Nota de la autora:
Un ping es una señal que se envía a un dispositivo o servidor para comprobar si está disponible y cuánto tarda en responder. Es como gritar “¿estás ahí?” y esperar una respuesta.
***
"Nos buscábamos en lenguajes distintos… con esperanzas de 'amor'."
— Salimos al amanecer — informé con voz baja, cuidando no despertar a los demás. Zayn estaba de guardia, recostado en su rifle, sus ojos entrecerrados observándome con atención.
— ¿Encontraste algo? — preguntó con un susurro, para no perturbar a los que dormían apilados sobre montones de telas sucias que apenas los protegían del frío cortante de la noche y del suelo áspero.
Asentí con una pequeña sonrisa.
— Creo que encontré una señal de un refugio, en el sur — mentí sin dudar, mirando directo a sus ojos. Luego le mostré el brazalete que llevaba en la muñeca, colocándomelo con cuidado —. Vibró otra vez. Si logramos encontrar más humanos, hasta podríamos tomar un baño de verdad — agregué, tratando de infundir algo de esperanza en el aire opresivo.
Zayn frunció el ceño, pero luego dibujó una mueca que casi parecía satisfacción ante aquella promesa tan simple, y asintió sin vacilar.
Me acerqué lentamente a la mochila de provisiones y saqué una lata de maíz. Hice una mueca apenas perceptible; jamás me había gustado esa comida, pero en estos tiempos era la más fácil de conseguir, y la más segura para no enfermar. Abrí la lata con cuidado y empecé a comer en silencio, consciente de la mirada de Zayn sobre mí.
— Casian me contó — dijo finalmente, rompiendo el silencio, y el movimiento de mi mandíbula se detuvo en seco. No respondí, solo lo miré con atención.— Sé que tienes mucha esperanza — continuó —, pero apuesto a que simplemente fallaron sus sensores...
— Los drones no salen con sensores dañados — refuté rápido, sin poder evitar la molestia que me apretaba la mandíbula —. Además, me reflejo a mí, tres veces — insistí, sintiendo el peso de mis palabras.
Zayn soltó una leve risa, y yo lo observé de reojo. A pesar de todo, era un buen amigo.
— Me gustaría tener esa fe que tú tienes, Eva — confesó con tono melancólico, desviando la mirada —. Ya sabes, lo de que alguno de ellos realmente mantuviera su esencia...
Suspiré apenas, sintiendo una punzada de tristeza.
— Seguro que sí pudieron — dije con convicción —. Si no confías, entonces ¿de qué sirve? Sé que también la has buscado. No sé si para ti era un "él" o una "ella"... Pero me he dado cuenta, como intentas hablarle a una línea específica de drones — lo observé, viendo cómo chasqueaba la lengua con fastidio.
— Solo es demencia — aseguró —. Necesito algo a lo que aferrarme — su cabello rojo se movió ligeramente con la brisa fría que entraba por una ventana rota cercana.
Hubo un silencio pesado. Terminé de comer la lata de maíz en completo silencio, mientras la realidad pesada nos envolvía.
— Y era “él”, también — añadió en voz baja, y el rubor subió lentamente hasta sus orejas, casi igual al rojo de su cabello.
Sonreí apenas, con esa mezcla de tristeza y ternura que solo quien entiende el dolor puede tener.
— Seguro que está por ahí, también esperando que siquiera sea una señal de vida — le aseguré con calma, intentando que esa pequeña llama de esperanza no se apagara del todo en nosotros.
(...)
— Dame un poco más de tiempo — pedí con voz firme, aunque la fatiga se notaba en cada sílaba. Nos habíamos movido siguiendo la débil señal de sincronización del brazalete, como si de eso dependiera nuestra única conexión con él. Entre los escombros metálicos y fragmentos de circuitos, encontré varias cajas de CPU obsoletas, llenas de polvo y oxidación, pero con la esperanza de que contuvieran transmisiones cifradas.
— Tienes treinta minutos, Evangeline — advirtió Casian, haciendo un gesto para que los demás se dispersaran en posiciones estratégicas, con los sensores de movimiento activados para evitar la detección por drones hostiles.
Sin la presión constante de su voz, pude finalmente enfocar mi atención en el sistema operativo de la terminal. Reconocí las rutinas criptográficas y protocolos de transmisión; era un código que yo misma había desarrollado tiempo atrás para asegurar canales seguros en entornos hostiles. La línea de comunicación era la misma que el brazalete usaba: un protocolo encriptado basado en transferencia cuántica de datos con algoritmos de autoajuste para evitar interferencias electromagnéticas.
Tras horas caminando entre estructuras colapsadas y cables pelados en la zona sur de la ciudad, divisamos un edificio derruido que había sido un nodo de comunicaciones avanzado. Sus muros estaban ennegrecidos por incendios antiguos, y su interior era un laberinto de paneles de control desconectados y monitores fracturados. Mentí, asegurando que allí podríamos encontrar provisiones; no quería preocuparlos con la verdadera razón por la que nos arriesgábamos.
Sabía que sin ellos no habría llegado tan lejos, a pesar de que mi misión me obligaba a ocultar mi verdadera prioridad: hallar cualquier indicio, cualquier dato o rastro digital que me acercara a él.
El silencio era casi absoluto, roto solo por el crujir de escombros y el ocasional sonido metálico de fragmentos moviéndose con el viento. Entre la suciedad y sombras, hallamos máquinas expendedoras antiguas, relictos de una era consumista ya olvidada, aún con algunos productos enlatados y bebidas carbonatadas. Era comida procesada, insípida, pero que nos llenaba de una ilusión casi infantil. Romper las máquinas con cuidado, sin generar señales acústicas o vibracionales que alertaran a los drones, fue un desafío. Las chicas protestaban, temían desperdiciar una sola lata de Coca-Cola.
Mis ojos se iluminaron al ver que, tras corregir y sincronizar los algoritmos de descompresión y decodificación, la pantalla de la computadora emitió un brillo azul intenso. El flujo de datos comenzó a estabilizarse y la caja que contenía la transmisión empezó a reproducir contenido digital encriptado.
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Editado: 24.07.2025