Fogones

6

El fogón se ve primoroso, de troncos gruesos, perfectos, en sólida armonía. 
Como todo lo que hace Liz, quien a sus once años, es una chica sumamente pulcra y organizada. 
- Liz…, era para hoy. El pescado se va a echar a perder. 
- Es que no puedo... – responde mortificada. 
A Liz, a diferencia de su hermana Pía que es un tiro al aire, le gusta ser la mejor en todo y que todo le salga a la perfección. No puede soportar rezongos ni recriminaciones.
- ¿Qué no podés? Se está haciendo de noche. 
- Es que no arde. – susurra roja como un tomate. 
- ¿Cómo no va a arder? Si ni viento hay. 
- ¡No arde, abuela! 
Pía y Bran se acercan divertidos. Ellos ya terminaron de armar el campamento, y se mueren de hambre. 
- ¡Dale, nena! ¡Queremos comer! – la apura Pía. 
- ¿Qué parte de “no puedo" es la que no se entiende? 
- Liz no sabe prender el fuego, Liz no sabe prender el fuego. – la provoca Bran. 
- ¡Sí que sé! Abuela…, ¿verdad que sé? 
- A ver…, ¡dejame a mí, manotas! 
Pía es la más temperamental de la familia. Y la más impaciente. Para ella, todo es para ayer. Le quita la caja de fósforos a su hermana y con decisión se inclina a encender el fogón. El palito enciende una llama vigorosa, pero al acercarlo a los troncos, no pasa nada. 
- Pero…, ¿y esto? 
- Te lo dije. 
- Liz…, ¡esas ramas deben estar verdes! – protesta Bran – Abu…, ¡tengo hambre! 
Bran tiene ocho años, es el más pequeño del clan y se comporta como tal. Es un chico travieso y aventurero, siempre metiéndose en apuros gracias a su monumental inocencia. 
- ¡Tranquilos! Deben ser los fósforos. ¡Déjenme a mi! 
Lorena saca un yesquero de su bolsillo y, encendiéndolo, lo aproxima al fogón.  
¡Nada de nada! 
Desde lejos, la inexistente brisa trae a sus oídos una risita burlona. 
- ¡Qué raro! Bran…, traeme el otro encendedor. ¡El grande! Está en mi bolso.
El pequeño sale corriendo a buscar lo que se le ha pedido. 
- ¿Qué es eso? – pregunta Liz. 
- ¿Qué cosa? 
- ¡Eso, Pía! ¿No escuchás las risas? 
- Debe ser el viento. – opina Lorena. 
- Vos misma acabás de decir que no hay. Tomá, abu. – Bran le pasa el chispero. 
A medida que Lorena intenta comenzar el fuego con el nuevo encendedor, las risas van creciendo en intensidad. 
El fogón los observa impávido, como si no fuera capaz de sentir calor, como si estuviera cansado y sin ánimos de cumplir su función. 
- ¿Qué pasa, abuela? 
- Pasa que tu hermana tiene razón. No arde, Pía. 
- ¿Cómo no va a arder? A ver…, ¡prestame! 
Todo esfuerzo es inútil. El porfiado fogón se niega a encender. 
- Liz…, hiciste un fogón embrujado. 
- ¡Callate, Bran! 
- ¡No se peleen! 
- Bueno…, no importa. ¡Hagamos otro fogón y listo! 
- ¡Mi fogón es perfecto, Pía! ¿Por qué tenemos que hacer otro? 
- ¡No sé! – finge pensar un momento – Ah…, ¡sí sé! ¿Porque este no funciona? 
En ese preciso instante, se dan cuenta de que varias personas se acercan a ellos, con cara de preocupación. Todas traen fósforos y encendedores en las manos. 
- Vecinos…, ¿ustedes también? 
- ¡Luchando con su fogón! 
- ¡No es posible! 
- Perdón…, –  pregunta Lore, en tono amigable – ¿Pasa algo? 
- Pasa. – dice una señora regordeta, de batón a rayas y ruleros en la cabeza – Pasa que nadie en Bahía Maracuyá puede encender fuego. 
- ¿Cómo “nadie"? 
- ¡Nadie! ¡Alguien se lo robó! 
- ¡¿Cómo!? No puede ser. Chicos, consíganme dos piedras. ¡Rápido! 
Todos observan a Lore luchar con denuedo para encender su fogón. Pero, aunque consigue sacar chispas enormes, la madera ni se entera. El fuego se niega a hacer acto de presencia. 
¡El fuego ha desaparecido! 
- ¿Y si llamamos a Pedro el Duende? – pregunta Bran, con inocencia. 
- ¡Como para Pedro el Duende estamos! 
- ¡Vámonos! – exclama alguien – ¡La isla está embrujada!  
- ¡Hay que salir de aquí! 
- ¡Fantasmas! 
- ¡Mi marido me advirtió que no viniéramos! ¿Por qué no le habré hecho caso? 
- ¡Voy a presentar una demanda! 
Los chicos, tomados de la mano, observan boquiabiertos cómo la gente huye a la desbandada, mientras Lorena procura detenerlos: 
- ¡No se vayan! ¡Esperen! 
Las risas lejanas han pasado a ser carcajadas estrepitosas. Y ya no demasiado lejanas. 
- ¡Miren! – señala Bran – ¡Ahí! 
- ¡Guaracha, cara de cucaracha! – exclama Pía. 
- Guaracha…, ¡vení para acá! – se enoja Liz – Abu…, ¡hacé algo! ¡Este ogro sinvergüenza nos dejó sin fogón a todos! 
Lorena se encara con un muy sonriente Guaracha. 
- ¿Se puede saber qué le hiciste al fuego, ladrón? 
- ¡Parangatí picurí maracuyá parimí cuaró! 
Y, antes de que ninguno pueda siquiera pestañear, el osado ogro se pierde entre las sombras. 
 




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