Flores del Alma

ENCUENTRO

Era un viernes 14 de marzo de 1919 y las campanas repicaban sin cesar para llamar a los católicos poblanos a la misa de las 4 de la tarde, como siempre doña Concepción, tía abuela de la pequeña niña de 4 años recién cumplidos, Asunción Ascárraga, hija de su sobrino Andrés Ascárraga y María Asunción del Milagro, se encontraba finalizando la laboriosa tarea de alimentar a la caprichosa niña para poder llevarla a misa. Los padres de aquella niña habían salido temprano para ganarse la vida en la fábrica de cobijas "Provincia Torres" ubicada en Nanacamilpa, un pueblo un tanto apartado, esta última quedaba a 45 minutos, en auto, del pueblo donde vivían. El señor Ascárraga era contador y no era habitual que su esposa lo acompañara porque su ocupación era ama de casa, sin embargo, tenía que comprar un par de cosas en el mercadito de Nanacamilpa para el cumpleaños de su pequeña hija y se había ido con su marido desde muy temprano.

Para tristeza de doña Concepción y la pequeña Asunción, esa mañana era la última que verían al señor y señora Ascárraga. A la mitad del camino hacia la fábrica, Andrés perdió el control del auto debido a la fuerte lluvia y cinco minutos después, el vehículo se encontraba de cabeza dentro de un barranco con los difuntos esposos dentro. Como el accidente ocurrió en un camino poco transitado, el auto medio destruido con los cuerpos dentro fue encontrado hasta la mañana siguiente por una habitante de aquel pueblo cuando salió a pastorear a sus ovejas como cada mañana a la orilla de aquel barranco.

Fue una tragedia total, la custodia de la pequeña Asunción y su hermano Manolo Ascárraga le fue dada a su tía abuela Concepción quién había de ser su peor pesadilla por los próximos 13 años. No paso mucho tiempo antes de que el muchacho de 11 años, Manolo, huyera de casa aunque, por mucho que peleó y renegó, no le permitieron que se llevara a su hermana sin saber lo que el destino tenía planeado para él, no volvería a ver a su hermanita nunca más desde aquel día.

Para ella la estancia en casa de su tía, que no la quería por cierto, significaría un infierno que empeoraba día con día. Aparte de su tía, vivía con sus dos primas Remedios y Milagros del Paso quiénes no la querían y la trataban peor que a los puercos y, por si fuera poco, sufría acoso sexual por parte del tío Fidencio del Paso.

Así que Asunción creció un tanto traumada y herida a causa de los malos tratos, los golpes y las caricias imprudentes de parte del tío que no habían de cesar hasta su partida. Hasta el día de su muerte, nunca podría entender por qué el destino le había hecho pasar por cosas tan crueles si siempre había de procurar no hacer mal a nadie. Pasaron los años y aquella niña mal nutrida y traumada, creció convirtiéndose en una mujer bien desarrollada, fuerte y con los pies en la tierra que no sabía otra cosa más que cómo atender correctamente a un hombre y mantener la casa en buen estado. 
 


 

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Era martes 21 de febrero, faltaban un par de semanas para su cumpleaños número 17 y también para el aniversario luctuoso número 13 de sus padres, siempre consideró ridículas a las personas que se quejaban de la vida aún teniendo a sus dos padres vivos cuando a ella la vida, en una mala jugada, le había puesto la terrible coincidencia de que sus padres habían pasado a mejor vida el mismo día que ella cumplía años.
Sus pocas amigas en el vecindario, que un par de años atrás se burlaban de ella por no haber contraído matrimonio todavía, ahora la envidiaban por no tener que cuidar chorrocientos hijos como ellas y mantener su bella figura a tan madura edad.
 


 

Asunción se había levantado a las 5 de la mañana como era habitual para alimentar a los borregos, los puercos, los pollos, las vacas, bañar a los caballos y hacer de desayunar a su familia. Al término del desayuno, la tía le hizo ver, con un comentario hiriente como de costumbre, que faltaban ingredientes para el mole poblano que le había solicitado guisar el día de hoy.
-¿Acaso no has aprendido a cocinar o sólo eres bruta Asunción? No veo que hayas comprado ajonjolí y chocolate para el mole que te pedí ayer, ¡Si no tienes todo listo para el medio día, verás la santa tunda que te voy a poner! -Exclamó furibunda la tía Concepción.
-Entendido. -respondió cabizbaja Asunción. Después de tantos años de abusos, ya había aprendido que lo mejor era no renegar a los insultos que la tía le escupía sin consideración alguna.
Entonces, luego de vestirse y peinarse rápidamente, se puso en marcha y se fue a pie hasta el mercado del pueblo. 
 


 

Una vez ahí, compró ajonjolí y el chocolate de la mejor calidad que encontró, también seleccionó cuidadosamente, como encargo de la tía, los elotes más tiernitos y los jitomates más firmes que vió. Al término de su compra, las bolsas ya le pesaban mucho y sentía que los dedos le punzaban, por lo cuál se decidió a pedir un taxi de regreso al infierno, digo, a la casa donde la tenían de arrimada.
Al llegar a la esquina de la iglesia de San Sebastián, la cual estaba relativamente cerca del mercado, le hizo una seña con la mano al primer taxi que vio para que se detuviera a recogerla. Sin saberlo, se estaría subiendo al taxi que le daría un giro completamente distinto a su trágico destino como sirvienta de la casa. Al subir, el chófer del taxi la saludó amablemente y también su hijo, Felipe Castelán, el cuál iba de copiloto como aprendiz del oficio.
Luego de saludarla, aquel copiloto de tez morena, cejas pobladas, bien fornido por cargar tantos bultos de paja para el ganado y 20 años de edad quedó atónito. Era la mujer más bella que había visto en toda su vida, era de piel sumamente blanca, llevaba el cabello rizado negro azabache recogido a los lados delicadamente con un par de pasadores, tenía puesto un vestido café oscuro de manga larga el cuál enseñaba sólamente de las pantorrillas hacia abajo y unas zapatillas negras de tacón alto. 
 



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En el texto hay: realismo, romance, drama

Editado: 16.06.2019

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