In my mouth.

El aire se va agotando entre nosotros.
Un sabor agridulce se está alojando como intruso en mi boca.

Aunque el efecto no es mutuo, puedo ver la lujuria asomarse en el iris del rojo de tu boca. Por no trepar en tus labios, terminé atrapado en la bahía de tu cintura.

Tan frágil como un lamento, pero tan furtivo como un beso de esos que no se olvidan.
De textura rígida pero de un sabor embriagante.

Tan a la tentativa de enredar mi lengua en el pezón que nutre, alimento que convierto en oxígeno de donde no me cabe en lo pulmones.

Sería tan confuso como lo que digo, pero recuerda que los ebrios no mentimos nunca, pues un poquito de delirio es el toque para huir de la cordura.

Deleitamos, caemos, nos levantamos, tropezamos en nuestro andar como si la tierra se adhiera bajo nuestros zapatos, vivimos medio vivos, olvidamos. Borrón y cuenta nueva, volvemos a caer. Somos como un círculo, dando vueltas alrededor cuando deberíamos ser abstractos. Sin rumbo alguno pero con un mismo punto de partida.

Nunca nos detenemos.
Lengua a lengua, cada centímetro cubierto por el húmedo sensor que disgusta el paladar de Eva. Tan convincente como morder esa fruta prohibida de entre miles del Edén. Posiblemente, ni fue deliciosa como la manzana de Adán bajo tu mentón que sabe a pecado.

Con las manos ensangrentadas y calientes, como dos estufas que estimula pero nunca quema, en la cintura de Eros recorriendo el monte de Sinaí en el cuádruple del abdomen y se pierden en el recorrido del arco de Cupido.

Una exclamación delirante, tantas palabrerías que suben por mi garganta y allí mueren.

Tan apretado el cordón umbilical que se enreda alrededor del cuello del bebé que su madre nunca oirá el llanto.

Lamentamos juntos, esta cabina de llamadas imprecisas.
Como esos instantes que se viven y nunca vuelven.
Igual que esos soldados en la guerra o como la primera exhalación de vida.