En el suroeste del Monte Aris, a cientos de leguas mar adentro, se encuentra el archipiélago Sparkor. Este conjunto de islas, extendido en forma de daga sobre el vasto océano, alberga en sus extremos dos islas completamente distintas entre si: la imponente isla volcánica de Rou y la paradisíaca isla de Vaneisy.
La isla de Vaneisy, conocida por su exuberante fauna y su selva tropical, es un destino predilecto para exploradores y turistas en busca de un refugio natural. Su clima soleado y sus playas de arena blanca, bañadas por un mar turquesa, la convierten en el sinónimo perfecto del paraíso en la tierra.
En contraste, la isla de Rou presenta un paisaje radicalmente opuesto. Sus colinas de granito y basalto, rodeadas por ríos de lava que descienden desde un volcán activo, están envueltas en un clima perpetuamente tormentoso. Este ambiente, ya de por sí hostil, se agrava con la actividad sísmica que sacude regularmente la región. Como si esto no bastara, Rou es hogar tambien de una fauna extraña y hostil, que consolidan su reputación como un "pedacito del infierno en la tierra".
No obstante. A pesar de todas estas condiciones adversas antes mencionadas, Rou es la isla más habitada del archipiélago Sparkor. Y esto se debe en gran medida a la intensa actividad minera que prospera en su superficie, ya que la isla es un paraíso geológico repleto de gemas y minerales únicos en el mundo.
Tal es la riqueza del lugar que incluso el interior del volcán activo es explotado con fines mineros. Algo que no deberia de ser, dado lo peligrosa que resulta la tarea, pero que ocurre de todas formas con pleno conocimiento de los habitantes, quienes, en su incansable búsqueda de riquezas, están dispuestos a todo (incluso arriesgar sus propias vidas) con tal de prosperar en esa tierra tan inhóspita. La gran ciudad y los abarrotados puertos situados al norte de la isla son una prueba innegable de la bonanza del reino y la férrea determinación de su gente.
Y precisamente reforzando esta vision de osado progreso. Por encima de la isla, sobre su bulliciosa ciudad minera y sus concurridos puertos, se alza el majestuoso castillo real de Abigail, la viva imagen del espíritu indómito del reino.
Construido con oro, granito rojo brillante y negro basalto, el castillo, sin incluir sus torres y anexos, triplica con facilidad el tamaño del homólogo Castillo de Canterlot. Si su monumental tamaño, diseño y colores no fueran lo suficientemente impresionantes, también destaca por estar erigido sobre una montaña flotante que se eleva ligeramente por encima de la isla.
Contemplar desde lo alto de sus torres el corazón del gobierno y la capital del pequeño reino de Rou es, sin lugar a dudas, una experiencia sencillamente impresionante.
Sin lugar a dudas, así es. Y si alguien le preguntara a la pequeña poni Fluttershy, quien se encontraba en uno de los balcones del castillo, si estaba impresionada, ella respondería con firmeza que sí, pero también confesaría que estaba aterrorizada.
"Esto no está funcionando", murmuró para sí misma la indefensa pegaso con voz temblorosa. Había salido al balcón para observar el atardecer y distraerse, pero la visión apocalíptica de la ciudad y los remolinos de lava bajo sus ojos, que se asemejaban a orbes grotescos y brillantes, no hicieron más que incrementar su ansiedad.
A sus delicados oídos llegaban los aullidos del viento, el lejano crujido de rocas que se desprendían de los peñascos y el constante burbujeo de la lava deslizándose por las colinas. Incapaz de soportar más aquel ambiente opresivo, Fluttershy decidió regresar al interior del castillo.
Sin embargo, su andar se detuvo, ya que solo sus patas delanteras respondieron. La parte inferior de su cuerpo parecía haberse adherido al frío y pétreo suelo del balcón.
Fluttershy frunció el ceño mientras notaba como viejos temores comenzaban a morder nuevamente sus flancos.
Cerró los ojos y exhaló profundamente, dejando escapar un tembloroso suspiro. Limpió su mente y comenzó a concentrarse. Visualizó su hogar, los cálidos abrazos de sus compañeros del bosque, la risa de sus amigos en Ponyville y, sobre todo, las cinco amigas que tantas veces habían estado allí para apoyarla.
Poco a poco, la rigidez en sus patas traseras empezó a disminuir. De pronto, como si una fuerza invisible la hubiera liberado, logró dar unos pasos hacia adelante, aunque un tanto torpes.
"Uff... qué alivio", murmuró Fluttershy, dejando escapar una sonrisa esperanzadora mientras agitaba ligeramente sus patas traseras. Sus extremidades estaban bien nuevamente. Por ahora.
Sin mirar atrás hacia el terrorífico panorama exterior, Fluttershy regresó con decisión a su habitación.
Se trataba de una suite real para invitados, compuesta por cuatro habitaciones conectadas por una sala común. Cada una contaba con una amplia cama, un escritorio, un baño individual y otros lujos, además de un armario repleto de ropa tradicional del reino. Antes de su llegada, ya se habían realizado los preparativos necesarios, por lo que Fluttershy disponía de todo lo necesario para asistir a cualquier gala dentro del palacio.
Sin embargo, Fluttershy observó con pesadez la ropa dispuesta sobre su cama.
El atuendo que le habían seleccionado armonizaba con la brutalidad arquitectónica del castillo, pero le resultaba profundamente incómodo. Era un vestido negro de amplio diseño con bordes rojos que cubría todo el cuerpo, adornado con grabados dorados de aves feroces y reptiles bípedos en las mangas. Una cinta roja como la sangre rodeaba la cintura, ajustada con un broche que parecía el cráneo de una bestia demoníaca. A esto se sumaban varios accesorios igualmente espeluznantes. Pero nada le inquietaba más que el sombrero de pluma que acompañaba al conjunto.
Era un sombrero blanco muy bonito, con intrincados diseños de estrellas en sus dorados bordes. Incluso su amiga Rarity se habría maravillado ante esta pieza única. Pero también tenía un detalle muy particular. Pegado al centro del sombrero estaba el cuerpo disecado de una ardilla sosteniendo una pluma. Para cualquier habitante del reino de Rou, tener aquel sombrero sería todo un honor y lujo.