Joseph se había enterado que su amigo Marcus Swann iba a casarse, así que aprovechó para hacerle una visita ya que también tenía que hablar con él sobre unas tierras que su familia quería comprar.
Su amigo lo invitó a beber café en su estudio mientras charlaban y él le dio la botella de whisky que le llevaba de regalo.
-Felicidades por tu compromiso.
-¿Y tú, para cuándo? – respondió Marcus
-Tan feliz estás por casarte que ya piensas en casar a todo el mundo.
-Es lo que toca a nuestra edad, ¿no es así? – preguntó y Joseph se dio en cuenta que no se lo veía tan entusiasmado como él hubiera creído.
-Pensé que estarías mucho más feliz con tu boda, ¿no estás enamorado de ella?
-Ay, Joseph, qué haremos contigo. Aprecio a mi novia, es una chica agradable y será una buena esposa, es bonita y ha sido bien educada, además mis padres han estado de acuerdo con la elección, un buen matrimonio tiene que ver con eso. No tiene que ver con el amor, vaya ni siquiera sé si eso exista.
Pero es la persona con la que pasarás tu vida, con quien tendrás hijos.
-Y será un buen matrimonio, habrá armonía, eso es lo que busco. Así funciona nuestra sociedad ¿Qué quieres tú?
-Sin dudas algo diferente, no quiero un matrimonio que suena a contrato o una esposa que suene a un bien adquirido. Quiero algo como lo que tenían mis padres. Quiero enamorarme, quiero una mujer que pueda ir a mi lado en la vida.
-Es cierto, tus padres han sido algo muy especial, diría que una excepción, pero no es lo más común, Joseph. La mayoría de los matrimonios son un acuerdo entre familias, y las relaciones donde manda la pasión no suelen terminar bien. Por ahora tu madre no te apura, pero llegará un momento en que debas tomar la decisión, Joseph.
- Tomé mi decisión hace mucho, Marcus. Voy a casarme por amor, con la mujer que sea la correcta para mí.
-¿Aunque tu madre la desapruebe?
-Aunque todo Dorset la desapruebe, si la amo y me ama, será la indicada- sentenció. Y lo creía sinceramente.
Aquella mañana, Addie había sido enviada por su madre a buscar unos duraznos que la señora Prescott le había prometido para hacer dulce. La mujer tenía varios durazneros en su huerta, eran un hermoso espectáculo cuando florecían en primavera, y luego en verano se llenaban de frutos, así que los repartía a sus más cercanos.
Se había cruzado su madre en el mercado el día anterior y le había dicho que le prepararía algunos y que enviara a alguien buscarlos, Adeline había agradecido aquel recado. Aunque el agradecimiento se le amargó cuando vio el gran canasto que había preparado la señora Prescott, sin dudas era muy generosa.
-Es demasiado – musitó ella, porque le sería difícil cargar aquella cantidad.
-Claro que no, tu madre necesitará esa cantidad si va a hacer dulce. Y también pueden comer algunos frescos, están muy ricos – dijo orgullosa y Addie suspiró. Iba a tener que llevarlos.
-Joseph, ¿puedes ayudar a Adeline con los duraznos? – dijo la mujer y Addie se giró hacia la puerta justo para ver entrar a Joseph Lawrence.
-Por supuesto- dijo él aunque era claro que lo habían tomado por sorpresa.
-No es necesario- dijo Addie nerviosa, se encontraba a Joseph cuando menos lo esperaba.
-Claro que sí, además él también vino para llevarle duraznos a su madre, pueda ayudarte a llevar ese canasto y luego volver por los suyos, ¿verdad que sí?- dijo sin darle mucha oportunidad a ninguno de negarse- Es bueno tener a un hombre joven a mano – finalizó satisfecha de haber resuelto el problema.
Adeline no podía oponerse abiertamente, aunque sabía que podía llegar a causar problemas si él la acompañaba hasta su casa, claro que podía decir que la señora Prescott lo había instado a acompañarla.
Por su parte, Joseph había notado la incomodidad de la joven, pero si la complacía negándose no cumpliría su deber de caballero al ayudarla a llevar el pesado canasto, por lo tanto estaba en un dilema y prefirió, egoístamente, inclinarse por acompañarla.
Se despidió de la señora Prescott , diciéndole que volvería más tarde por las frutas para su madre, tomó el canasto con duraznos y salió. Adeline lo siguió.
Caminaron un trecho en silencio, hasta que Joseph se sintió obligado a iniciar la conversación.
-¿Sabía que los duraznos vienen de Asia? – preguntó, temía sonar pedante pero no sabía de qué hablar con Addie.
-No lo sabía- respondió ella y lo miró con curiosidad , como si estuviera interesada en lo que iba a decirle.
-Sí , así es, incluso en China lo consideran un alimento de los dioses. Decían que el durazno era consumido por los inmortales debido a sus místicas virtudes de conferir longevidad a todos los que lo comieran.
La leyenda cuenta que Yu Huang, el Emperador de Jade, tenía una esposa llamada Xi Wangmu, también conocida como la Reina madre del oeste, que aseguraba la vida eterna
de los inmortales alimentándoles con los duraznos de la inmortalidad.