, pero su prioridad fue desatar el saco y sacar al perrito que había dentro, estaba peor que ella, pero vivía.
-¡¿En que estaba pensando?! ¡¿Está loca?! ¡Pudo morir! – le gritó Joseph Lawrence , su rescatista, sentándose a su lado
-En salvarlo – susurró en voz baja, intimidada por los gritos y por la situación. No lo había pensado seriamente antes de actuar, pero no se arrepentía.
-Hable alto. No la escucho - dijo él
-¡QUERÍA SALVARLO! – gritó ella y levantó la vista para enfrentarlo. Joseph Lawrence estaba tan mojado como ella y se veía asustado.- Lo siento- se disculpó.
-Debió esperar que yo llegara, venía detrás suyo y la llamé.
-No lo escuché, y no había tiempo que perder- dijo acariciando al animalito que sostenía en sus brazos.
-Me asusté, pensé que el río la arrastraría antes que llegara.
-Gracias- dijo quedamente y él acarició al perro.
-Tienes una salvadora muy valiente, parece que no suele pensar primero en ella- comentó ya más calmado.
-¿Es una crítica o un elogio? – preguntó Adeline, por alguna razón ya no estaba intimidada y soltó lo primero que le vino a la mente, Joseph Lawrence tenía ese efecto en ella, en los momentos menos pensados la hacía bajar la guardia.
-Un elogio, no podría criticarla cuando también me salvó a mí, ¿recuerda? – preguntó y pensó que jamás se le había ocurrido que para pagar su deuda debiera salvarla de un verdadero peligro, o que ella estaría salvando a alguien más. Un perrito negro, flacucho que ni imaginaba el riesgo que había corrido la joven que lo sostenía.
-¿Qué mal les hizo? – preguntó y él supo que se refería al animalito.
-No creo que haya hecho nada malo, ellos son los malos de la historia por deshacerse de él así.
-Como si su vida no valiera nada- susurró ella apenada, pero Joseph supo que su pena no era solo por el perro sino más profunda.
-Hay gente así, siempre la habrá. Pero también hay personas como usted que compensan la balanza, se arriesgó para salvarlo, la vida que para otros era insignificante para usted fue más valiosa que la suya. Tal vez no podamos evitar el mal en el mundo, pero el bien da esperanza- dijo Joseph -¿Va a llevarlo con usted? – preguntó y vio como la mirada de ella cambiaba. Por lo visto no había pensado en eso.
-No puedo llevarlo conmigo, ¿qué será de él ahora?- preguntó preocupada. Temía haberlo salvado para que ahora corriese un destino de abandono. Era imposible llevarlo con ella, su padre no lo aceptaría.
- Cuidaré de él – dijo Joseph – No podemos dejar que sus esfuerzos se desperdicien.
-¿Lo dice en serio? – preguntó ella.
-Sí, voy a adoptarlo. Prometo que seré bueno con él, no tiene que preocuparse por su futuro.
-Gracias, muchas gracias- repitió sin saber qué más decirle
-Será mejor que regresemos, podría resfriarse si se queda mojada mucho tiempo más- observó Joseph y ella cayó en la cuenta de que aún estaba empapada, con el vestido pegado al cuerpo. Joseph le dio la mano para ayudarla a ponerse en pie -¿Está bien? – preguntó.