Fogones

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Hubo un tiempo, hace mucho, en el que fue un mago respetado, un anfitrión dedicado y un hombre sumamente feliz.  
Golondrina lo hacía feliz. 
Golondrina, su adorada esposa, tenía el especial don de convertir un día difícil en un día fácil, de transformar una lágrima en una sonrisa, de darle sentido a cada día de su vida. Junto a ella cada amanecer, cada arcoíris, cada trino y hasta el más leve susurro del viento eran mágicos. 
Su presencia era un regalo para quién tuviera la dicha de compartir unos instantes de su compañía. Y ella lo había elegido a él.  
Era su amiga, su compañera, su amor. 
Golondrina hizo de él un hombre poderoso, una persona mejor. 
En su pequeño hogar siempre había té helado y galletas de chocolate para recibir a las visitas que pasaban a menudo a charlar. La conversación, entonces, se volvía interminable y, simplemente, era un auténtico placer que sus amigos regresaran a casa siempre con una sonrisa pintada en el rostro y algo bueno en qué pensar. 
Compartían una agradable existencia junto al mar los dos solos. Hasta que, un buen día, el destino decidió acompañarlos. 
- Mirá…, ¡qué perrito más bonito! 
- ¡Sí! Y parece muy simpático, ¿verdad? 
- ¿Estará perdido? 
El dorado animal, sentado sobre sus patas, los observa con aire bonachón mientras agita su cola con inquietud, aguardando una caricia. 
- No creo. Debe ser de alguno de nuestros amigos. 
- ¡Es tan hermoso que me lo quedaría! 
- Golondrina… 
- ¿Qué? 
- Nada, nada. Que creo será mejor que busquemos a su dueño, ¿no te parece? 
Lo buscan por toda la playa pero, por mucho que se esfuerzan, no pueden encontrarlo. Mientras tanto, el dulce cachorro los sigue a todas partes, alegre y juguetón. 
- Pero…, ¿de dónde habrás salido tú, amiguito? Bueno..., no importa. A partir de hoy, te llamaré Trigo y seré tu dueña. 
- Golondrina…, ¡no podemos quedarnos con él! 
- ¿Por qué no? 
- ¡Porque no! 
- Esa no es una respuesta. 
- Golondrina…, teníamos un acuerdo. ¡Mascotas no! 
- ¡Y un cuerno que no! 
- Pero…, ¡lo prometiste! 
- ¡Ay, no sé! ¡No sé, no me acuerdo!
Como siempre, gana ella y así es como Trigo se convierte en el perro de Golondrina, porque siempre fue el perro de Golondrina.
Trigo a la playa, Trigo a comer, Trigo a jugar, Trigo a todas partes detrás de su dueña. Y, por tener el corazón demasiado grande, también aprendió a querer al hombre que aceptó darle un hogar. 
Eran muy felices los tres. 
Pero un desgraciado día, la felicidad decidió partir y la amada Golondrina desapareció del mundo de los vivos tras una terrible tormenta. 
Nunca volvieron a verla. Jamás la encontraron. 
Y, entonces, todo cambió. 
 




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