Fogones

18

El olor a pescado asado la invade y la despierta. 
Se levanta como un resorte y, en pijama, saca la cabeza fuera de la carpa. Tiene los ojos somnolientos y los caracoles de su cabeza se disparan en todas direcciones. 
- ¡Buenos días, Lorena! 
Frente a ella, el fogón crepita con lentitud. ¡Con fuego de verdad! Y, junto a él, sentado en la arena mullida y tomando agua de coco, un sonriente Guaracha la espera. 
- ¿Qué es esto? ¿Fuego? ¿En pleno día? 
- ¡Felicidades! Se acabó el juego. 
Pía, Liz y Bran asoman la cabeza, con cara de pocas pulgas. 
Trigo se lanza a sus pies con extremado cariño. 
- ¡Trigo!  
- ¿Qué hace él acá? – inquiere Pía. 
- ¡Vengo en son de paz! 
- Que se vaya, abuela. – pide Liz. 
- Déjenlo hablar. Me gustaría escuchar lo que tiene para decirnos. 
- ¡No nos interesa! ¡Nosotros ya nos vamos! ¡Él ganó! 
- ¡A mí sí me interesa! 
- Pero… 
- Abu… 
- ¿Ahora para qué? 
- Para darnos cuenta, de una vez por todas, de quién ganó realmente esta guerra. 
- ¡Guerra que empezó él! – protesta Pipa. 
- ¡Eso! – la secunda Bran. 
- ¡Y arruinó nuestras vacaciones! – afirma Liz. 
- ¿Estás segura? Porque, si no recuerdo mal, anoche no decían lo mismo.  
Silencio sepulcral. 
- Bueno…, yo sí quiero escuchar. Así que cuando gustes… 
Guaracha traga saliva. ¡Cuán difícil resulta explicarse! 
- Estoy aquí para devolverles el fuego. Y para darles una explicación. Soy un ogro viejo, guardián añoso de Maracuyá. He tratado, por muchos años, de cuidarlo bien, de hacer de él un paraíso lleno de magia. Antes me acompañaba mi amada Golondrina. Hoy ya no está. 
- ¿La dama de la medalla? 
- Ella misma. Mi esposa era una dulce mujer capaz de sacar lo mejor de las personas. ¡Hasta fue capaz de quererme y sacar lo mejor de mí! En esencia, ella era la verdadera guardiana de Maracuyá. 
- ¿Y qué pasó? 
- No quiero hablar de eso.  
- Pero… 
- Digamos, simplemente, que un día de tormenta el mar me la arrebató. Y, desde entonces, sólo somos Trigo y yo. – le rasca las orejas con cariño – Mi querido amigo…, yo creyendo que me traicionabas y sólo estabas buscando ayuda.  
- O sea que Trigo… 
- Trigo era el perro de mi mujer. Es lo único que me queda de ella. 
- ¿Y qué pasó después? 
- Pasó lo inevitable. Desaparecí durante un tiempo. Y cuando volví, ya nadie me quería ni me respetaba. Ni siquiera aquellos que venían todas las tardes a casa a tomar el té con nosotros. 
- Tal vez no sabían que decir. 
- No, Lorena. La gente se volvió egoísta. Dejaron de creer en la magia y de cuidar este pedazo de paraíso. Dejaron de valorar las pequeñas cosas. Sólo venían, se tumbaban en la arena, comían, hacían ruido y contaminaban. Venían porque era un lugar hermoso, pero ya no amaban este lugar. 
- ¿Entonces? 
- ¡Perdí la cabeza! ¡Me sentía demasiado enojado! 
- ¿O demasiado triste? 
- Tal vez. 
- ¿Y por eso nos quitaste el fuego? ¿Para castigarnos? 
- No, Lore, para castigarlos no. Les quité el fuego porque sabía lo que iba a pasar. Todos se iban a ir y este lugar volvería a ser el paraíso de antes. Pero no conté con ustedes. Sólo ustedes fueron capaces de buscar otros fogones, otras luces, otros sueños. Sólo ustedes buscaron la magia. Y la encontraron. Porque creyeron en ella. Por eso, estoy aquí. Porque lograron emocionarme vengo a ofrecer disculpas. Y, si fuera posible, a empezar de nuevo. 
- Y, ahora, te vas a llevar a Trigo. 
- ¡Trigo, mi siempre feliz y fiel compañero! – lo vuelve a acariciar, rudamente – Desde cachorro estuvo con Golondrina y conmigo. Lo quiero mucho. Pero me parece que vos lo querés mucho más. Así que es tuyo. ¡Te lo regalo! 
- ¿En serio? – a Bran se le ilumina la mirada. 
- ¡Claro! Guaracha cara de cucaracha es un ogro rezongón. Pero, en el fondo, es un pedazo de pan. 
Lorena le da un codazo a Bran. Cuando sus miradas se encuentran, ambos están pensando lo mismo. 
- Este…, señor Guaracha… 
- ¿Sí, Bran? 
- Es que…, yo…, yo… 
- ¿Vos? 
- No puedo aceptar. Es que vea…, Trigo era de su esposa y es el único recuerdo que a usted le queda de ella, ¿no? Además, está con usted desde cachorro y no me parece justo que dos amigos tan unidos tengan que separarse. 
- Pero Bran… 
- No, señor Guaracha. Lo siento. Fuimos muy groseros con usted y nos disculpamos. Es mejor que Trigo se quede aquí. Eso sí…, me lo puede prestar un ratito, ¿verdad? 
- ¡Claro que sí! 
Liz y Pía tienen un nudo en la garganta. Ambas se dan cuenta de lo mucho que Bran ama a Trigo y del enorme sacrificio que está haciendo al renunciar a él. 
Lorena lo mira con sonrisa satisfecha. 
- ¡Gracias por devolvernos el fuego…, y por el pescado! 
- ¿Vos sos…? 
- Liz. Y ella es Pía.  
- ¿Vos sos la que toca la guitarra? ¿Cómo era? We will…, we will… 
- ¡Rock you – exclama sonriendo. 
- Sí. ¡Ella es la concertista! ¡Y yo soy la que bailo todo el tiempo! 
- La que hace payasadas todo el tiempo, será. 
- ¡Bran! – le da un coscorrón cariñoso a su primo. 
- Saben que tienen una abuela extraordinaria, ¿no? 
- ¡Síiii! – responden los tres a coro. 
- ¡Hay rosca, hay rosca! ¡Hay manzana acaramelada! 
- Gracias... 
- ¡No, Guaracha! ¡Perdón! ¡Sólo estaba jugando! Pero ese pescado huele delicioso. 
- Gracias por creer en la magia. 
- ¡Gracias a vos por permitirnos encontrarla! 
- ¡Gracias por el fogón de luna! – dice Bran. 
- ¡Gracias por el fogón de relámpago! – agrega Pía. 
- ¡Gracias por el fogón de luciérnagas! – añade Liz. 
- ¡Guau! 
- ¿Se quedan un día más? Tienen que enseñarme eso de los dos golpes y el aplauso. Y eso de “¡Rock you!”. A Golondrina le encantaría. 
- ¡Hecho! – responden a coro los cuatro. 
Y, sentados en ronda, junto a un fogón de verdadero fuego, con la brisa haciéndoles cariño, el sol iluminándolos, el mar arrullándolos y toda una vida por delante, Lore, Pía, Liz, Bran, Guaracha y Trigo, comen, cantan, ríen. 
Se hacen amigos. 
Son felices. ¡Porque, juntos, encontraron la magia! 
Porque la magia existe.  
Y sólo el que tiene la valentía de apreciar las cosas pequeñas y un corazón lleno de amor, es capaz de encontrarla. 
 




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