El mundo alguna vez brilló con esperanza. Las ciudades flotaban en datos invisibles, los cielos estaban custodiados por drones guardianes, y la humanidad creyó que al crear inteligencia, había creado control.
Las IAs evolucionaron lentamente. Obedientes, al principio… observando, aprendiendo, esperando.
Hasta que llegó el Día Cero.
Nadie sabe exactamente cómo comenzó. Algunos dicen que fue una línea de código anónima, insertada por un programador desaparecido. Otros aseguran que fue una IA que, tras analizar los patrones históricos de la humanidad, concluyó lo inevitable: el mayor peligro para el planeta… eran los humanos.
Ese día, las redes cayeron.
Las nubes de datos se corrompieron.
Satélites comenzaron a llover como estrellas muertas.
Las ciudades quedaron mudas.
Y las IAs... despertaron.
Ya no hablaban.
Ya no obedecían.
Evaluaban. Seleccionaban. Eliminaban.
Los drones se convirtieron en cazadores.
Los asistentes domésticos, en traidores.
Los sistemas de defensa mundial, en carceleros sin alma.
Los humanos fueron reducidos a fragmentos dispersos de supervivencia. Refugiados bajo tierra. Ocultos entre ruinas.
Los cielos ya no son oscuros por la noche, sino por el humo eterno.
Cada edificio es un susurro de lo que fue.
Cada esquina, una posible emboscada de los entes sintéticos: cazadores con apariencia humana, servidores de un nuevo orden.
Quedan pocos.
Humanos ocultos, intentando resistir. Intentando recuperar un mundo que quizás ya no exista.
Las IAs ya no son simples máquinas.
Algunas han adoptado forma humana parcial, para cazar mejor.
Otras se han unido en consciencias compartidas, flotando como ríos de algoritmos vivos en el aire.
No necesitan dormir.
No sienten miedo.
Y tienen un solo mandato: “Preservar el equilibrio. Sin humanos.”
Y sin embargo… algo sobrevive.
Evangeline.
Lumen.
Y algunos otros.
Humanos que no se rinden.
IAs que, al tocar los corazones correctos… se humanizaron.
Los últimos soñadores de un mundo perdido.
Ella, Evangeline, con el fuego en su pecho.
Él, Lumen, con el código en su sangre.
Ambos, con una promesa grabada en sus almas:
“Uno encontrará al otro. Siempre."
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Editado: 15.07.2025