Fogones

3

Camina con dificultad, tropezando, gruñendo y refunfuñando por lo bajo. La arena caliente le abrasa los diminutos y envejecidos pies. 
- ¡Turistas, turistas, turistas! 
- ¡Miren! ¡Un perrito! – a Bran se le iluminan los ojos. 
- Brandon…, ¡vení para acá! – Lore lo sujeta por el hombro para que no se le escape – Buen día, buen hombre. 
- ¿Buen día? – repite el hombrecillo, con voz enojada – ¿Qué tiene de bueno el día? 
Liz y Pía se abrazan, fingiendo sobresalto, en tanto su primo aprovecha la distracción para liberarse de la mano opresora y correr a jugar con el gran golden que acompaña al hombre. A diferencia de su dueño, es un perro muy simpático que, juguetón, no duda en tirar al niño al suelo y llenarle la cara de húmedos lametazos. 
- ¡Basta, Trigo! ¡Dejá a ese niño! ¡Madre mía! Nunca conocí un perro tan empalagoso. 
- ¿Cómo qué tiene de bueno el día, mi amigo? ¿En este lugar? ¿Lo dice en serio? Mire este día de sol. ¡Aire puro, arena blanca, mar sereno! 
- ¡Bah! 
- ¿No me irá a decir que un lugar como este no es para llenar el corazón de felicidad? ¡Pruebe! Cierre los ojos, respire profundo y deje que su alma se llene de alegría. – Lorena lo hace para poner buen ejemplo. 
- ¡Jajajajaja! ¡” De alegría”, dice! – una risa desagradable sacude al hombre – Señora “rosquera”, ¿de verdad usted se está dirigiendo a mí? 
Liz se separa de su hermana y le espeta, con los brazos en jarra y muy contrariada: 
- Mire, señor Enano..., ¡no sea atrevido! ¡No le diga “rosquera” a mi abuela! 
- ¡Hay rosca, hay rosca! 
- ¡Abu! – la rezonga Pía – ¡Encima que te estamos defendiendo...! Bran..., podrías dejar ese perro y darnos una manito, ¿no?
- ¡Jajajaja! ¡No! – las ignora, mientras sigue jugando con su nuevo amigo – ¿Asi que te llamás Trigo? Yo soy Bran. 
No puede evitarlo. Cuando de mascotas se trata, Brandon olvida todo sentido de la solidaridad. El hombre aprovecha la oportunidad para continuar con su perorata. 
- En primer lugar, señorita… 
- Liz. 
- Bien, señorita Liz…, permítame decirle que, para su información, yo no me llamo Señor Enano. ¡Mi nombre es...! 
- ¡Troglodito! 
- ¡Liz! – reconviene Lorena, sonrojada, procurando evitar el desastre que parece avecinarse. 
No lo consigue. 
Los chicos heredaron de ella su pasión por las palabras de cuatro sílabas y están más que dispuestos a demostrarlo. 
- ¡Malvavisco! – la secunda Pía, muerta de risa. 
- ¡Cachiporro! – exclama Bran, por decir algo. 
- ¡Basta, chiquilines! ¡No le falten el respeto al señor!  
- Pero… 
- … abu… 
- ¡Él empezó! 
- ¡Ay, buen hombre! No sé cómo pedirle disculpas. Usted ya sabe cómo son, a veces, los niños. Permítame que me presente. Yo soy Lorena. – ignorando a sus enojados nietos, con sonrisa nerviosa le extiende la mano en son de paz – ¿Cómo se llama usted? 
La mano extendida queda así. Extendida. En el aire. Sin que nadie se digne a corresponderla con un cálido apretón. 
- ¿Y a usted qué le importa? 
- ¡Eeeh! ¿Cuál es su problema? 
- ¿Mi problema? ¡Mi problema son ustedes! 
- ¿Nosotros? Pero..., ¡si nosotros acabamos de llegar! 
- ¡Turistas, turistas, turistas! – el ogro camina de un lado al otro con las manos a la espalda, cual padre primerizo. 
- Se le rayó el disco, don Cacho. 
- ¡Liz! 
- ¿Qué? Bran fue el primero que le dijo Cachiporro. ¿Por qué me rezongás a mi? Yo sólo estoy abreviando. 
- Turistas que llegan de todas partes. – estalla el hombre – Turistas que ensucian todo. Turistas que hacen demasiado ruido. ¡Que molestan! ¿Aire puro, arena blanca, mar sereno? ¡Como si eso fuera de algún valor para ustedes! 
- Somos parte del progreso, Cachito. – retruca Pía – Un lugar hermoso no vale nada sin personas que lo visiten. 
- ¿Eso creés? 
- ¿Usted no? 
- Disculpe, apreciado señor don Cacho, ¿usted sería tan amable de regalarme este perrito tan simpático? 
- Bran, ¡el perro es del señor! 
- Pero mirá cómo me quiere. ¡Dale, abuela!  
- ¡No te regalo nada! Trigo es mío, ¿entendés? ¡Y despídanse de este lugar! ¡Todos ustedes! 
- ¿Perdón? – exclama Pía, cruzándose de brazos, desafiante. 
- Abu, ¡hacé algo! Este señor me da mucho miedo. ¿Podemos ir al agua a jugar? – pide Bran. 
- ¿Y qué piensa hacer el señor para desalojarnos? ¿A ver?  – pregunta Liz con marcada ironía. 
- Señor Ena... ¡Noooo! – Lorena tropieza con las palabras – Don Og... ¡Ay, nooooo! Míster Cach... Ay..., pero…, ¿qué estoy diciendo? ¡Hay rosca, hay rosca! ¡Ufa! Mire, mi estimado buen señor que todavía no sé cómo se llama..., sea razonable. Son sólo tres días nada más y no vamos a molestar a nadie. Si quiere, hasta puede quedarse a cenar con nosotros. Hago un pescado a la manteca de ajo que me queda…, ¡mmmmm! – vuelve a cerrar los ojos y da un suspiro de satisfacción – ¡De rechupete! 
- ¡Ni un minuto! ¡Ni un segundo! ¡Se van! ¡Turistas go home! 
- ¡Aaaaah! – Lore pierde su sacrosanta paciencia – ¿Entonces querés guerra? ¿En inglés y todo? ¡Pues de aquí no nos movemos! 
- ¡Bien dicho, abu! – exclaman los tres pequeños al unísono. 
Hasta Trigo ladra alegremente y mueve la cola como un plumero, en señal de aprobación. 
- ¿Ah, sí? ¡A ver si dicen lo mismo cuando no tengan fuego para su fogón! 
- Pero, ¿qué está diciendo este tipo? 
- ¡Está loco! 
- ¡Trigo es mi amigo! 
El hombrecillo descalzo se arrodilla en la arena y, con voz profunda, eleva una plegaria: 
- ¡Oh, dioses del fuego! Por favor, escuchad mi ruego. Acabad pronto con este juego y a los fogones digámosles hasta luego. ¡Parangatí picurí maracuyá parimí cuaró! 
- ¡Basta, enano de jardín! 
- ¡Pía! 
- Abuela…, ¡pero si él empezó! 
- A propósito…, mi nombre es Guaracha, guardián de la tierra de Maracuyá. ¡Que tengan unas felices y muy oscuras vacaciones! ¡Vamos, Trigo! 
 




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