Fogones

13

Esa noche no hay luna. 
La lluvia mansa repiquetea sobre la carpa, mientras el cielo se debate en un concierto de luces y sonidos. 
En la carpa grande, los chicos se abrazan entre pícaros y asustados.  
- ¡Ay, mamá! – exclama Pía – ¡Eso estuvo cerca! 
- ¿Dónde está la abuela?  
- Fue a la despensa, Bran. Dijo que iba a buscar tomate, lechuga y jamón. – responde Liz – Iba a hacer una ensalada. 
- ¿Con esta tormenta? 
- ¡Yo quiero caramelos! 
- Bran…, ¡vos siempre querés caramelos! 
- ¡Vos también! 
- ¿Ya se están peleando ustedes tres? ¿Cuándo no? 
- Abu… 
- ¿Qué nos…? 
- ¿… trajiste? 
Lorena da un beso y un abrazo apretado a cada uno, como si hubiera pasado mil años sin verlos. Y, a cada uno, le entrega una paleta de caramelo. Grande y crujiente. Con rayas rojas para Pía, azules para Liz y moradas para Bran. 
Trigo asoma la empapada cabeza dentro de la carpa y da un ladrido de alegría. 
- ¡Para vos no hay! 
- Abuela, ¿durará mucho esta tormenta? – pregunta Bran. 
- ¿Les da miedo? 
- ¡No! ¡Yo soy grande! 
- ¡Yo también! 
- ¡Y yo! 
Pero los tres se abrazan y contienen un grito, cuando un ensordecedor rayo rasga el oscuro cielo. Hasta el perro se echa asustado, con la mitad del cuerpo dentro de la carpa. 
Bran, sin pedir permiso, lo abraza con infinito cariño y lo hace entrar. 
- ¡Vení, Trigo! ¡Vení con Bran! ¡Nosotros te cuidamos! 
Otro rayo desgarra la oscuridad de la noche, y los tres chicos contienen un respingo. Lorena se ríe a carcajadas. 
- ¿Y a ustedes quién los cuida? 
- ¡No es gracioso! – dicen los tres a coro. 
- ¡Por supuesto que lo es! 
El perro emite otro aullidito de aprobación. Tiene tan buen carácter que quiere mucho a todo el mundo y se pasa la vida aprobando todo lo que sucede a su alrededor. 
- ¿Saben qué? Cuando yo era chica también le tenía mucho miedo a las tormentas. ¿Qué digo miedo? ¡Terror! Pero una viejita maravillosa que vivía al lado de mi casa, me enseñó un truco infalible para que dejara de tronar. 
- ¿Podés hacer que no truene más? 
- ¿En serio? 
- ¿Y cómo es? 
Lorena va en busca de la sal y de la yerba. 
- ¿Te parece tomar mate justo ahora? 
- ¿Desde cuándo se le pone sal al mate? 
- ¡Te equivocaste! 
- No, no me equivoqué. Primero agarramos un puñado de yerba y hacemos una cruz acá. 
Trigo, curioso, se acerca a olfatear y estornuda sobre la yerba. Todos estallan en carcajadas. 
- Trigo…, ¡no sea malo, mijo! Que no me regalan la yerba. – la hace otra vez – Bueno…, y ahora tomamos un puñado de sal y hacemos otra cruz, por acá. 
- ¿Dos cruces? 
- ¡Qué raro! 
- ¿Y qué más hay que hacer? 
- ¡Esperar! 
Chicos y perro contienen la respiración, a la espera de que el milagro se produzca. En ese momento, un sobrecogedor trueno los sobresalta a todos. 
- ¡Ayyyyy! 
- ¡No…! 
- ¡… funciona! 
- ¡Esperen! 
Es el último. 
La noche se sume en un profundo silencio. Sólo una leve lluvia los refresca y algunos relámpagos picarones continúan “sacando fotos" a diestra y siniestra. 
- Abuela… 
- ¡Sos…! 
- ¡… mágica! 
- ¡Guau! 
Los peques la abrazan fuerte y la llenan de besos. Trigo sacude la empapada cabeza, salpicando a todos. 
- ¡Pará, Trigo! ¡Yo ya me bañé! – exclama la pícara abu, sin contener la risa. 
- ¡Te queremos! 
- ¡Yo más, mis amores! Y, ahora, vengan. 
Lore se para en la puerta de la carpa y comienza a hacer morisquetas. 
- ¿Qué hacés, abuela? – pregunta Bran. 
- Me saco fotos. – lo abraza - Vení. ¡Sacate conmigo! 
- ¡Claro! – exclama Liz. 
- ¡Con los relámpagos! – se admira Pía – ¡Qué divertido! 
Todos se asoman fuera de la carpa y, bajo la suave llovizna, posan y hacen carantoñas. 
Trigo también se suma al juego, y resulta ser un modelo maravilloso. 
A la distancia y sin dejarse ver, alguien toma nota de lo que sucede en el campamento.  
Abuela, nietos y perro, entre dulces y estruendosas carcajadas, se inmortalizan bajo un extraordinario fogón de relámpagos, mientras la yerba y la sal continúan haciendo su magia. 
 




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