Fogones

15

Una torre, dos torres. Una muralla. Un puente levadizo.  
El castillo de arena de Liz y Bran está quedando precioso. Sería todo un prodigio de la ingeniería, sino fuera por el excelentísimo maestro de obras alias Don Trigo, que cada vez que pasa correteando tras alguna pelota perdida, echa abajo alguno de sus balcones. 
- ¡Trigo, basta! 
- A este paso, vamos a terminar nuestro castillo en el siglo mil. – afirma Liz, con el ceño fruncido. 
- Cambia esa cara, que estás igualita a Guaracha. 
- ¡No lo invoquemos, porfa! 
Pía se acerca corriendo por la orilla. Trae cara de preocupación, cosa no muy habitual en ella. En el apuro, casi tropieza con el castillo y lo derrumba por completo. 
- ¡Pipa! 
- ¡Más cuidado, patotas! 
- ¿No vieron a la abuela? 
- No. Desde hace rato. 
- ¿Pasa algo? 
- ¡Pasa! ¿Ustedes se enteraron de que anoche fue a la casa de Guaracha a llevarle comida? 
- ¡¿Qué?! 
- Lo que oyeron. 
- Pero…, ¿qué le pasa a la abu? – exclama Liz, enojada – ¿Se volvió loca? 
- El Cachavacha ese nos deja sin fuego…, ¿y ella va y le hace regalos? – protesta Bran. 
- No sé. – Pía se sienta en la arena junto a ellos – Creo que lo de la mujer de la medalla la puso mal. 
- Pero…, ¡si no sabemos quién es! 
- A lo mejor no es nadie. 
- ¡Alguien es, Bran! Además…, ¿vieron que se le parece un poquito? 
- Poquito o muchito…, igual no entiendo por qué va en su busca. 
- A nosotros nos dijo que lo dejáramos tranquilo, ¿no? 
- Algo le pasa a ese Guaracha. 
- ¿Nos importa? 
- Nos tendría que importar, Liz. Ayer cuando vino a reclamar a Trigo, parecía que se iba a poner a llorar. 
- ¡Con esa cara yo también lloraría, Bran! 
Trigo, en su alocada y errante carrera, tropieza con el castillo que tanto trabajo les dio construir y se viene abajo como si fuera de naipes. Al darse cuenta de su metida de pata, se detiene en seco y comienza a estornudar una y otra vez sobre la arena, con cara de regañado. 
- ¡Trigo! – exclaman los tres, muy contrariados. 
- ¡Guau, guau! – los mira con aire contrito y, a continuación, retoma su disparatada carrera como si nada hubiera sucedido. 
Los chicos no logran contener la risa. 
- ¡Es tan lindo mi perro! 
- No es tuyo. 
- Es de Guaracha. 
- Chicas…, ¿ustedes creen que la abuela tenga razón? 
- ¿En qué? 
- En eso de que Guaracha se hace el malvado con nosotros para ocultar que está triste. 
- No sé. Capaz. 
- Yo creo que tendríamos que dejarlo estar. – opina Liz – Ese ogro antipático no quiere hablar con nosotros. Además…, ¡nos arruinó las vacaciones! 
- ¿Nos las arruinó, hermanita? 
Liz reflexiona un instante. Pensándolo bien está resultando una aventura muy interesante esto de vivir sin fuego. De todos modos, esto de convivir con ese ogro maleducado le pone los nervios de punta. 
- Tal vez. Tal vez no. 
- Bueno…, ¿qué hacemos? ¿Vamos a buscar a la abuela o no? – pregunta Bran con ansiedad – Total…, ¡ya no tenemos castillo! 
- Dejala. Ella lo hace porque quiere. Nadie la mandó meterse en dónde nadie la llamó.
- ¿Qué les parece si, mejor, hacemos una carrerita hasta el agua! – propone Pía – ¡El último en llegar se come una tarántula! 
Como si lo hubieran invitado a participar de tan magno acontecimiento, Trigo cruza la playa cual saeta en dirección al mar, tirando a los tres pequeños al suelo. 
- ¡Trigo ¡ 
- ¡La tarántula…! 
- ¡… te la vas a comer vos, perro sinvergüenza! 
 




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