Florecer sin miedo - Saga Dorsetshire 0

Capítulo 27

¡HOLA! bueno el fin de año ha traído una mini maratón, así que les dejo otro capítulo, sobre todo porque no quería dejarlos muy angustiados hasta el año próximo.

Mi intención era terminar esta historia en diciembre, como empezó, pero creo que será dentro de unos pocos días más.

Mi país está pasando un momento difícil y me cuesta sonar muy positiva, pero les deseo que terminen bien el año, solos o acompañados, como toque. Y que el 2024 les traiga lo mejor.

Gracias por acompañarme este 2023. Abrazo grande

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A Joseph aquella noche le costó dormir, era la primera vez que amaba a alguien y estaba ante el mayor dilema de su vida. Quería retenerla ,pero no podía hacerlo. No se le ocurría cómo solucionar aquello, porque aún había piezas que no tenía, adivinaba lo que sucedía en la familia de Adeline pero eso no era suficiente.

No podía pensar con claridad, pero la información siempre era útil, así que se puso a escribir a algunos conocidos para averiguar sobre Sir Duddley y sobre el señor Blythe. No había más que pudiera hacer a esas horas para calmar su mente y su corazón.

Y antes de dormirse, dijo en voz alta las palabras que quería que llegaran a ella, las únicas que podían salvarlos a ambos, las dijo como si fueran una oración o un hechizo

“Eres valiente, Adeline”

Addie pasó aquellos días envuelta en una sensación de irrealidad. Hacía sus tareas hogareñas, atendía los pedidos de su padre, a veces bordaba junto a su madre, pero en completo silencio. Estaba como adormecida. El frío afuera se había intensificado así que solo salía para las compras necesarias.

Había perdido su capacidad de disfrute, antes contemplar una flor o el cielo la alegraba, ahora ni siquiera eso. Y dormía mal, tenía pesadillas de las que recordaba vagos fragmentos al despertar. Y a veces soñaba con Joseph extendiéndole la mano, pero cuando iba a tomarla, él desaparecía.

Los días pasaron en aquella rutina gris, hasta el día que su padre les dio dinero para que se ocuparan de “las cosas del ajuar” para la boda.

Su madre y ella empezaron a hacer una lista de aquello que necesitaría para la boda y entonces, sin previo aviso, Adeline se largó a llorar. No era un llanto estruendoso, solo las lágrimas empezaron a caer por su cara sin que pudiera evitarlo, se sentía como si su alma fuera lluvia derramándose y nunca fuera a parar. Su madre la cobijó en sus brazos y le acarició la cabeza y la espalda, la dejó descargar su angustia y luego, cuando el lloro amainó, le dio su pañuelo para que se secara el rastro del llanto.

-Addie, no te cases.

-Madre, no puedo evitarlo, lo sabes.

-Sé que quiero que seas feliz, sé que he soportado todos estos años esperando que tú fueras feliz. Tampoco sé cómo Adeline, pero no quiero verte sufrir. Tú eres el amor para mí, y la esperanza. No podemos rendirnos, Addie.No imagino algo más terrible que el hecho de que sufras y te sacrifiques. Te hubiera dejado ir de buena gana si fuera un buen hombre, alguien que te hiciera feliz, pero no así, no puedo dejarte ir así- dijo angustiada.

-Estaré bien- dijo Adeline recomponiéndose y en los días sucesivos no volvieron a tocar el tema. Ella fingió estar bien para no angustiar a su madre y su madre no dijo nada más pues no sabía cómo ayudarla. Aún así la miraba con profunda angustia y cada día que pasaba era como si se acercaran al cadalso.

Incluso pasó el cumpleaños de Addie, sin mucha pena ni gloria.Su padre ni siquiera la felicitó, su madre le hizo un pequeño pastel que comieron a solas y le regaló un alhajero que había heredado de su madre y una falda azul que había bordado. Cuando Addie la desdobló vio que estaba poblada de pájaros en vuelo.

-Felices veinte años, hija – le deseó y la abrazó.

Los días siguieron su curso, y el invierno también, poco a poco los días fueron más oscuros y fríos, con más actividades en el interior. Casi todo Dorset parecía dormido, sin fiestas, ni bailes, ni reuniones. Aquel atardecer en particular el viento arreciaba, podía sentirse como golpeaban contra las ventanas y también los truenos anunciaban tormenta.

Estaba los tres reunidos en el salón y nada era menos parecido a una familia que so, su padre leía periódicos que le enviaban de Londres. Su madre acababa de servirle té con bocadillos y ahora estaba en un sillón bordando, también ella, en una silla alejada, bordaba.

El sonido de la tormenta no la dejaba concentrar, algo de aquella furia de la naturaleza hacía eco en su interior. La inquietaba.

Aún así intentaba concentrarse en el bordado que tenía entre las manos y mientras daba puntadas en unas flores se pinchó el dedo, no solo le dolió sino que sangró.

Se quedó mirando la gota de sangre que manchaba la tela, su dedo dolía y sangraba estaba viva. Pero la estaban condenando a vivir como muerta

Ella no quería pasar el resto de sus años como esposa callada y obediente. Quería hablar, dar sus opiniones y reír

No quería pasar sus días encerrada en su casa, limitada a las actividades hogareñas e irse apagando día tras día. Quería viajar y también pasear por los bosques de Dorset apreciando cada cambio de estación. Quería tener una casa llena de luz y con un jardín con flores. Y quería correr y jugar con un perro negro.

No quería entregarse a aquel hombre con los ojos cerrados y los dientes apretados, asqueada dejar que la usara y darle hijos.

Ella quería besar a Joseph, aprender con él lo que era entregarse completamente, quería tener niños con sus mismos ojos verdes.

Quería ser dueña de su propia vida y ser feliz.

-No voy a casarme – dijo de pronto en voz alta. Y el mundo se detuvo.




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