Normalmente, cada vez que me echo a la cama luego de un día exigente, no puedo evitar cerrar los ojos hasta caer en un profundo sueño.
A excepción de este día.
Ahora, echada a la cama mirando al techo, no pude evitar hacerme una pregunta:
¿Aún sigo existiendo, o esto es solo un simple sueño?
Luego de que el día cayera junto con los últimos rayos del sol, y la luna y las estrellas hicieran presencia con su resplandor iluminando el oscuro firmamento, el tiempo parecía haberse detenido.
Tal vez era el sentimiento de pesadez que sobrellevaba mi cuerpo, o las ondas de tensión que se adquiría en todo el día.
O bien podría ser el tiempo.
Tempo.
Porque sí, todo parecía seguir marchando cómo debería, y todo sigue transcurriendo con normalidad.
Pero el tempo, mi tempo se estaba acabando, o así yo lo sentía.
Lo sentía cada vez que el cuervo en la ventana arrullaba con vigoroso en busca de mi atención.
También lo sentía cuando las brisas rozaban mi mejillas, cuando la luna se hallaba triste, o en la forma que el cristal frente a mi reflejaba mi cuerpo.
Por eso, todos los días eran iguales, a excepción de uno.
Siempre era así.
Entonces, echada en mi cama, cantando al son de los lamentos de una luna rota, no pude evitar preguntarme:
¿Cuánto tiempo tomarían las estrellas en bajar a mi habitación e iluminar a mi corazón?
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Editado: 13.11.2024