En los días previos a la llegada de su hermano, su padre no escatimó en gastos, indicó a su madre que comprará todo aquello que a su hijo pudiera gustarle y lo alimentara bien. Así como mezquinaba con ellas, siempre había sido generoso con los gastos de Arthur, en sus estudios, en sus alimentos, en su hospedaje y ropa en Londres. Quería lo mejor de lo mejor para su hijo, alguna vez, Adeline se había sentido dolida por aquella preferencia, ahora ya estaba acostumbrada, había aprendido que su padre no le daba ningún valor a su hija mujer. Era su hijo quien continuaría su apellido, se haría cargo de sus negocios y recibiría su herencia. Ella como mucho solo aportaría , al casarse, un vinculo con alguna familia importante.
Fueron días en que limpiaron la casa meticulosamente e hicieron compras en el mercado, al menos su madre pudo comprar sin preocuparse por los gastos o por las quejas de su padre. Incluso le preguntó qué quería ella.
-¿Qué te gustaría para ti, Addie? – le dijo mientras compraba ingredientes para las comidas favoritas de su hermano y Adeline no supo que responder. Se había acostumbrado tanto a no querer nada para sí misma, que le era difícil responder la pregunta.
-Tu tarta de manzanas, con miel- dijo finalmente, no era algo lujoso, por el contrario era un postre que su madre le hacía cada vez que podía y que compartían tomando el té. Era un recuerdo feliz, una muestra de calidez.
-De acuerdo ¿No quieres nada más? – preguntó y Addie negó con la cabeza. Aún así cuando regresaron, descubrió que su madre le había comprado un par de cintas nuevas para el cabello.
Cuando su hermano llegó a casa y la saludó con formalidad, Addie sintió que el corazón volvía a pesarle. Por alguna razón ,aunque había renunciado a esperar afecto de su padre, mantenía la esperanza de recibirlo de su hermano, sabía que era tonto aferrarse a aquella esperanza, pero aún no la había podido soltar. Era realista respecto a su familia, desde chica había aprendido el lugar que ocupaba, sin embargo lo más difícil era entender que las personas que debían ser las más cercanas, parecían estar a una distancia insalvable. Y aún le dolía.
Arthur se volvió el centro de la casa en aquellos días y la atención de su padre se centró en él, charlas, reuniones, presentarlo orgullosamente a la gente de Dorset, así que mientras hubiera comida abundante y ropa limpia para su hermano, ella se volvió invisible. Y aprovechó esa invisibilidad para ser un poco más ella misma, con los ojos de su padre lejos de ella, podía respirar un poco más.
De hecho cuando él viajó con su hermano para mostrarle unos terrenos que había comprado, aprovechó para ir junto a Phillipa a ver a Mary.A pesar de su insistencia, la respuesta fue la misma que había recibido su amiga las veces anteriores, estaba enferma y no podía verlas. Ni siquiera explicaron que tenía ni las dejaron traspasar la puerta.
-Me tiene preocupada. Es tan extraño – dijo Philipa y Addie estuvo de acuerdo.
-Es muy extraño, y me hace sentir mal.
-Lo sé, no podemos hacer nada. Y eso me enfada más - agregó su amiga y Adeline estuvo de acuerdo, la impotencia de no saber ni poder ayudar era molesta.
Ambas se sentían frustradas , preocupadas e impotentes. Addie no podía dejar de pensar que aunque quisieran ayudar, había límites que no se podían cruzar, así como había una puerta real que les habían cerrado casi en la cara, también había un umbral en la intimidad de lo que sucedía en cada familia. Le fue imposible no pensar en ella misma, Philippa caminaba a su lado, y aún así ignoraba su realidad, y si quisiera ayudarla, tampoco podría.
Luego de un trecho en silencio, en que estuvieron sumergidas en sus propios sentimientos, Philippa le propuso acompañarla a la tienda a buscar un vestido que había encargado.
-¿Me acompañarías? – preguntó ilusionada- Por favor no pienses que soy superficial, solo que quisiera algo con que distraerme- agregó y en esos instantes de pequeña rebeldía que se encendían en ella, Addie aceptó acompañarla.
Mientras su amiga recogía su vestido, ella hizo un pequeño recorrido admirando lo que había, sombreros , cintas para el cabello, vestidos coloridos , telas y zapatos. Se detuvo frente a una capa de color verde oscuro, le recordó el color de los bosques y de los ojos de Joseph Lawrence.
-Se vería preciosa en ti – dijo Phillipa acercándose- Sé que te gusta la ropa sencilla, pero esa capa se te vería muy bien – comentó inocentemente y Adeline debió forzar una sonrisa.
-¿Me muestras tu vestido? – preguntó para distraerla. Y su amiga asintió, y fue a probárselo para mostrarle.
Al día siguiente, mientras su padre estaba aún de viaje, Addie cometió su acto más temerario. Plenamente consciente, tomó el libro que Joseph le había prestado la última vez y se dirigió hacia el árbol de Seymour, en el horario que se suponía estaría jugando allí con Nilo. No dio por casualidad con el lugar, ni por error, fue porque quería verlo.
Como la vez anterior, el perro fue el primero en detectar su presencia y correr hacia ella, esta vez no la sorprendió, se agachó y lo esperó para recibirlo con caricias. Detrás del animal apareció Joseph y le sonrió.
-Señorita Blythe – la saludó con una leve inclinación
-Señor Lawrence ¿Cree que pueda jugar un rato con Nilo?