Florecer sin miedo - Saga Dorsetshire 0

Epílogo 3- Y vivieron felices para siempre


Bueno, ahora sí, llegó el último epílogo y el momento de despedirme de ellos.

Muchas gracias por acompañarme más de un año con esta historia,  me siento feliz de terminar otra después  de tanto tiempo y también se siente extraño dejarlos ir, no estaban en mis planes ,pero llegué a quererlos mucho. También muchas veces fue un consuelo visitar Dorset

Un abrazo

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Muchos años después…

Joseph entró gritando y sacudiendo unos papeles al despacho donde Addie estaba haciendo una lista de las compras mensuales, estaba visiblemente enfadado.

-¡Adeline, esto no puede seguir así! – le dijo con los ojos verdes chispeantes.

Llevaban más de quince años casados, y como cuando tenía veinte años, cada vez que lo miraba su corazón se aceleraba. Y aún así enojado, jamás en todos esos años, ni por un instante, Adeline había temido o sentido miedo de él.

-¿Qué sucede?- preguntó con calma, como si le hablara a un niño con una pataleta. Era experta en eso, tenía cuatro.

-No podemos seguir pagando a todos estos tutores o no podremos mantenerlos hasta que sean mayor de edad.

-Pero…- intentó protestar ella, era claro que no les faltaba dinero. Era verdad que había gastado excesivamente en eso, pero le parecía importante darles una buena educación.

-Addie, hablo en serio. Tu hijo odia la esgrima, prefirió ir a las clases de pintura de Beth. Y Beth tomó la espada y lo pinchó, el tutor de esgrima dice que ella tiene talento para eso, pero es pequeña aún, así que esperaremos unos años. La tutora de piano, bueno esa se queda, Lily es feliz tocando el piano. ¡Y la de protocolo y francés se van!

-Josephine necesita esas clases- discutió Adeline.

- Sería mejor agrandar la biblioteca y dejar que Jo se eduque sola. De hecho ayer la vi caminando con una tetera en la cabeza- dijo y Addie ya no pudo evitar reírse por mucho que lo intentara.

-¿Una tetera? Se suponía que aprendiera a caminar con elegancia.

-Y Addie, la tutora de francés me atemoriza hasta mí. Estoy seguro que podrán sobrevivir sin hablar el idioma.

-Joseph…- quiso volverá intervenir pero él volvió a interrumpirla.

-Nadie las va a menospreciar porque no sepan francés, les daremos la mejor educación posible, pero no podemos forzarlos a lo que no les gusta en aras de su educación. Adeline, van a saber defenderse bien, y van a ser amados por quienes son, no es necesario esforzarnos tanto. Y en verdad estamos gastando demasiado dinero – le dijo. Él siempre sabía, sin lugar a dudas tenía razón y ella no se había dado cuenta antes, las inseguridades del pasado no se desvanecían ni de un día para otro ni en años. Había querido darle a sus hijos, sobre todo a sus hijas mujeres la mejor preparación y educación, lo que ella no había tenido, pero tal como Joseph le hacía notar había ido muy lejos.

El amor de madre era complejo, porque a veces en su afán de proteger a sus hijos, de cuidarlos del mundo exterior no prestaba atención a algunas cosas, por ejemplo que en verdad estaban padeciendo con algunos tutores. Pero afortunadamente Joseph estaba allí, estaba atento y presente para sus hijos.

-Addie…- la llamó porque la vio distraída.

-¿Crees que van a odiarme?

-Creo que eres una madre maravillosa, que te aman de la misma manera que tú y que nos las estamos arreglando bastante bien en este delicado equilibrio de no escandalizar a Dorset y criar a hijos felices – le dijo y en ese momento una niña pequeña entró estirando los brazos. Casi en forma inconsciente Joseph se levantó y la alzó.

-¿Qué sucede mi Beth? – preguntó con dulzura. Y antes de que la pequeña contestara entró Josephine con un libro y fue a contarle a su padre sobre algo que acababa de leer. Y mientras sostenía a su hija menor , escuchó atentamente el relato de su hija mayor.

Addie los observó como si viera un milagro.El amor y confianza entre padre e hijas era tan palpable que emocionaba. Beth se abrazaba a él como a su lugar seguro, Jo le hablaba con entusiasmo y sin temor alguno en su mirada, tan verde como la de él. Había sido así desde el nacimiento de su primer hijo, pero Adeline no dejaba de maravillarse. En el pasado ella no sabía que un padre podía amar así, pero Joseph le había enseñado que era posible. Y cuando lo veía con sus hijos, sus viejas heridas sanaban. Y también volvía a enamorarse un poco más, de maneras nuevas, de Joseph Lawrence. Probablemente seguiría enamorándose de él el resto de su vida.

Había aprendido que el amor era el legado más fuerte, de hecho su suegra había fallecido un par de años atrás cuando su enfermedad finalmente la había vencido, pero antes había conocido y mimado a cada uno de sus nietos. Y aunque el dolor de perderla había sido inmenso, aún dolía, también había dejado amor en su paso por sus vidas. Y ellos honraban esa herencia.

Todos los que la habían conocido estaban agradecidos por su vida, todos la recordaban con profundo amor y su ausencia , contradictoriamente, estaba llena de la misma calidez que había tenido su vida.

Adeline quería poder dejar esa misma huella en los suyos.

Suspiró, tendría que resignarse a dejar ir a la mayoría de los tutores, salvo los que sus hijos eligieran. Imaginó que en el futuro también sería así, tendría que ceder para hacerlos felices, pero aún eran pequeños, así que había tiempo.

Lily también entró y ella fue hasta su hija que los invitó a escucharla tocar el piano, había aprendido una pieza nueva y orgullosa quería darles un pequeño recital. Adeline le tomó la mano y Joseph la siguió con Beth y Jo. En el camino se toparon a su hijo que venía emocionado a mostrarles un dibujo que había hecho de la familia, ella y Joseph intercambiaron una mirada, eran prácticamente manchones de acuarela y era difícil distinguir quién era quién, pero alabaron su obra y lo alentaron a que siguiera pintando.




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