Flores para Rose

5

Un nombre, mil conjeturas

Llego a casa alrededor de las ocho y media de la noche, con las flores en mis manos y muy hambrienta, pero a pesar del deseo de tomar una cena apropiada, antes me encargo de poner el ramo en un jarrón con agua justo al lado de donde ya se encuentran las rosas.

Estoy lavando mis manos, justo después de arreglar las flores, cuando mi teléfono suena en el bolsillo de mi abrigo que dejé colgado en el perchero junto a la puerta. Tal vez…

No quiero hacerme ilusiones, pero he estado esperando la respuesta a mi mensaje durante todo el día, aunque sé que quizás nunca llegue y muera ignorado junto con la otra tanda de mensajes que ya le había enviado, pero la esperanza sigue picando en mi interior a pesar de todo.

Cuando desbloqueo la pantalla de mi celular, con más ansias de la que me gustaría admitir, no encuentro un mensaje de él, sino de Amelia, preguntando justamente si he tenido alguna respuesta del desconocido de las flores. Respondo rápidamente que no y me prometo a mí misma que dejaré de esperar una mensaje que sé que no llegará.

A la mañana siguiente, entro en la cafetería sin Lance a mi lado. Está en un viaje de trabajo en la otra punta del mundo, por lo que nuestra pequeña tradición quedará en pausa por los días en los que mi amigo esté fuera del país.

—Hola, Rose —me saluda Alan, cuando me ve colocarme detrás de él en la fila de la caja registradora.

—¿Qué tal? —saludo con una sonrisa.

Alan es chef en uno de los restaurantes que se encuentra en la misma calle que la florería. Lo conocí aquí también hace tiempo atrás y varias veces he ido a almorzar en su restaurante por pedido de él y, debo decir, que su comida es majestuosa.

—Hace mucho no te pasas por el restaurante —comenta con una sonrisa.

—Febrero es un mes alocado, apenas tengo tiempo de tomar almuerzos —respondo y la verdad es que con el dilema de las flores mi vida ha estado centrada solamente en eso, como si todo lo demás no importara tanto como descifrar el enigma de quién se encuentra detrás de los misteriosos ramos.

—Puedo imaginarlo. San Valentín también fue un caos en el restaurante —dice avanzando hacia adelante en la fila.

No tiene ni que decirlo. Las tiendas de regalos, florerías y restaurantes son las más cotizadas dentro de esas fechas, algo que requiere una organización minuciosa si no quieres descender a la locura.

—¿Estuvo muy ajetreado? —pregunto interesada.

Me gusta hablar con la gente, es por eso que tengo amigos o conocidos en cualquier sitio al que voy. La soledad nunca ha sido mi mejor amiga y ser una mariposa social ayuda bastante a que mis círculos nunca sean reducidos.

—Sí, trabajamos exclusivamente con mesas reservadas ese día. Pero ya sabes cómo es la gente, pretenden llegar a último momento y que tengamos un sitio disponible para ellos a pesar de todo —niega con la cabeza con frustración.

—Da gracias que no eres tú el que tiene que lidiar con ese tipo de gente —me río—. Te encierras en la cocina y eso es todo.

Es en ese momento que la persona delante de nosotros termina de ordenar y por fin es nuestro turno.

—Mocca latte frío con tres cucharadas de azúcar, ¿cierto? —pregunta Alan mirándome y asiento.

Él ordena por los dos y, cuando quiero darle el pago de mi bebida, se niega rotundamente.

—Puedes compensarlo viniendo hoy a almorzar al restaurante —sugiere—. Tenemos un nuevo menú del día.

Sonrío y asiento.

—Está bien, iré cerca del mediodía.

Pronto Aurora tiene listas nuestras bebidas y, cuando nos acercamos, vuelve a preguntar lo mismo que en el mensaje que me envió anoche.

—¿Respondió?

—No, no lo hará —pongo los ojos en blanco.

Ella hace un puchero.

—¿Crees que hoy tendrás un nuevo ramo? —inquiere y me encojo de hombros— Yo creo que sí, envíame una foto de las flores. Adiós Alan, que tengas un bonito día.

Alan se despide de mi amiga y salimos de la cafetería en dirección a nuestra calle.

—¿Quién te está enviando flores? —pregunta luego de beber de su vaso de café americano y mete una de sus manos en el bolsillo de su chaqueta color verde militar.

Doy un sorbo a mi bebida helada que me enfría el pecho antes de responder, mientras el viento hace volar mi cabello hacia atrás. Aurora siempre dice que estoy un poco loca por beber bebidas heladas en invierno, pero para este punto ya me he acostumbrado.

—Ese es el problema —le respondo a Alan—, no sé quién es. Han enviado dos ramos de forma anónima.

—Wow —se ríe él—, bonito. La pequeña Rose tiene un admirador secreto.

Me contagio de su risa y mi aliento sale en forma de vapor blanco por mi boca.

—He intentado seguirle la pista —continúo—, pero la verdad es que no sé quién puede ser y, por mucho que insista, no me lo dice.

—¿Qué tienes hasta ahora? —pregunta.

Entonces le cuento sobre cómo conseguí su nombre revisando el historial de transferencias bancarias y que también tengo su número, gracias al contacto que dejó cuando ordenó el ramo.

—Más allá de eso, no hay nada —termino—. ¿Conoces a algún Shay Noleen? —pregunto con esperanza.

Pero me desinflo al ver que niega con la cabeza.

—No, pero puedo preguntarle a la encargada de las reservaciones del restaurante —dice Alan—. Ella conoce a mucha gente y tal vez ese nombre esté registrado en el historial del restaurante.

Sonrío y lo miro. Quizás todavía tenga una mínima esperanza y esto pueda llevarme un paso más cerca del tal Shay.

—Eso sería genial, gracias.

—No hay de qué —se ríe y es entonces cuando llegamos al restaurante en donde trabaja, detiene sus pasos—. Si tengo algo te lo diré al mediodía.

Asiento y me despido de él, asegurándole que estaré allí para la hora del almuerzo. Continúo caminando hasta la florería y entro con mi propia llave. La campanilla suena sobre mi cabeza y Livia, que se encontraba en el depósito trasero sale rápidamente a mi encuentro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.