Los días siguieron pasando, a veces parecían de una lentitud exagerada y a veces, demasiado deprisa. Su padre, quizás presionado por las imprevisibles y constantes visitas de los Lawrence y por la aprobación de la gente de Dorset a la boda, había optado por ignorarlas la mayor parte del tiempo. Lanzaba algunos comentarios hirientes de vez en cuando, pero Addie miraba su anillo y recordaba que era más fuerte y más libre, que las cadenas de su padre perdían fuerza y ya no podían subyugarla, porque al otro lado estaba Joseph esperándola. Joseph y el amor, Joseph y la libertad, Joseph y el futuro.
Y también tenía la sensación que con cada día que se acercaba a la boda, ella seguía cambiando, ella empezaba a desprenderse de quien la habían obligado a ser para empezar a ser quien era realmente.
Cuando faltaban cinco días, fue a buscar su vestido, era una belleza de brocado con mangas largas y un pequeño escote cuadrado, con una hermosa falda acampanada, cuando se lo probó no se reconoció. El cambio era en gran parte por la belleza del vestido, pero había algo más, algo que brillaba en sus ojos, algo que se irradiaba de su interior. Además del vestido había una preciosa tiara de diamantes que semejaba una corona de rosas, era un regalo de su prometido, según le explicó la modista. Y también había una capa de lana gruesa, con bordados de flores en el ruedo, como si la primavera estallara en el invierno. Ella reconocido el arte de su madre en aquel bordado, al probársela, la miró con los ojos llenos de lágrimas. Su madre no era una mujer de muchas palabras, pero a su modo, siempre había intentado darle lo mejor.
-Es hermosa- susurró Addie.
-Qué tu vida sea, de ahora en más, un camino de flores, mi pequeña- le dijo y Adeline la abrazó.
Al día siguiente, con la excusa de ir a la iglesia para hablar con el párroco sobre su futura vida marital, Joseph pasó a buscarla. Dedicaron media hora a hablar con el consejero espiritual y luego dieron un paseo hasta su lugar de encuentro, el árbol.
-Gracias por la tiara, es preciosa.
-Es una pena que no puedan ser las rosas reales de nuestro jardín, pero me gustó cuando la vi, haremos de cuenta que son rosas de nieve- le dijo soñador
-A veces siento que todo es un sueño y que voy a despertarme.
-Pero es una realidad, en cuatro días serás mi esposa. No tienes que preocuparte, seré un buen marido- le dijo pensando que quizás y debido a las circunstancias habían ido muy deprisa.
-No estoy preocupada por eso, lo sé, además de amarte sé que eres un buen hombre y que no debo temer.
-¿Pero?
-¿Crees que yo sea una buena esposa? Han pasado tantas cosas que a veces siento que me desconozco, te dije que no esperaba mucho del matrimonio antes, pero ahora quiero que salga bien, quiero ser una buena esposa, quiero hacerte feliz como tú me haces feliz a mí- trató de explicarse. Antes había visto al matrimonio como el punto final de su vida, algo que iba a suceder más allá de su deseo, pero ahora que el matrimonio era algo real y completamente deseado, tenía algunas inseguridades.
-Adeline, yo me enamoré de lo que eres, pero desde aquel día que mirabas las rosas rojas con tanto anhelo, también me enamoré de lo que vislumbraba en ti. Así que amo la mujer que eres y amaré la mujer que serás. Te amo con tus heridas pero también amo a la que tuvo el valor de ir hacia mí en una noche de tormenta. Seguramente los años nos cambiarán pero sé que nos pertenecemos y estaremos bien, no debes preocuparte por cumplir ninguna expectativa, solo por ser feliz. Tenerte a mi lado es mi felicidad.
-Te amo, Joseph, no sé si encuentre alguna forma de explicarte cuánto, muchas veces pensé que eras como este árbol para mí, un refugio, eres el lugar que me da seguridad y paz. Y así como muchas veces vine hacia este árbol casi inconscientemente, siento que de la misma manera mis pasos me llevaron a ti. Tal vez antes no lo sabía ,pero desde aquel día que me detuve a mirar las rosas, yo estuve yendo a ti. Iré hacia ti cada día de mi vida- dijo ella y Joseph la besó.
Luego caminaron tomados de la mano hasta la puerta de la casa de ella. Aquel gesto también era inmenso para ellos, pues casi siempre él se había detenido a mitad de camino para dejarla ir, pero esta vez habían llegado juntos hasta allí, sin soltarse y sin importar si alguien los veía.
De alguna forma, aquello expresaba la elección que ambos habían hecho, ir juntos por la vida, sosteniéndose, siendo la fuerza uno del otro sin importar lo que sucediera.
Dos días antes de la boda, llegó su hermano, por lo visto su padre le había pedido que viniera, los Lawrence tenían muchos conocidos y finalmente la boda se había vuelto un gran evento.
Addie volvió a sentirse extraña en presencia de su hermano, y tuvo que reconocer para sí misma que eran poco más que extraños y que eso no cambiaría. Mientras se acercaba al día en que su vida iba a tomar un nuevo rumbo comprendía que debía aceptar que su padre y su hermano no serían nunca lo que ella deseaba, no debía dejar que eso le pesara, sino aceptarlo como un hecho y continuar caminando hacia su propia felicidad.
Aún así cuando Joseph hizo su última visita antes de la boda, su hermano lo saludó casi en forma entusiasta, por lo visto su futuro marido estaba bien visto en Londres y por gente importante o los Blythe no lo habrían aceptado de aquella manera. Aunque a ella lo único que le importaba era que Joseph fuera Joseph.
Le permitieron acompañarlo a la puerta cuando se marchó.
-Mañana…-susurró él sin decir mucho más.
-Mañana- respondió ella sonriendo y eso era una promesa de lo que los esperaba, un futuro juntos.
Adeline se despertó temprano el día de la boda, aunque había nevado un poco, era una mañana clara , así que Dorset era un mundo blanco pero luminoso.
Finalmente habían decidido que la boda sería cerca del mediodía, y la recepción un almuerzo en casa de lo Clifford porque así luego podrían irse en su viaje de bodas. Joseph había insistido en llevarla a Londres aunque harían una escala en una propiedad que tenía a mitad de camino para pasar unos días allí.