Una noche más. Otra noche oscura.
Sin luna ni fogones. Tampoco hay relámpagos, pero al menos no llueve.
A pesar de la oscuridad, Bran y Trigo juegan felices en la arena. Ellos no necesitan luz para entenderse. Con el cariño que se tienen les basta.
Pía y Liz vuelven a estar con mala cara.
Lorena, cual mágica mariposa, revolotea a su alrededor.
- ¿Qué les pasa ahora, darlings?
- ¡Que no se puede tocar la guitarra! – protesta Liz.
- ¿Otra vez con eso?
- ¡Y si no hay ni estrellas para mirar! – agrega Pía – ¡El Guaracha ese nos arruinó las vacaciones!
- ¿Quieren volver a casa?
- ¡No! – exclaman las hermanas a coro.
- ¿Pasaron muy mal estas noches a oscuras?
Ambas se quedan pensativas.
A decir verdad, las noches anteriores fueron muy divertidas. Escucharon la canción del mar, hicieron música con las manos, se sacaron “fotos", invocaron a la luna, calmaron la tormenta.
- Hoy estuvimos hablando de eso, ¿verdad, Liz?
- ¡Sí, abu! De hecho, armamos una lista de cosas que pudimos hacer gracias a que no tuvimos fuego.
- ¿Ah, sí? ¿Me cuentan?
- ¡Hicimos magia!
- Compartimos más.
- Adoptamos un perro.
- Nos persiguió la luna.
- No se olviden nunca, mis chiquitas, que si llevamos luz en nuestro corazón, no hay ninguna oscuridad que nos pueda vencer.
- Casi que tenemos que agradecerle a don Cachavacha por habernos arruinado el fogón.
- Porque encontramos otros fogones más lindos.
- Pero abu...
- ¿Y ahora qué?
- ¿Ahora? – Lore reflexiona un momento con la mano sobre la barbilla – Brandon, ¡vení! Siéntense los tres acá, alrededor de mí.
- ¡Guau!
- Sí, Trigo. ¡Vos también! ¡Perdón! Es que…, ¿saben qué? Me quedé pensando en algo que acaba de decir Liz.
- ¿Yo? ¡Ay, chicos! ¡Soy inteligente!
- Sí. ¡Claro que sos inteligente! Lo heredaste de tu maravillosa abuela. Pero, volviendo al tema…, dijiste que, a falta de fuego, encontramos otros fogones más lindos.
- Sí. Tuvimos un fogón de luna…, un fogón de relámpagos…
- Chicos..., ¿ustedes se acuerdan de lo que dijo Guaracha?
- Además de puras estupideces…, ¿dijo alguna otra cosa? – pregunta Pía.
- ¡Esperen! Sí que dijo una cosa. – piensa Bran, acariciando a Trigo – Dijo que los turistas somos molestos y no valoramos las cosas.
- Y dijo otra cosa. – agrega Liz – Dijo que él es el guardián de Bahía Maracuyá. Aunque tal como están las cosas me pregunto si el verdadero guardián no será Trigo. O la dama de la medalla.
- Yo también me lo pregunto. Pero dejando ese tema a un lado, pensemos un momento. No tenemos fuego. No tenemos luna ni relámpagos. ¿Dónde podemos encontrar otro fogón?
- ¿Otro fogón? – preguntan los chicos a coro.
- Guaracha quiere que valoremos lo que tenemos. Entonces, la verdadera pregunta es…, ¿qué más tenemos?
Trigo comienza a ladrar desaforadamente y a corretear nervioso bajo la penumbra. En su cola hay una lucecita que enciende y apaga, enciende y apaga. Gira en círculos tratando de atraparla, pero no lo consigue.
- Pía …, ¡tenés luces en el pelo! – grita Bran sorprendido.
- ¿Qué? ¡Bichos! – se pone de pie de un salto, mientras zapatea y se sacude la cabeza, aterrada – ¡Sáquenmelos, sáquenmelos!
- Liz…, ¡vos también!
- ¿Yo? ¡Ay! ¡No me veo! – da vueltas y más vueltas hasta marearse.
- ¡Y vos, abuela! Tenés lucecitas alrededor. ¿De que te reís?
- Parece que encontramos un fogón vivo. O, más bien, él nos encontró a nosotros.
La pequeña luz cada vez se hace más fuerte y miles de puntitos brillantes los van rodeando en un tierno y aterrador abrazo.
- No se asusten. ¡Son luciérnagas!
- ¿Qué? – preguntan los tres, en un hilo de voz.
- ¡Bichitos de luz!
Niños y perro dejan de sacudirse como posesos y, con cómica sorpresa, comienzan a mirar a su alrededor. Están rodeados de miles de bichitos de luz, que cual orquesta silenciosa, al compás, encienden y apagan sus luces.
- Esto…
- … es …
- … hermoso.
- ¡Miren, chiquis!
El fogón de Liz, el fogón “embrujado”, ahora brilla con intenso fulgor. Miles de puntitos de luz iluminan los troncos y les dan tibio calor.
- ¡Un fogón de luciérnagas!
- ¿Viste, Liz, que tu fogón estaba embrujado?
- ¡Mentira!
Los cuatro se abrazan fuerte, contemplando el sobrecogedor espectáculo, mientras el dorado Trigo amenaza con desbaratar el fogón completo a fuerza de corridas y ladridos.
- ¡No, Trigo! – lo llama Brandon – ¡No les hagas daño! ¡Son nuestras amigas!
- Liz…
- ¿Pía?
- ¡Hora de sacar la guitarra!
Se sientan en circulo alrededor del fogón vivo, y Lorena comienza a cantar:
- Luciérnaga, en la noche oscura eres mi luna. Como un lucero desde el cielo tú me alumbras. Luciérnaga, en la noche fría eres mi guía. Y tu calor no me abandona ni de noche ni de día.
- ¡Miren! ¡Les gusta la canción! – exclama Bran.
- ¡Guau!
- ¡Son un millón de farolitos! – se admira Pía.
- ¡Farolitos vivos! – agrega Liz.
Y, bajo la noche apenas iluminada, reunidos bajo un millón de farolitos, abuela, nietos y perro cantan con alegría.
Cantan y guitarrean junto a un fogón distinto.
Un fogón que está vivo.
Un fogón que los abrasa. Y los abraza.
¡Un hermoso fogón de luciérnagas!